La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Los mexicanos que viven en Estados Unidos no le creyeron a Donald Trump.

Tampoco los analistas.

Los primeros —al decir de las cada vez más desprestigiadas encuestas— no salieron a votar como tendrían que hacerlo.

Se confiaron.

Pensaron que Trump era una mala broma: un pésimo sueño: una pesadilla.

Igual que los sesudos analistas, decretaron la muerte del empresario.

Lo descalificaron porque los idiotas como Trump no ganan las elecciones.

Las crónicas que vienen de Estados Unidos relatan pasajes terribles de trabajadores mexicanos que ya empezaron a ser hostigados por sus patrones.

Denise Maerker lo narró durante la transmisión que Televisa hizo este martes de la contienda.

Dijo que un mexicano le confió que su jefe ya le prohibió que hable español en su trabajo.

Y algo más: le cambió el status de su empleo.

De ser un trabajador de planta ahora es un trabajador que podría ser despedido en cualquier momento.

El riesgo que enfrentarán los millones de mexicanos que viven en Estados Unidos —incluso aquellos que tienen sus papeles en regla— es brutal.

Y es que más allá de lo que pueda plantear Trump en sus delirantes proyectos de expulsar a los migrantes mexicanos, sus seguidores xenófobos y enfermos les harán la vida imposible a nuestros cada vez más asustados paisanos.

Durante la transmisión de Televisa hubo una metáfora delirante del bajo nivel en el que se encuentran nuestros principales comentaristas políticos.

Luego de que durante meses dejaron en claro que nunca tomaron en serio a Trump, este martes estaban demudados.

Sencillamente no entendían la realidad.

Héctor Aguilar Camín incluso llegó descalificando las tendencias electorales con el argumento de que Hillary Clinton terminaría por imponerse.

A los dos minutos empezó a guardar silencio.

Cuando el New York Times cambió sus pronósticos en favor de Trump cayó en un estado catatónico.

Fue tal su depresión que se hundió en sus pensamientos y se despidió severamente vapuleado.

En una hora y media envejeció diez años.

Lo mismo les pasó a Jorge Castañeda y a Leo Zuckermann.

Escribo estas líneas mientras las tendencias cada vez favorecen más a Trump.

Sólo un milagro cambiaría las cosas para una desencajada Hillary Clinton.

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