El gobierno ha implementado operativos de vigilancia, cámaras y botones de pánico, para hacer frente a la inseguridad en las rutas urbanas

 

Por Guadalupe Juárez y Mario Galeana

Hay cinco formas distintas de ser víctima de un delito al viajar en transporte público, y todas pueden pasar en minutos.

Desde afuera se observa un autobús que avanza por las calles, pero adentro ocurren el robo violento y el de carteristas, el asesinato, el acoso sexual, el secuestro exprés, los gritos y el pánico.

El gobierno lo ha intentado todo: botones de alerta, operativos de seguridad con binomios caninos, instalación de cámaras de vigilancia y, lo más reciente, un dispositivo que hará que el autobús brille desde el exterior cuando es asaltado.

Pero los delitos persisten.

Todo radica en la apariencia: en fingir que se es un pasajero más. “Se suben como si fueran usuarios y calles más adelante sacan las armas. A mí me tocó en La Libertad”, cuenta un chofer de la ruta 3.

“Le quitaron todo al pasaje, pero a mí me dio más en la torre porque me quitaron el dinero de la cuenta”, dice, enojado. “La cuenta” es eso por lo que manejó más de 12 horas al día. “La cuenta” es todo.

Con la práctica, la de ser víctimas, los conductores han creado sus propias conjeturas sobre el modus operandi de los robos: “Me imagino que han de traer un carro adelante, que se suben y vámonos. No creo que se vayan a pie. A mí me tocó el asalto hace como un mes”, relata un chofer de la ruta 18, una de las más peligrosas de la ciudad, de acuerdo con el Consejo Ciudadano de Seguridad y Justicia (CCSJ) y el Centro de Integración Ciudadana (CIC).

Y han creado, también, una radiografía del crimen: cualquier conductorexperimentado de la ruta 33 siente un escalofrío cuando recorre el bulevar Las Torres, entre las avenidas 16 de Septiembre y Zaca-poaxtla, al sur de la capital.

“En esas calles están los rateros, por lo regular los asaltos son en la noche. Lo que pasa es que en esa avenida no transita más que esta ruta y uno que otro carro, y (el camino) está sólido”, asegura uno de ellos con el gesto tibio, como si hablar de asaltos fuera igual que hablar del clima.

En la incidencia delictiva, algunas autoridades vieron la posible complicidad de los choferes en los robos. En octubre de 2016 el gobierno de la ciudad de Puebla propuso revisar el historial de los choferes de las 10 rutas con más asaltos registrados.

De enero a agosto, las más peligrosas fueron las rutas 14, 72 y CREE -Madero. Y luego se sumaron las rutas 38, 50, Flecha Azul, 3, 33, 2000 y 27 A. Por ello, en algunas de ellas se propuso la instalación de botones de pánico o de alertamiento temprano, para que los policías municipales actuaran más rápido ante un asalto.

Pero el temor persiste. “Cuando a mí me pasó, nos pidieron agachar la cabeza y darles nuestros celulares y todo lo que trajéramos. A varios de los pasajeros les dieron un cachazo en la cabeza porque no quisieron dar sus cosas o trataron de esconderlas”, dice una usuaria que sufrió un atraco en la ruta Bicentenario. El nombre se lo reserva, pero la historia la hace pública.

Los más afortunados no se enteran que fueron robados. Emmanuel, un estudiante de Bachillerato, viajaba en la ruta 72 A cuando volvía de la escuela. Eran las 14:00 horas y el autobús estaba atiborrado.

“Sentí que alguien me empujó, y no me di cuenta que se llevaban mi cartera hasta que me bajé y ya vi que ya no estaba en la bolsa trasera de mi pantalón”, cuenta.

Cuando los robos son colectivos, los ladrones obtienen al menos 30 mil pesos, según cifras de la Asociación Mexicana de Transportes y Movilidad (AMTM). Entre el tiempo que significa denunciar, los choferes pierden también cuatro mil pesos.

 

El acoso sexual

El autobús avanza y el miedo paraliza. El transporte público las ha hecho víctimas, sobre todo a ellas. Según indicadores del Ayuntamiento de Puebla, una de cada dos mujeres ha sido agredida sexualmente al viajar en el ransporte urbano.

La agresión sexual ocurre de tantas formas: con miradas lascivas, con roces y, a veces, también, se nutre de la indiferencia del resto de los pasajeros.

En abril del año pasado, una colaboradora de esta casa editorial viajaba a bordo de la unidad 41 de la ruta Azteca cuando fue acosada. Buscó ayuda en el conductor pero la respuesta la detuvo en seco:

“Si quieres ir cómoda, toma un taxi”, le contestó.

Ella logró fotografiar tanto al conductor como al agresor, y difundió sus rostros a través de redes sociales. Pero lo más grave es que no todas las mujeres consideren que las conductas lascivas sean objeto de castigos.

Según un diagnóstico realizado por ONU Mujeres y el gobierno municipal de Puebla, 40% de ellas no cree que el acoso sexual sea un delito.

Los autobuses avanzan y el miedo aún paraliza.

Las muertes

Las unidades de transporte van llenándose de luces rojas y azules, y a veces también de médicos forenses. Entre los robos, el plomo ha cobrado varias vidas. Una de ellas se perdió el 8 de octubre, en la Ruta 19: un carpintero cayó fulminado, mientras el autobús avanzaba por la colonia 10 de Mayo.

El hombre estaba a unas cuantas calles de casa, hasta que los ladrones subieron. Una mujer se negó a entregar su bolsa y, entre el forcejeo, la bala lo alcanzó.

Otro caso similar consignado por medios de comunicación fue el de un joven de 25 años –apenas una semana después del primer evento– en la ruta 65, a altura de la unidad habitacional Volkswagen II.

Erick Ernesto Bolio López fue asesinado tras defender a una mujer con su bebé, que era agredida por los sujetos armados.

 

Secuestro exprés

En octubre de 2016 se registró un caso de secuestro exprés en el que dos sujetos armados se robaron una camioneta de transporte público con cinco pasajeros y el conductor.

El atraco se registró en la ruta 64-B alrededor de las 21:00 horas, y las víctimas fueron abandonadas en distintos puntos de la autopista México-Puebla.

(Con información de Berenice Martínez)

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