La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Todo mundo descalifica a Donald Trump con los más variados lugares comunes: Loco, peligroso, fascista, racista, clasista.

Veo los perfiles de quienes a través de las redes sociales usan esos calificativos para desacreditarlo.

Un buen número son ignorantes que se dicen de izquierda.

Otro buen número son ignorantes que se dicen demócratas.

Una parte pequeña, invisible al ojo humano, son simplemente ignorantes que atacan por atacar.

La primera fauna tiene tuits peligrosos y fascistas, pero como los escriben con un tufo de avanzada creen que su retórica sirve para crear un mundo mejor.

La segunda fauna tiene tuits ciertamente locos y racistas, aunque ellos los creen sensatos y republicanos: en el sentido juarista de la palabra.

Los últimos son dueños de tuits locos, esquizofrénicos, peligrosos, fascistas, racistas y clasistas.

Lo mejor es que ignoran que sus descalificaciones se parecen mucho a las de Donald Trump.

A Trump se parecen en algo las primeras dos faunas: son ignorantes y tienen como espejo a ellos mismos.

En ese delirio, en este contexto, llegamos a la elección de Estados Unidos.

Por todos lados salen expertos en la política estadunidense, aunque en el fondo sean casi idénticos a Sarah Palin, la ignorante gobernadora de Alaska que algún día quiso ser vicepresidenta de Estados Unidos.

(La señora Palin creía que la diferencia entre Corea del Norte y Corea del Sur era solamente geográfica).

Todos esos expertos repiten también los lugares comunes de las faunas tuiteras: Trump es un loco, peligroso, fascista, racista y clasista.

No nos saben decir, por ejemplo, que la señora Clinton puede resultar más peligrosa para México por la visión que tiene del Tratado de Libre Comercio y por la política que los Demócratas han instrumentado desde el poder en contra de los inmigrantes mexicanos.

Y si nos lo dicen, no saben cómo explicarlo.

(Son como Sarah Palin que no entendía las preguntas que les hacían los entrevistadores sobre temas como Geopolítica).

Cierto: Trump es el clásico estadunidense que viene a México en el verano y se quiere acostar con todas las menores de edad.

Es el clásico gringo come-hamburguesas y traga-malteadas que desprecia a los niños mexicanos que le limpian el parabrisas en los altos.

Es el típico personaje que viste shorts y calcetas blancas hasta la rodilla y bebe tequila hasta el hartazgo.

Una buena parte de los prejuicios que tienen las faunas tuiteras en su contra tiene que ver más con su aspecto −con lo que representa− que con sus ideas.

Y es que el verdadero peligro está en las ideas que no expresa.

Lo que ha dicho en los mítines y en las ruedas de prensa son expresiones que sirven para satisfacer a un sector del pueblo estadunidense que detesta a los mexicanos.

Eso les ha bastado a nuestras faunas para descalificarlo.

No es la primera vez que un tipo como Trump triunfa en los negocios y se vuelve asquerosamente millonario.

Bernie Madoff es un buen ejemplo del sueño americano.

Hijo de un padre frustrado, se convirtió en un hombre de negocios que vendía ilusiones a través de un esquema que los mexicanos conocemos bien: el de las pirámides.

Ya se sabe: para que gane el que va arriba tienen que entrar muchos abajo.

Y así sucesivamente.

El problema empieza cuando los de abajo ya no entran.

Bajo ese esquema, también llamado Ponzi, Bernie Madoff defraudó a todo mundo.

Antes de eso, tenía un presente económico brillante −como el de Trump− y aparecía en las portadas de los diarios y revistas más influyentes.

Tras su caída −estará 150 años en prisión−, el drama tomó el lugar de la comedia.

Estados Unidos es la gran cuna en la que nacen hombres como Trump y Bernie Madoff.

Y mujeres como Hillary Clinton.

Algo los une: sus ganas de que Estados Unidos siga siendo el gran faro del mundo.

Con Trump o con Clinton, faltaba más, continuarán las invasiones, los abusos diplomáticos y los patios traseros.

La diferencia estará −diría Lázaro Cárdenas− sólo en el “modito”.

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