La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía /@QuintaMam

 

Diez, oye.

Sólo diez.

Diez fueron las gasolineras que como alcalde de Puebla logró construir y echar a andar el transparente Eduardo Rivera Pérez, coordinador en la entidad de la precampaña de la esposa de Felipe Calderón Hinojosa: Margarita / está linda la mar.

Lalo recurrió para ello a algunos personajes de su entorno.

A uno en particular: el intelectual del grupo: Abel Hernández.

Abel tiene algunas virtudes: fue mozo de espadas de Martha Sahagún y terminó convertido en el Rasputín de un zar venido de Toluca, Estado de México: Patria chica de nuestro héroe gasolinero.

Dos personajes más cerraron la trama: el recientemente fallecido “ingeniero Valdez” y el celebérrimo “Pitín”.

Ambos eran expertos en construir gasolineras.

(“El Pitín” lo sigue siendo).

Los permisos —las concesiones— las consiguió el entonces alcalde de Puebla gracias a sus buenas relaciones con el gobierno de Felipe Calderón.

Todos los involucrados lo saben —el hipócrita lector también—: las gasolineras no son negocio “por las buenas”.

Y es qué hay que corromperse a fondo para que esas empresas dejen dinero.

¿Qué significa eso?

Meterse en las aguas negras del negocio.

Esto es: comprar gasolina robada, intervenir las máquinas expendedoras para que den litros de 800 mililitros y sobornar a las autoridades federales.

A todo esto ha recurrido Lalo Rivera en aras de tener ganancias.

En otras palabras: tiene las manos llenas de petróleo, sí, pero también de mierda.

Y ya se sabe: la mierda —cosas del barroco español— tarde o temprano apesta.

Y cómo apesta, oye.

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