La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Uno de los más recientes delegados del CEN del PRI en Puebla fue Fernando Moreno Peña, ex gobernador de Colima y tío de un joven que fue acribillado semanas después de que lo ligaran con el asesinato de otro ex gobernador de ese estado de la república.

(De hecho, el sobrino de Moreno Peña fue ligado por las autoridades judiciales con un famoso cártel del narcotráfico).

Poco antes de ese ajusticiamiento, el citado ex delegado había sido baleado mientras desayunaba.

Seis plomos le dieron.

Como a Juan Charrasqueado.

Hay que decir que nuestro personaje no podía entrar a su estado natal por acciones poco claras de su pasado, tan poco claras como las que realizó en Puebla con la complicidad del diputado local Pablo Fernández del Campo.

Durante las elecciones de 2013, Pablito fue designado presidente del Comité Directivo Estatal del PRI.

Para acuerparlo le mandaron a Moreno Peña.

Ya instalados en el PRI, Fernández del Campo no dudó en incorporar en la Secretaría de Finanzas a su amigo y cómplice Gustavo Mena.

Ahí empezaron las pesadillas de quienes aspiraban a las candidaturas priistas a las 217 alcaldías y las 26 diputaciones locales.

Una de las víctimas colaterales fue el cuasi doctor Juan Vergara, quien buscaba ser presidente municipal en Huauchinango.

(Actualmente, como miembro del equipo de transición de Carlos Joaquín, gobernador electo de Quintana Roo, es el encargado de la entrega-recepción en dos secretarías claves: la de Finanzas y la Contraloría).

Moreno Peña y Pablito le hicieron creer a Vergara que él sería el candidato.

Para despejar el camino, lo hicieron traer a Puebla y lo mantuvieron ocupado, mientras en Huauchinango entronizaban al ingeniero Rogelio Angulo.

Una vez que se enteró de la mala jugada, Vergara se reunió con los gángsters citados en lo que alguna vez fue el Mesón del Ángel.

El intercambio de palabras fue brutal.

Vergara les recriminó dos cosas: que lo hayan engañado y que hayan vendido candidaturas a diestra y siniestra.

Pablito no levantaba la voz.

Al contrario: se mantenía hundido en su silla rojo de vergüenza y coraje.

Más entrenado en estas lides, Moreno Peña se envalentonó y con un cinismo de primer mundo enfrentó los señalamientos que Juan Vergara le hacía.

Una risita cínica rubricaba su actuación.

Con un tono severo, sin caer en groserías, Vergara les dijo que eran una vergüenza como priistas y que se avergonzaba de tratar con ellos.

Después se despidió y los dejó con dos cosas: una buena cuota de bochorno y un suculento caldo de bilis.

Esto viene a cuento por el discurso de renovación moral que viene haciendo —desde que rindió protesta como dirigente nacional del PRI— Enrique Ochoa Reza.

Su discurso contra los corruptos alcanza a muchos en el priismo poblano.

Vergara tiene pruebas sobradas de las oscuras acciones que se cometieron en 2013.

Hoy, lo que son las cosas, Vergara está en los cuernos de la luna en Quintana Roo, Pablito vive sumido en su curul y Moreno Peña se muere de miedo después de los seis plomos que recibió en el cuerpo.

Algo es clarísimo: las chequeras gordas no siempre garantizan la paz de la mente.

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