La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía

 

Aurelio Nuño en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

En el bar Reforma 1, del Hilton, hay algunas mesas ocupadas.

El economista Rolando Cordera bebe con un personaje con facha de ex líder del 68: Pelo cano, joroba visible, suéter en el cuello, playera Polo, pantalón de mezclilla, morral chiapaneco, tenis gastados, barba rala, ojos desorbitados.

Cordera se hizo célebre cuando fue asesor de Carlos Salinas de Gortari.

Todo el sexenio fue un salinista convencido, tanto que el último día de gobierno del ex presidente lo acompañó a una gira por Chalco Solidaridad.

Ya de regreso, en el helicóptero presidencial, Salinas quiso conocer la opinión de Cordera acerca del acto que acababa de presidir.

Según las crónica de entonces, el economista del Grupo (a) Nexos —como lo bautizó el periodista Carlos Ramírez— musitó con los ojos entrecerrados de mandarín chino la palabra “exultante”.

Y ya se enfilaba por los derroteros de un discurso marxista cuando Salinas lo paró en seco:

“Por favor, Rolando, no quiero adulaciones”.

Ese mismo personaje estaba este martes bebiendo whisky barato en el bar del Hilton cuando llegó Aurelio Nuño con una corte de aduladores encabezados por José Carreño Carlón, director del Fondo de Cultura Económica.

Con ojos de pistolero, el ex jefe de Comunicación Social de Salinas de Gortari le dio un vistazo rápido al bar en aras de evitar algún desaguisado para el muy célebre secretario de Educación Pública.

Con ellos entraron cinco muchachos con actitudes de aduladores profesionales pero con edades que oscilaban entre los 25 y 28 años.

Todos iban con trajes impecablemente planchados y cabellera ligeramente larga al estilo de su jefe.

Entraron, se sentaron y pidieron cocas y café.

Nuño no hablaba con nadie.

Metido en su iPhone, no tenía ojos para nadie más.

Carreño Carlón algo le decía al oído.

Cosa inútil.

Y es que el funcionario que dice “ler” en lugar de “leer” —igual que los tuiteros que se horrorizaron por su reciente dislate— ni siquiera asentía a los dichos del adulador en turno.

Diez minutos estuvieron.

Carreño Carlón tragaba saliva para entretener a Nuño, pero éste estaba más entretenido hablando con alguien vía Telegram o WhatsApp.

Los jóvenes, mientras tanto, cruzaban fichas en sus laptops relucientes y murmuraban cifras y datos que servirían para la conferencia que minutos después ofreció Nuño ante unas cinco docenas de acarreados de la Universidad de Guadalajara.

Y es que quien lo presentaría sería nada menos que el displicente rector de la máxima casa de estudios local.

Nuño por fin abandonó el iPhone.

Entonces respiró profundamente, le dio un trago a su café y se puso de pie repentinamente.

Todos hicieron lo mismo.

Las reumas del director del Fondo le impidieron hacerlo con la misma presteza de los auxiliares del secretario.

Todos juntos salieron a galope.

Cordera los miró irse con la misma mirada de mandarín chino venido a menos.

Él también respiró.

Y es que seguramente recordó su época de miembro conspicuo de la corte salinista, cuando la primera palabra que tenía en los labios cuando el presidente la pedía la opinión de algo era “exultante”.

O “incorpóreo”.

O “inconmensurable”.

Una hora después llegó la calderonista Consuelo Sáizar con el mismo traje oscuro y la misma camisa blanca con los que encabezó, en el sexenio de Felipe Calderón, el CONACULTA y el Fondo de Cultura Económica.

La cabellera revuelta y el cuello subido hasta la oreja nos hablan ahora de la nueva porrista de Margarita Zavala.

Y es que ella mismo dijo hace unos días que estaba con todo con ella para convertirla en presidenta de la república.

Y cómo no si ya se ve regresando a cualquiera de esos cargos con ese look permanente que nos hacen pensar en un clóset repleto de trajes oscuros y camisola blancas.

Ah, la vida cultural mexicana.

Tan reposada e inconmensurable.

E inabarcable.

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