El agua del río es todo lo que tienen, si se la llevan, sólo quedará la pobreza, acusan pobladores de tres municipios de la Sierra Negra que se oponen a la instalación de una planta hidroeléctrica.  Segunda y última parte

 

Por Mario Galeana/Enviado

Zoquitlán.- Es paradójico. Los indicadores apuntan que la Sierra Negra es, en Puebla, la región con el mayor número de carencias sociales.

Por ejemplo, de las poco más de 20 mil 500 personas que habitan Zoquitlán, municipio ubicado en esta zona, el 58.3% enfrenta las condiciones más adversas de vida, o esa categoría que tanto organismos internacionales como el gobierno mismo llaman “pobreza extrema”.

En su más reciente informe, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) estimó que 92.4% de los habitantes de este municipio carecen de servicios básicos en sus casas, y otro 42.4 % tampoco come tres veces al día. En Oztopulco, comunidad de Zoquitlán, por ejemplo, de 83 viviendas sólo en 23 hay piso firme.

Y, sin embargo, las empresas ven en esta tierra azuzada por la carencia la posibilidad de la riqueza. Porque la tierra más pobre es, también, la tierra más rica.

La Compañía Minera Autlán, por ejemplo, encuentra en la fuerza de los ríos Coyolapa, Huitzilatl y Atzalan, que corren por Zoquitlán, San Sebastián Tlacotepec y Coyomeapan, la posibilidad de generar la energía necesaria para la alimentación de sus hornos, ubicados en Teziutlán, en la Sierra Norte.

En la Sierra Negra, la tierra donde las historias de espíritus fantásticos se transmiten de abuelos a nietos, siempre en náhuatl, siempre al amparo de la memoria, el emporio minero busca invertir casi ocho mil millones de dólares para la construcción de un complejo hidroeléctrico que explote, por décadas, el agua de los tres ríos.

Pero los pobladores indígenas de los tres municipios, sobre todo de Zoquitlán que resulta medular en el proyecto de la Compañía Minera Autlán, temen que la vida como la conocen quede cortada de tajo: sin ríos y sin historias, pero con las mismas carencias.

“Hay como 10 personas a las que la empresa ya contrató como guías. Les pagan por oncena. Y la gente, como nunca ha visto un billetito, se conforma. Ellos critican a los que nos oponemos. Pero nosotros no tenemos envidia, aunque sí vamos a defender nuestros recursos”, sostiene César García Jiménez, regidor auxiliar de obras públicas en Pozotitla, una comunidad en Zoquitlán que se ha convertido en bastión de resistencia al proyecto hidroeléctrico.foto1

Para el presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Laborales del Valle de Tehuacán, Martín Barrios, el temor de los pobladores no es infundado.

A su parecer, el desvío de los ríos, la instalación de torres de alto voltaje y la construcción de presas, proyectadas por la Compañía Minera Autlán, suponen un posible riesgo de que los afluentes se sequen, de que los pobladores enfrenten adversidades y de que la Sierra Negra cambie para siempre.

“Ellos llevan años haciendo trazos satelitales con helicópteros, con biólogos, con ingenieros. Pero las hidroeléctricas, como se ha comprobado en otros lugares, como Teziutlán, donde recientemente evitaron la instalación de una más, generan contaminación. Estos proyectos modifican los ecosistemas para mal y para siempre”, apunta.

El proyecto de la Compañía Minera Autlán, presentado ante la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) a través de las empresas Proyectos Hidroeléctricos de Puebla SA de CV y Compañía Hidroeléctrica de Puebla SA de CV, consiste en dos planes.

fotoEl primero, denominado Proyecto Hidroeléctrico Coyolapa, prevé la generación anual de 123.20 gigawatts por hora (Gw/hr), a través del uso de las aguas del río Coyolapa.

El segundo, nombrado Proyecto Hidroeléctrico Atzalan-Huitzilatl, estima una producción anual de 58.65 Gw/hr, usando el cauce de los ríos Atzalan y Huitziatl.

Todo ello con el único propósito de abastecer de energía a los hornos de la Compañía Minera Autlán SAB de CV, en Teziutlán.

Para el Proyecto Hidroeléctrico Coyolapa, se contempla la construcción de una presa con una cortina de 22 metros de altura y una longitud de 108 metros más, a la que se adaptará un embalse de 78 mil metros cúbicos donde se desviará al río Coyolapa por hasta siete kilómetros.

En tanto, para el Proyecto Hidroeléctrico Atzalan-Huitzilatl se requiere de una cortina de 4.5 metros de altura por 33 metros de longitud, y una más de un metro de altura y 18 de longitud.

En Zoquitlán se construirían una presa derivadora, una casa de máquinas y el inicio de la línea de transmisión de energía.

La empresa ha prometido, como posible beneficio para la región, la instalación de caminos y carreteras, aunque los pobladores que se oponen a su llegada creen que las vialidades sólo servirán para facilitar el acceso de los ingenieros y no para la vida cotidiana de la Sierra Negra.

“Si se llevan el río, se acabó. ¿Qué beneficio puede traernos eso? A nosotros no nos van a contratar en esas empresas. No tenemos estudios. Y las buenas carreteras les van a servir a ellos, no a los pobres”, critica Guillermo Bernil Rivera, habitante de Tlacotepec de Porfirio Díaz, cabecera municipal de San Sebastián Tlacotepec.

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En San Sebastián, municipio que tampoco libra las condiciones de pobreza prevalentes en la Sierra Negra, las empresas contemplan la construcción de una subestación eléctrica y una transmisión eléctrica de alta tensión que correrá a través de 26 torres. Como en Zoquitlán, ya han conseguido la compra-venta de algunos terrenos necesarios para la obra.

Como método de persuasión, los representantes de la Compañía Minera Autlán han organizado al menos dos reuniones entre la población, convocadas por el presidente de Zoquitlán, el perredista Fermín González León, que terminan con el reparto de carnitas y cervezas.

A su vez, han prometido cubrir los gastos de fiestas patronales de las comunidades y pintura para el mantenimiento de algunos planteles educativos.

 

El futuro

Lo llaman El Paso. Es el cauce del río Huitzilatl que nace en un cerro cerca de la comunidad de Oztopulco y desciende cerca de la localidad de Pozotitla.

Cuando la lluvia no acecha, los adultos y los niños nadan en sus aguas esmeraldas, se cuentan historias –siempre en náhuatl– sobre los árboles, los animales. La Sierra misma.

Como la historia del Coijokixtle: una especie de espíritu travieso que habita cerca de los árboles de amate y que es capaz de tomar la apariencia física de quien desee. Rubén García Montalvo, proveniente de Pozotitla, dice que, alguna vez, su abuelo le contó haber visto al Coijokixtle.

Él, narra, sacó un cigarrillo de tabaco y, con el humo, ahuyentó al espíritu. Y las leyendas corren en la Sierra Negra. Las oyen los chiquillos que después, con los años, se convierten en abuelos que, al filo de la noche, relatan sus historias a otros niños; todos envejecerán también algún día.

Desde Pozotitla hasta El Paso media un camino difícil, donde el fango llega hasta el nivel de las pantorrillas, y donde el rumor del río llena cada hueco del silencio. Y siempre, a donde uno alce la vista, están las montañas: imagen poderosa para el ser humano que, vivirá, a lo sumo, unos 100 años. Pero ellas seguirán ahí.

El Paso comunica a Zoquitlán con San Sebastián Tlacotepec a través de un rústico sistema de cuerdas que los pobladores de ambos municipios habilitaron para poder cruzar el río cuando su afluente es bravío.

“Si hacen la hidroeléctrica, entubarán al río. Lo van a pasar por Pozotitla y ya no lo veremos aquí. Ya nunca estará. Nuestros hijos no lo verán”, dice Rubén, con cierto empeño. Él se disculpa por no hablar agudamente el español, y yo me disculpo por no poder entender el náhuatl.

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La proyección del complejo hidroeléctrico supone prácticamente la desaparición de Pozotitla: según el proyecto presentado ante la Semarnat, que ya cuenta con su aprobación, condicionada por la consulta a los pueblos, a través de la comunidad pasarán tres caminos con un ancho de nueve metros, hasta una casa de máquinas, que se ubicará en Coyolapa.

“La terracería de la Sierra llega a ser apenas de cuatro metros. ¿Qué es lo que va a pasar? Que Pozotitla va a ser un pueblo fantasma, va a dejar de existir”, sostiene el activista Martín Barrios.

“Nosotros estamos en paz. No tenemos contaminación. Y, cuando la tengamos, nuestros hijos van a sufrir”, añade Rubén. Al fondo, el incesante ruido del río sisea, como rumor del pasado, del presente y del futuro.

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