La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Mario Marín Torres es un personaje de novela rusa que nunca entendió que su destino sería como el de un personaje de novela negra.

Hay marinistas puros que me reclaman que siga hablando del ex gobernador más impresentable de Puebla y uno de los más desprestigiados del país, como diría el demócrata Manuel Bartlett Díaz.

Hace unos días, dos nostálgicas del marinismo me lo escribieron claramente en mi perfil de Facebook.

Una de ellas, furiosa por mi insistencia en recordar el affaire Marín-Cacho, estalló y me dijo que por qué me empeñaba en hablar de un sexenio que había terminado hace diez años.

Un lector atento —un hipócrita lector atento— la corrigió diciendo que estaba equivocada, pues el sexenio de Marín había concluido apenas hacía seis años.

Los dos tenían razón, pero más la marinista pura —y enojada y furiosa y dueña de una bilis espectacular—, una vez que estuvo más cerca de la fecha en la que concluyó brutalmente el sexenio de Marín.

Vea el hipócrita lector:

Marín arrancó su administración el 1 de febrero de 2005 y la concluyó el 14 de febrero de 2006, cuando Carmen Aristegui y el periódico La Jornada —hoy en quiebra técnica y moral— dieron a conocer la conversación telefónica entre nuestro héroe de esta película y el empresario Kamel Nacif.

Ese día —maldito, inhóspito día para los marinistas de cepa—, el gobernador de Puebla quedó convertido en un paria de la vida nacional.

Y ese día, aunque no formalmente, terminó su gobierno de una vez por todas.

Cierto: quedaron vivos en su granja algunos marranitos, un par de guajolotes y ciertos periodistas que lucraron con su desgracia como Dios manda.

Pero ése ya no era un gobierno.

Ésa —oh, dioses— era una granja con algunos marranitos, dos guajolotes y ciertos periodistas.

Mario Marín nunca olvidará esa fecha porque antes del affaire con Lydia Cacho gustaba celebrar a su compadre El Vale y a sus múltiples compañeras que disfrutaban su corazón abierto.

Un corazón tan abierto que ofrecía —generoso— camarones procesados y un vino blanco más barato que pegarle a Dios.

Cuando el fantasma de Lydia Cacho llegó a su vida entendió que el infierno llega en forma de periodicazo y que simple y sencillamente ya no hay vida después de él.

Pero las marinistas —y los marinistas— no entienden de esa retórica huera y se esfuerzan en defender a su patrón desde las cloacas de las redes sociales.

Qué le vamos a hacer.

Otra marinista me increpó ante el nacimiento del programa de radio 3de3 y me dijo que me felicitaba aunque nunca, jamás, me escucharía.

Y dijo más: “Ya ni te leo porque desde hace mucho no estoy de acuerdo contigo”.

Las ánimas de Sayula se apoderaron de mí, entenderá el lector.

Y un denso vaho semejante a las virtudes humanas me empujó a escribir esto que parece una columna, pero que no lo es.

Oh, tú, hipócrita lector.

 

La Importancia de ser Alcalde

Leo Paisano se reinventó cuando un personaje de su entorno dejó de pesar en él.

Entonces reorganizó su administración, renovó las áreas huecas y se dio a la tarea de no volver a caer en espejismos.

Hizo bien.

Hoy el alcalde de San Andrés Cholula goza de una buena fama pública que le ha permitido generar una obra pública tan grande como su municipio: uno de los más importantes del estado.

Se dice fácil.

No lo fue.

Con su particular estilo ha logrado tejer las fibras sociales y reencontrarse con su gente.

Ha sabido también atraer importantes inversiones.

Hay que decirlo: le quedan todavía cerca de 22 meses para culminar una administración que será recordada por los cholultecas del lado de San Andrés, muy diferentes a los que viven y padecen al impresentable que mal gobierna San Pedro.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *