La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Una voz me dijo en el restaurante Azur varias semanas después de que se dio la elección por la gubernatura de 2016:

¿Te sentarías con Blanca Alcalá?

La elección por la gubernatura acababa de pasar.

Nos habían servido un cordero al horno, una sopa verde, una ensalada de anchoas.

No lo dudé.

Dije que sí.

¿Cuándo?

Ya.

¿Cuándo?

Pronto. Lo cruzo con ella y te digo.

Dime una fecha.

Va.

¿Fecha?

Pronto. No desesperes.

No desespero. Tú fuiste quien me dijo que si yo quería sentarme con ella.

Cierto.

¿Entonces?

Entonces ella me dijo —esa voz— que me buscaría y que la cita sería en su casa.

En la casa de la convocante.

Acepté.

Llegó el día.

Yo tenía emociones encontradas:

Conocía a Blanca desde los años noventa.

Desde entonces me parecía una mujer brillante, inteligente —no es lo mismo—, sensata, informada…

Y con una característica importante:

No se sentía parte de la lucha del género.

Eso me hizo verla con otros ojos.

Fue por eso que nos hicimos amigos.

Llegó el día del encuentro.

La voz que nos convocó nos reunió en su casa.

Llegué puntual pensando que Blanca no estaría.

Ya estaba ahí.

Mañana continuará esta historia.

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