La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía

 

Primero se desató una fiebre en las redes sociales por los quince años de Rubí.

Luego se soltaron los demonios con las gracejadas de un tal Lady Woo.

Ahora hay una ola desbocada con el tema de los supuestos saqueos de tiendas y súper mercados.

Todo esto con una proliferación de guerreros vengadores que hacen justicia por su propia mano ante los atracos en autobuses y camiones urbanos.

En las redes sociales hay un delirio permanente.

Todos los días, a todas horas, aparecen aplaudidores de estas expresiones.

De lejos esto se ve como una expresión lúdica para contrarrestar el mal humor social generado por la violencia, la corrupción y los gasolinazos.

De cerca todo es más claro: es la cultura del fascismo la que recorre nuestros mundos cercanos: los mundos de los mexicanos.

Queremos acabar con las instituciones para empezar de cero.

Queremos enrarecer el ambiente a puro tuitazo.

Queremos ser los protagonistas del desastre.

Auténticos pobres diablos usan las redes sociales para alentar expresiones de odio.

Algunos tuiteros serios caen en la trampa tendida por esa legión de imbéciles.

Aplaudimos sin saber por qué y reivindicamos la justicia que se hace al margen de la justicia.

Somos los guerreros vengadores en la hora prometida.

Hay algo podrido en nuestra Dinamarca mental, oye.

Echémosle fuego a lo que queda.

Por cierto: en este contexto de descomposición surgió un rejoneador mediocre —Emiliano Gamero— que gusta de golpear a sus caballos con una cadena.

Gracias a que uno de los suyos lo filmó fuimos testigos de esa representación taurina de la estupidez humana.

Horas después —una vez que la opinión pública lo había crucificado—, el patético personaje salió a pedirle perdón a los caballos en un español de quinta.

(Lástima: los caballos no se enteraron del detallazo porque no son adictos a los videos de YouTube ni revisan la prensa en sus equipos).

¿De qué nos asustamos?

Salvo honrosas excepciones, los taurinos son como el rejoneador: tipos frustrados que disfrutan ver sufrir a los toros mientras beben vino de dudosa calidad en botas apestosas.

Se creen parte de una tradición cultural que data de varios siglos, pero son incapaces de hablar en un español decente.

Ya consumada la terapia criminal del día, los taurinos —esos taurinos— se ponen a hacer negocios sobre los cadáveres con cuernos.

Así lo hicieron en los mejores días de Mario Marín, quien, faltaba más, es un taurino de cepa.

De ese estiércol está hecha una parte de la fiesta brava.

Qué asco.

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