La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Tengo varias imágenes de José Juan Espinosa.

Cuando lo conocí supe de entrada que era un paria.

Un paria audaz: con esa audacia que tan bien se les da a los pendejos.

Su limitación verbal me dejó ver una limitación aún más grande: la del razonamiento.

José Juan quiere parecer inteligente y eso lo hace resbalar.

Tiene una urgencia —que ha crecido con el tiempo— por impresionar a su interlocutor.

A mí me impresionó que un tipo tan limitado fuera diputado local.

La primera vez que escribí de él fue cuando reseñé su boda en un lugar de Morelos.

Y es que en aras de sacar lucro político y económico no tuvo empacho en que su padrino fuera el mismísimo —ya para entonces malogrado— Mario Marín Torres.

Sobra decir que el discurso público de nuestro personaje chocaba una y otra vez con sus actos privados.

A la imagen limitada que me generaba se sumó la falta de congruencia y un cinismo a prueba de balas.

Otra sorpresa grande sobrevino cuando lo vi en un templete con López Obrador.

No cabía en mi cabeza que el ahijado de Marín se codeara con un personaje de la talla de AMLO.

Se lo comenté a alguien cercano al entonces líder perredista.

Me dio la razón en el momento.

Su respuesta me recordó a la de Eisenhower cuando le dijeron que Anastasio Somoza —el tirano nicaragüense— era un “hijo de puta”.

—Sí —respondió el entonces presidente de Estados Unidos—. Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.

Me quedó claro que López Obrador no quería reclutar monjes en su conquista del poder, sino personajes de carne y hueso y uno que otro hijo de puta.

(Con Miguel Barbosa en el costal, así como otros personajes, cada vez entiendo mejor esa metáfora).

De eso se trata la política, incluso la de la república amorosa.

Una vez escribí varias columnas sobre los oscuros negocios que Espinosa hacía aprovechando que era dirigente del partido Convergencia.

Mi lógica era elemental: el dinero público de los partidos no puede usarse para favorecer negocios privados de los dirigentes.

Era como si Beatriz Paredes gastara el dinero del PRI en una maquiladora de jorongos de su propiedad.

Tras la publicación documentada de sus irregularidades lo invité a ser entrevistado en un programa de radio que dirigía y conducía por esa época.

Con la audacia de los pendejos me respondió que sí, que claro, que faltaba más.

Y se presentó en los estudios.

La entrevista fue un caos.

Y es que José Juan balbuceaba al tiempo de negar las evidencias.

Papeles en mano, le fui preguntando tema por tema.

Sus ojos se cubrieron de lágrimas.

“Va a llorar”, me dijo La Tucita, mi feliz co-conductora.

“Pinche Mario, no seas cabrón con este pobre pendejo”, agregó.

Le abrí la puerta del corral y lo dejé salir por peteneras.

Ya había olvidado estas historias, pero José Juan hizo que este martes regresaran como unas cabras locas.

Todo ocurrió cuando vi el video de la penosa conferencia de prensa que ofreció y que fue aprovechada por Nacho Juárez, subdirector de 24 Horas Puebla, para interrogarlo sobre otras, nuevas, chapucerías.

Al verlo fuera de sí me pregunté varias cosas.

Una: ¿Cómo es que este hombre tan lerdo puede aspirar a ser gobernador?

Dos: ¿Cómo le hacen Rodolfo Huerta y Luis Alberto Arriaga para ser aplaudidores de este personaje?

Y tres: ¿Cómo le hace López Obrador para tener tan cerca a un pillo redomado como él?

Con esas preguntas me quedo, hipócrita lector.

No las puedo responder.

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