La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

¿Por qué un personaje como Nicolás Alvarado provoca tantos odios y rencores?

Sus descalificaciones a las lentejuelas que usaba Juan Gabriel no eran como los Versos Satánicos de Salman Rushdie.

No obstante, la comunidad yihadista que opera desde las redes sociales lo persiguió y atacó hasta el delirio.

Lo primero que hicieron fue esgrimir un argumento tonto: que Alvarado era un funcionario público de la UNAM antes que un escritor libre.

¿Desde cuándo las ideas tienen que atravesar el Mar Muerto de los cargos públicos?

Carlos Fuentes fue embajador de México en Francia y nadie lo cuestionó por la literatura delirante que escribió en ese periodo en forma de novelas, cuentos o artículos.

Salvador Novo era cronista de la Ciudad de México y nadie se sintió ofendido por sus poemas de amor homosexual o sus geniales parodias de la ridícula sociedad mexicana.

Lo curioso es que los nuevos Torquemadas son los mismos que se horrorizan ante los ataques a la libertad de expresión, pero no dudan en atacar la libre expresión de Nicolás Alvarado en nombre de la asepsia política.

Y como justificación esgrimen que es un funcionario de la UNAM.

Tanta mediocridad no se había visto en mucho tiempo.

Y a este coro griego se han sumado desde intelectuales que sí leen libros hasta ignorantes que sólo leen sus tuits.

Ya estarán contentos.

Alvarado renunció a la UNAM en medio de una censura atroz.

Ganaremos, por supuesto, sus lectores.

Este martes por la noche vi la entrevista que le hizo López Dóriga.

Me gustó por varias cosas:

Porque Alvarado le dio una lección de antropología cultural a un atribulado e ignorante periodista.

Porque López Dóriga jugó a ser políticamente correcto sin las armas intelectuales del políticamente incorrecto.

Porque en lugar de presentar argumentos serios recurrió a lugares comunes que el escritor Alvarado pulverizó en segundos.

Porque terminó la entrevista furioso y ofendido por la irreverencia culta y pedante de nuestro personaje.

La imagen final los retrató a los dos:

Alvarado se levantó del asiento, le tendió la mano menos de dos segundos a su anfitrión y se retiró triunfante.

López Dóriga quiso sonreír y le salió una mueca.

Así nos fuimos a comerciales.

Dos puntos más: las redes lincharon a Alvarado por hablar de las jotas y las nacas.

Los usuarios de esas redes —una muy amplia mayoría— hacen gala todos los días de su homofobia, de su clasismo y de su racismo.

Con qué cara crucifican a quien se atrevió a disentir en medio de una cursi misa de cuerpo presente.

Termino con una frase de Salman Rushdie que el sabio Pedro Ángel Palou citó en su muro de Facebook a propósito de este caso:

“De qué sirve la libertad de expresión sin la libertad de ofender”.

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