Figuraciones Mías

Por Neftalí Coria

Todos los proyectos literarios tienen particularidades que requieren de distintas maneras de abordaje en la escritura. Emprenderlos tienen sus grandes y pequeñas sorpresas. “68 Voces, Vivos Retratos”, en mi trabajo de escritura, no ha sido la excepción. Y quizás esas sorpresas y novedades, son las que le dan un condimento emocionante a lo que se hubo planeado. Cada libro es único en la manera en que se escribe y las experiencias nunca son totalmente útiles para el siguiente. Cada libro se construye de diversas y numerosas maneras, incluso, muchas veces quien escribe no se ha dado cuenta que el libro ya está terminado y sigue buscando en la inmensidad de esa libertad que hay en la escritura que puede convertirse en abismos. Hay escritores que terminan sus libros y los revisan hasta acabar con ellos. O suprimen y aumentan mientras que aquello se puede volver un cuento de nunca a acabar, pero hay libros que se terminan como agua y cada una de sus páginas se van construyendo de una manera que bien puede llamarse “natural”. Muchos son los caminos de exploración cuando se escribe un libro y la aventura, por venturosa que sea, siempre tiene obstáculos y laberintos que deben descifrarse con la misma fuerza con la que se vive la aventura de escribirlo.

Y se termina de escribir, de revisar, de cuidar que vaya con bien al papel (porque ir al mundo digital no ma hace advertir claramente su nacimiento). Más tarde, podremos verlo de cuerpo entero y dejarlo caminar solo y en ese acto nos conmueve el hecho de ver cómo va aprendiendo paso a paso a vencer la distancia. Desconfiamos que se caiga, que tenga defectos, que algo no esté es su sitio. Pero también hay una alegría genuina por verlo como se marcha por entre el follaje de las manos que lo llevarán a la lectura, como se lleva un cuerpo al sacrificio para el que llegó al mundo.

Pero cuando el libro se ha escrito al lado del trabajo de muchos y el camino de escritura tuvo el ritmo de un medio informativo, las labores de escritura, parecen ser hijas del vértigo y las urgencias que un medio de comunicación requiere. Y es el caso de este libro que hoy ha visto la luz y llega a la piedra de sacrificios. Un libro conmemorativo, un libro que celebra el trabajo de personas sobresalientes y un libro que –como la historia– quiere dar fe y testimonio del trabajo ordinario de 68 personas que ascienden al rango de “personaje”.

La historia la hacemos todos con el pensamiento y nuestros actos, por eso se construye igual que fluyen los ríos en su perfección. Somos nuestra historia y en la historia, dos de los testimonios documentales, son los retratos visuales y verbales. De estas dos formas, se ha construido este libro que contiene 68 retratos, de personas que en nuestro tiempo, representan los quehaceres de un pueblo. Aunque también sabemos que las labores de otros –por ahora anónimos– y de aquellos que el presente desconoce, también vendrán los cambios. Al buscar escribir este libro sabíamos que otros también debieron estar en sus páginas, pero como ley, nadie puede conocer el panorama completo del presente y las radiografías de nuestro tiempo, son imposibles de revelarse con la claridad que puede dar el paso del tiempo, pero ese fue uno de los retos de este proyecto que también arrojara testimonios en la imagen de la pantalla televisiva y en las otras de este mismo tiempo digital.

El libro se ha condensado con la labor de un equipo de personas que trabajaron con responsabilidad y presteza desde su sitio en La voz de Michoacán. Y ahora que tengo un ejemplar en mis manos, puedo sentir el peso del trabajo de todos y recordar mucho de aquello que lo fue nutriendo.

Cada retrato verbal y fotográfico, se hizo con las palabras que los retratados me dijeron, con las miradas, los gestos, las sonrisas, que Wendy Rufino con su cámara, pudo recoger para poder llegar al alma de cada uno. Yo escuché y vi revelarse sus palabras y allí encontraba su esencia. Sus miradas fueron fundamentales, sus manos moviéndose al aire de la conversación, sus miradas al momento de recordar el pasado, me dieron su talla, su muy particular medida de su estancia sobre el mundo. Y es cierto que con nuestro oficio, como son las leyes para el retratista, se trató de describir, porque esa es la función primaria del retrato, pero había que hacer una descripción, también de su espíritu, de sus emociones e imaginar a cada uno en los distintos momentos en su historia.

El libro ya es un hecho y como cada uno de los sucesos que forman la historia, este testimonio que no tiene más pretensiones, ni más interés que dar a los lectores una prosa que describa los rasgos de cada una de estas historias que los propios protagonistas han contado.

La Voz de Michoacán al producir este proyecto del que también se erigió en libro, cumple con la comunidad, pero cumple sobre todo, con una responsabilidad histórica y cultural que ha hecho suya.

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