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La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud, dijo Julio Torri.

Yo haría esta paráfrasis:

Toda la historia de la vida de un país está en las actitudes de sus ciudadanos.

He aquí un ejemplo:

Se llama Antonio Tarín García —tiene nombre de personaje de novela—, es chihuahueño —como los perritos— y fue acusado de peculado por 300 millones de pesos, que es un delito menor en su estado.

En los tiempos del hoy prófugo César Duarte, Tarín —suena a Torrín— ocupó un alto encargo: estuvo al frente del poderoso Comité de Adquisiciones.

En otras palabras: él compraba desde un lápiz hasta un avión.

Todas las compras del gobierno pasaban por sus manos.

En 2015, Duarte, que era su amigo, lo puso como suplente de Carlos Hermosillo en la puja por las diputaciones federales.

Hermosillo venía de haber sido funcionario de Duarte y de haber visto pasar su fortuna personal de 500 mil pesos a 15 millones de pesos.

(Eso, claro, en el área grande de lo visible).

Ahora que Hermosillo murió arrollado por un tráiler, hubo velorio y todo lo que se acostumbra en esos casos.

(México es el único país donde los políticos mueren a manos de un trailero. Antes —en los tiempos de Tina Modotti— morían en los asientos traseros de un taxi. Clouthier fue arrollado por un tráiler después de la Caída del Sistema del demócrata Bartlett. Y como él, otros muchos).

Cuando murió Hermosillo, Duarte ya era un ex gobernador investigado por la Fiscalía de Javier Corral.

En esas circunstancias, y ante el temor de ser aprehendido en el velorio, nuestro héroe prefirió no ir.

Quien sí fue y estuvo de lo más feliz fue el licenciado Tarín.

Y es que, ante el futuro inmediato lleno de oprobio y cárcel, vio la posibilidad de tener fuero constitucional.

Cuando sus fuentes le dijeron que la Fiscalía estaba a punto de obsequiarle una bellísima orden de aprehensión, aceleró los trámites para rendir protesta como diputado federal y, en consecuencia, obtener el fuero constitucional.

Este martes, Tarín llegó en evidente estado de shock a rendir protesta.

De hecho su tema estaba en el orden del día.

Los panistas se inconformaron y el PRI terminó por ceder.

Resultado: Tarín no rindió protesta.

Otro en su lugar se hubiera retirado a sus habitaciones, pero Tarín optó por ingresar al cubículo que fue de Carlos Hermosillo y ahí pasó 15 horas.

Y es que los ministeriales de Chihuahua estaban afuera de San Lázaro.

En una oficinita de 3 por 2, Tarín y un colaborador suyo pasaron la noche.

Muchas dudas asaltan:

¿Cómo le hicieron para ir al baño?

¿Quién durmió en el sofá de dos plazas y quién en el piso?

¿De qué hablaron durante esas 15 horas?

Cuando amaneció, Tarín se lavó la cara, se acomodó el cabello, se arregló la corbata —roja, del PRI, faltaba más— y se fue a refugiar al restaurante de la Cámara de Diputados.

Hasta aquí, pese al surrealismo de la historia, todo tenía cierto sentido.

Lo que no nos cabe en la cabeza es una cosa:

¿Cómo le hizo Tarín para que sin ser diputado federal se le permitiera pernoctar en San Lázaro?

¿En qué estaba pensando la panista que ocupa la Presidencia de la Mesa Directiva?

¿Por qué no permitió que los ministeriales entraran y aprehendieran a Tarín?

¿De qué canonjías goza un ciudadano que aspira a ser diputado?

Lo normal en Noruega o en Finlandia hubiera sido que Tarín hubiera sido echado a la calle o, en su defecto, que los ministeriales hubieran entrado por él.

Lo normal.

No es el caso.

Dentro de la anormalidad democrática en la que vivimos, tiene mucha lógica que lo hayan protegido con un fuero constitucional del que carece.

Mucho se ha escrito sobre el fuero.

La mayoría de los analistas confunde el fuero con la complicidad.

Sabio como es, don Guillermo Pacheco Pulido nos dijo en una entrevista reciente que el fuero no es lo que parece.

Pero eso se lo platicaré mañana.

Pobre país.

Pobre patria mía.

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