Por Victoria Hernández

En 1889, el gobierno belga estipuló que el neerlandés y el francés serían las lenguas oficiales del país. Han pasado más de 100 años y la población aún no es bilingüe, ni se espera que lo sea pronto.

Ganas de aprender la lengua de los vecinos , hay. El problema es la diferencia abismal de los sistemas educativos: los niños flamencos están expuestos al francés desde temprano y, en promedio, se les enseña hasta cinco años antes que a los niños francófonos.

La actitud también varía mucho entre regiones; si uno va a Flandes e intenta hablar las pocas palabras de neerlandés que logró aprender, la gente lo aplaude, aprecia su esfuerzo y hasta se sorprende.

Por el otro lado, si uno intenta hablar el poco francés que tiene en Valonia, se le desaprueba la mala pronunciación y los oyentes se quedan con ganas de más.

La mayoría tiene un nivel de inglés suficientemente alto para comunicarse.  ¿Por qué molestarse en aprender otra lengua?

Las dos regiones tienen sus propios comités para absolutamente todos los asuntos gubernamentales y de interés general, y cada una cuenta con su propia empresa de radiodifusión pública. En el mismo país se oferta contenido totalmente diferente a dos regiones.

Es muy interesante, como expatriado, tener en televisión el doble de oferta de entretenimiento; los mismos canales pero en dos lenguas, cada uno con su horario, comerciales y contenido. Vaya que se notan las diferencias. Los canales de habla francesa doblan todo su contenido importado, mientras que los canales de habla neerlandesa subtitulan y dejan el audio original.

Al tener dos idiomas, dos regiones y hasta dos televisoras, es de esperarse que los vecinos acostumbren estar juntos, pero no revueltos. En Bruselas, la gente frecuenta los bares y restaurantes donde se habla su idioma. Parecería una broma, pero es de los fenómenos de la capital.

Hay bares flamencos, franceses y los de extranjeros. Los clientes lo dejan ver en su forma de vestir, de comportarse y eventualmente al escuchar su lengua.

Fuera del pequeño circulo social bruselense en el que la gente es trilingüe, las cosas parecen marchar de manera paralela y nadie parece molesto con ello.

Es como si nos pusiéramos a pensar que en Puebla uno sólo frecuentara ciertos lugares por que se habla español en ellos  o porque no se habla. La idea es totalmente impensable en la Angelópolis, pero bueno, ¿Es que acaso hemos conocido a alguien que no quiere aprender español?

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