La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Me entero de la segunda expulsión de Joaquín López Dóriga de Televisa en los pasillos de la FIL de Guadalajara.

El síndrome Aramburuzabala persigue a quien ha sido uno de los principales aliados de los gobiernos a lo largo de su vida periodística.

Luego de que los abogados de la empresaria, y ella misma, exhibieran por extorsión al periodista estelar de Televisa y a su esposa Adriana, éste guardó silencio —a la manera de los políticos tradicionales que tanto critica— y dejó hacer, dejó pasar.

Creyó, como el filibustero, que la gente olvidaría pronto y que escándalos mayores borrarían ese affaire.

Se equivocó rotundamente, tanto o más que cuando quedó en pelotas ante el actor Anthony Hopkins y sólo atinó a decirle, en pésimo inglés, el célebre “juay the rito? Juay? Juay the rito?”.

Las facturas llegaron pronto.

El poder de la empresaria y sus ligas con personajes que mueven ratings y mercados de valores obligó a Televisa a prescindir de López Dóriga.

Encontraron una salida fácil y, ahora se ve, indigna: le dieron un puesto honorario y lo nombraron conductor de dos espacios nocturnos.

Muy nocturnos.

Solo, él y su alma —un alma muerta, como las de Gogol—, el periodista prescindió de colaboradores visibles para conducir los programas.

Dio la impresión de que mandaba un mensaje brutal: No necesito a nadie. Yo solo puedo.

Las escenografías de teatro pobre acentuaron más la imagen de la soledad en llamas que parecía abrasarlo.

Metido en su personaje, dueño de un juego de palabras que se ha vuelto fórmula gastada, López Dóriga iba de aquí para allá mostrando sus calcetines de colores y sus zapatos cafés: imagen opuesta de su estado de ánimo.

Estaba solo y no lo sabía.

O estaba solo y parecía adivinarlo.

Solo: con su incertidumbre y con esa retórica gastada, tan imitada —y mal— por tantos locutores faltos de imaginación que conducen noticieros.

“Estamos, usted lo sabe, y lo sabe bien, en Chapultepec 18, la dirección correcta, vamos, la dirección a la que tantas veces, y usted lo sabe bien, la dirección a la que tantas veces he llegado para estar con usted, vaya, para estar en su sala, en su comedor, vaya, en su auto, porque aquí el más importante, y eso lo sabe usted muy bien, el más importante siempre es usted, usted que tantas veces me ha seguido, y eso, vaya, eso lo aprecio como nadie”.

La fórmula de la Coca-Cola sigue vigente porque nadie la conoce.

La fórmula de López Dóriga se volvió tan predecible porque creyó que México seguía siendo el de las carpas de Cantinflas y Pito Pérez.

Ahora que Emilio Azcárraga Jean le mandó decir a López Dóriga que hiciera sus maletas porque otra vez se iba, recordé a Kid Azteca: ese boxeador de los años cuarenta y cincuenta mexicanos que cuando subía al ring —ya retirado— recibía una lluvia de monedas lanzada por el respetable.

Faltaba más: el Kid recogía las monedas y bajaba sumamente agradecido.

Hoy, con una nueva pena encima, López Dóriga seguramente ya no piensa lo mismo del efecto Aramburuzabala.

Sabe que las facturas se pagan, y se pagan caro.

Sabe que no hay peor soledad que la del poder ingrato.

Jacobo Zabludovsky enfrentó fantasmas similares pero supo arrojar el arpa a tiempo.

Su retiro fue digno.

Y con los años hasta se reinventó.

Vienen días difíciles para nuestro personaje.

Ya se verá de qué está hecho.

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