Figuraciones Mías

Por: Neftalí Coria

De lo poco de vida que nos queda, De lo poco de vida que ha valido la pena, De lo poco de vida que fue la vida, De lo poco de vida que vamos a vivir… estas acepciones pueden inferirse en el título del libro de poemas en el que Marco Antonio Campos, recoge su obra poética escrita entre 2010 a 2015, publicado en la Colección Palabra de Honor de la editorial Visor (2015). Tajante el título, como dictado por la espada de la alta palabra de un poeta que ha mirado pasar el agitado mar de los días por los diversos planetas de autores, lugares, invernaderos verbales y océanos de la claridad de sus poetas amados y visitados a cada día en que la sed por la vida y la poesía lo apremiaba. “De lo poco de vida que me resta/daría con gusto los mejores años,/por saber lo que a solas/de mí has pensado…” Reza Bécquer en uno de sus versos de las legendaria Rimas de donde como fruto granado, ha surgido el título de este libro maduro. Y ese verso de Béquer que coloca sobre la mesa de las apuestas, ese poco de vida que le resta, para dar los mejores años por saber quién es él en la intimidad de la amada. Y eso, sólo en el canto es posible decirlo, sólo la poesía puede entrar a esos instantes únicos en que podemos imaginarnos amados por la amada, o exigimos la verdad para saber si otra vez hemos perdido la apuesta, o saber si aquella mujer hermosa que vive en el corazón, de verdad nos ha guardado un sitio en el suyo, en su palabra, o en lo que llega a decir del que la ama con los demás, como puede verse en el propio verso de Bécquer: “lo que a otros de mí has hablado”.

En estos poemas hay un ritmo, una sonoridad y cierto hálito, que mucho me hace pensar en el aire frío de un noviembre frío en la Ciudad de México cuando leo los poemas tristes de Marco Antonio Campos. Pienso en lo cerca que puede estar la desdicha y su hermosura de cada quien y me siento frágil, como si de verdad el final del amor ya hubiera pasado por mi vida y como si la muerte fuera la próxima estación. Preguntas y respuestas dadas a la sombra de la experiencia que nos da el tiempo, preguntas y también respuestas, sobre las incógnitas de los dones capitales del hombre. Eso es lo que he encontrado en mi añeja lectura de la poesía de Marco Antonio. Hemos sido amigos en los años y he recibido su aprecio como su amigo y lector que he sido y siempre vuelvo a sus libros como se vuelve a los sitios donde las palabras nos revelan, nos consuelan, nos hacen seguir con las manos abiertas de esperanza y fe, pese a lo dura que la vida puede seguir siendo. Y siempre me asiste la sentencia de: si la poesía no nos ha de iluminar, entonces nada en la tierra lo hará. Así vuelvo a los poetas que me han acompañado con su poesía y la de Marco Antonio Campos es una de ellas. Su poesía es fruto maduro, como el que cae del árbol que lo hubo madurado con el cuidado y el aire de los días vividos. Un fruto que maduró frente a esa alegoría del mundo que vive bajo los pies de nuestro arbitrio, como el rumbo que un artista construye a sus pies para trazar con fuego su destino.

La poesía en esta vigorosa muestra que podemos leer en el libro al que me refiero, sigue aquellas reglas, que desde los primeros volúmenes de sus versos, Campos ya dejaba ver: la intimidad profunda, la soledad quebrada y esos parásitos de la ausencia que nunca nos abandonan y resplandecen después, convertidos en versos con los mejores esplendores. Sin embargo en esta colección de poemas, el poeta asciende a esa poesía que cuenta, recuenta, lamenta, reconoce y resuelve caminos de la confesión por amarga que esta sea. Confiesa en la hondura, en la más gris tarde de la vida sin temor de herirse a sí misma, como la poesía que ya no tiene hambre de vida, la poesía que ya está en el mejor lugar para vivir cantando en las palabras de un hombre que sigue en el camino, andando con lo poco y mucho de vida que le resta, con lo mucho que fue la vida en la paradoja de cantar para decir líricamente, que es poco lo mucho que fue nuestra vida entregada –como la de Campos– a la poesía, los viajes y los sueños.

Y aunque me duela decirlo –porque allí me acerco también yo y en su poesía puedo verme–, en este libro particularmente, encuentro una poesía con poca hambre de vida, leo una poesía que ya está en el mejor lugar para vivir cantando en las palabras y las sombras, la poesía de un hombre que sigue en el camino andado y se pregunta. “¿Dónde quedó lo que yo anduve? ¿Cómo saber si lo vivido fue?”. El pasado como la sombra que va al lado nuestro, el pasado como nuestro último compañero de viaje. De lo poco de vida de Marco Antonio, nos advierte también, que lo que en la vida pasó se ha ido y hoy es poesía y lo que nos ha dejado como tesoros quemados de la vida es fuego consumido. Cosas que se quedaron como humo en los ojos de la propia vida que gasta la poesía y ya no a manos llenas, sino con el cuidado y la certeza de no fallar con cada palabra, con cada verso, con el dardo exacto que atina al corazón de aquel que por las páginas donde se queda quieta pase. Y esas quizás son las únicas lecciones que el poeta lanza al aire del tiempo y al insumiso destino de cada hombre.

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