La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

Leer el texto “Nuevo Feminismo” de Valeria Luiselli me provocó una inédita simpatía por ella.

Debo confesar que antes de que llegara a mis manos “Los Ingrávidos”, tenía ciertos prejuicios. Todos sobrevenían por la eterna guerra entre, los así llamados, “jóvenes intelectuales” que circundan al mundillo literario mexicano.

Antes de leer “Los Ingrávidos” y “La historia de mis dientes” creía (mal hecho) lo que algunos de mis amigos escritores decían: que Valeria Luiselli era una “niña bien” con muchas lecturas (y un esposo famosillo en el medio) que había dejado la aldea y que desde la cómoda comodidad de un apartamento en Harlem escribía lo que su perspectiva aburguesada le permitía ver.

¡Qué mala leche de los que me injertaron ese juicio al vapor! Y qué estúpida fui al dejarme llevar por su resentimiento social.

Por eso, y por muchas cosas más que a continuación enunciaré, no puedo ponerme en el conjunto de las buenas feministas.

No puedo porque descalifiqué la valía de una compañera por la vida que le tocó vivir, y que a mi parecer, desde esta nueva visión, ha sabido llevar con dignidad.

Digamos que Luiselli ha sabido acallar la maledicencia con refinamiento einteligencia, con un excepcional trabajo reconocido no sólo entre los escritores mexicanos de su generación, sino por importantes críticos literarios. Esos críticos que poco tienen que ver con el nauseabundo círculo cuatachista y alcahuete dedicado a catalogar lo que a su provinciano parecer es buena o mala literatura mexicana.

No está de más acotar que dentro de este tribunal estético hay muchas mujeres que, sin temor a equivocarme, son las primera en meterle el pie a esas otras mujeres cuyo “pecado” es tener el talento del que ellas carecen. Pero eso sí; también son las manos que sostienen la bandera del feminismo por todo lo alto. Son expertas en manifestar su repudio contra la violencia de género, las injusticias laborales y la poca participación que le dejan al así llamado “sexo débil”, en las decisiones importantes de países e instituciones.

Esas jueces chocarreras son las mismas que hoy están linchando a Luiselli por ejercer su libertad de expresión.

Ya no entiendo: ¿somos o no somos libres las mujeres? Y si lo somos, ¿es legítimo defenestrar a una por ironizar con la idea de que el feminismo de hoy (como el de ayer) tiene muchos bemoles?

¿Valeria Luiselli es una mala feminista o una mala mujer o una traidora a la causa o parte del sistema patriarcal, por publicar lo que muchas creemos y simplemente no sabemos exponer por falta de lenguaje o el propio temor a ser linchadas?

Todo parece apuntar que así es. Si no eres parte de la lucha callejera, si no sales a marchar, si no cambias los tacones por los tenis, y si eres más lectora de Schopenhauer que de Simone de Beauvoir, eres “La Enemiga”.

Atenta a la polémica que ha levantado el texto “Nuevo feminismo”, encuentro la respuesta de Esther M. García. Una carta abierta a Luiselli en la que “de la manera más atenta” le externa la incomodidad y el disgusto que generó su texto a todas aquellas mujeres que ven el feminismo, no desde la cómoda posición de la hija de un ex embajador, sino desde la mirada de las víctimas.

En pocas palabras, la carta es una sentencia absolutista ante el crimen atroz de emplear lenguaje políticamente incorrecto en un tema tan delicado como los derechos femeninos.

Lo risible es que el bastión del feminismo que critica Valeria utiliza los mismos métodos, la misma trinchera del machismo a ultranza: la intolerancia.

Hoy se le van encima hasta por publicar en El País (otro botón de muestra de la envidia y el resentimiento que suscriben las adeptas al “nuevo feminismo”).

No hay antídoto para el veneno que puede segregar una turba enardecida que se ha sentido ofendida. Quizás Luiselli lo sabía y por eso mismo decidió lanzar la bomba: para que todos fuéramos testigos de un espectáculo patético: la hipocresía de un movimiento parcial.

Abro el timeline de Valeria Luiselli y encuentro la carta abierta que Esther García le escribió. ¿Qué vemos antes del texto? El enigmático rostro de Valeria tachado con un círculo rojo. ¡Sí, un círculo! Como el que nos anuncia peligro, no estacionarse o prohibido el paso.

¿Cruzar la efigie de alguien no es acaso un acto de opresión, de prohibición e intolerancia?

Es contradictorio. ¿Intentan degradar a estatus de cucaracha a alguien que antes idolatraban sólo por ejercer su libertad de expresión? ¿Qué no es eso por lo que se lucha?

Hace un mes, la calle.

Hace un mes, miles de mujeres manifestándose en Washington y NY en una marcha legítima. ¿Qué manifestación pacífica no lo es?

Luiselli no lo dice, pero juro que pasó por su mente la imagen de esas mujeres que hoy sacralizan a Madonna por haber ido con ellas hombro a hombro.

Días antes de esa marcha, Madonna recibió un reconocimiento y ofreció un discurso muy “trendy”. Un discurso para ganarse el corazón de todas aquellas a las que antes les pintaba un dedo y que alguna vez la lanzaron a la hoguera por ser dueña de su cuerpo y enseñarlo como la industria lo requería para llenarse de billetes.

Ahora Madonna es una feminista que causa bostezos. Y si bien la vida es el lapso de tiempo en el que la feroz naturaleza nos pudre o nos tira del árbol para madurar, existe otro estadio fantasma: la simulación.

No creo en el feminismo que se decanta en el odio, pero desgraciadamente se está apoderando del mundo. El feminismo de “timeline” que invita a no usar tacones por ser aparatos “heteropatriarcales” de tortura. En cambio promueve el uso de tenis que parecen tanques. Tanques para ir cómodas a la guerra. Tanques para asegurar que las zancadillas propinadas a las “compañeras” las lleven directo al subsuelo.

Tampoco creo en las feministas que se “afean” voluntariamente para dejar de ser objetos sexuales.

Si eso es requisito para ser una buena feminista, no lo quiero.
Regreso a Madonna.

¿Cuándo optó por ser feminista de a pie?

Respuesta: cuando la carcaza se le oxidó y encontró el yoga (el om mani padme hum).

Curiosamente las feministas más congruentes que conozco no son ellas, son ellos.

¿Qué pasa con la mujeres que no podemos deshacernos de la capa de piel ofídica?

Históricamente la mujer ha tenido que reptar muchas veces. ¿Por qué? Por supervivencia.

Históricamente la mujer ha tenido que actuar con sigilo, desde las sombras, a hurtadillas. ¿Por qué? Por supervivencia.

El libro de libros, La Biblia, es un texto harto misógino y clasista. En él la mujer fue asociada al mal, a la serpiente… Reptar. Morder, ¿por qué? Por supervivencia.

La historia, ¡ay!, ese viejo persistente que nos azota para no olvidar.

Las que no nos asumimos como feministas, y las que lo son, debemos conocer esa historia; a los hombres y mujeres que lucharon para que hoy podamos ser libres.

Para andar con pancartas y raparnos un lado de la cabeza, pero también para escribir textos críticos sobre el propio movimiento, sin temor a ser defenestrados (si es que todavía quedan ventanas por las que pase un cuerpo humano).

Sólo conociendo la historia se puede ironizar sobre ella.

Sólo conociéndola se puede ubicar la tangente donde algo sublime se volvió ridículo (y viceversa).

Dudo mucho que Luiselli desconozca esa historia, sino todo lo contrario.

A Valeria no la están condenando por un texto “desafortunado”.

La condenan por no vivir en la provincia (mental y física).

La condenan por haber ido a un buen colegio.

La condenan por ser hija de Cassio Luiselli.

La condenan por ser guapa.

La condenan por ser traductora de sus propios textos.

La condenan por ser una de las pocas mexicanas que publica en El País.

La condenan por que sus libros ganan premios internacionales.

La condenan por haber tenido la buena (mala) suerte de sentarse en la misma mesa que Mandela.

La condenan por haber escrito una de las novelas más impecablemente estructuradas de los últimos diez años: Los Ingrávidos.

La condenan porque la hace bostezar un corro de muchachas que un día marchan y al otro día sacan el cebollero para tasajear al crítico.

 

No se puede debatir con nivel si una de las partes se monta en el potro del resentimiento social para defender su postura.

Como Valeria no es “barrio”, su opinión no se respeta. Ergo, el nuevo feminismo es también un movimiento clasista.

Que yo sepa, ser “intelectual” siempre ha implicado pertenecer a una élite.

¡No, señoras! ¡A ustedes no les indigna el texto de Valeria!

Un texto con sentido del humor. Un texto que escapa de los cartabones y muestra cuán nefastas pueden ser algunas féminas. Un texto que pone de lado la práctica nociva de lo “políticamente correcto” que tanto consignan y ponen con foquitos de colores en sus pancartas.

Lo que les irrita es que una mujer haya triunfado fuera de la aldea, y que esa mujer tenga una herramienta muy poderosa en casa: el lenguaje.

¡He ahí la ambigüedad de su lucha!

Termino este texto-defensa enlistando las causas por las cuales no puedo asumirme como feminista.

1. He deseado el hombre de otra mujer, y se lo he robado sin contemplaciones.

2. He bostezado cuando una mujer jura ser feminista y al otro día emprende una campaña de odio en contra de su vecina.

3. He disfrutado deshaciendo una o dos o tres honras.

4. Prefiero leer a Nietzsche que a Mary Wollstonecraft.

5. No votaría por una mujer sólo por ser mujer.

6. Cuando he tenido la oportunidad de escapar hacia mi libertad, me he quedado por comodidad y por el ideal romántico.

7. Leo Vanity Fair. Soy adicta a la moda. Tengo más de 100 pares de zapatos.

8. No tengo amigas. A las pocas que les he dado mi confianza la han traicionado.

9. Los maestros más importantes de mi vida han sido hombres.

10. Creo férreamente que Scarlett Johansson era mucho más guapa con cabello largo.

Como verán soy un monstruo, y como no puedo ser una buena feminista, prefiero ni simularlo.

Creo que he sido congruente en mis textos y en mis acciones… aunque sean condenables.

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