La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Enrique Ochoa Reza, presidente del CEN del PRI, convocó a los principales liderazgos de su partido a una reunión privada a realizarse el próximo jueves a las 18 horas en el auditorio Plutarco Elías Calles.

El mismo día, a la misma hora, Rosario Robles, titular de la SEDATU, estará en Puebla para destapar a un empleado suyo: Juan Carlos Lastiri, subsecretario de esa dependencia.

La acción de la señora Robles no va dirigida en contra de Ochoa Reza.

Lo que en realidad está haciendo es desafiar al mismísimo presidente Peña Nieto.

La semana pasada, las finísimas personas que se venden como priistas puros e independientes —Ivonne Ortega, Ulises Ruiz y otros gatopardos— plantearon que el candidato del PRI a Los Pinos debe de salir de una consulta directa a la base, idéntico planteamiento al que ha venido vendiendo Lastiri en aras de ser el candidato a Casa Puebla.

¿Qué une a todos éstos?

Quebrar la eventual candidatura de José Antonio Meade y evitar que al interior del partidazo se abran los candados.

Todo un tema que estallará en el contexto de la inminente asamblea nacional.

 

Los Cuentos de Siempre. La gente asegura en todos lados que ya nadie aguanta la corrupción que ahoga a México y nos dicen que esto no da más y que si no se hace algo el México Bronco hará pedazos al país entero.

Leo en la más reciente columna de Guillermo Sheridan que cuando en 1951 vino a México Charles Burton Fahs, director de la División de Humanidades de la Fundación Rockefeller, “se fue a comer con Anita Brenner, quien le dijo que el ‘tapado’ sería Adolfo Ruiz Cortines, señor que le parece decente. Que el preferido de Alemán era otro veracruzano, Casas Alemán, pero que fue vetado porque la gente ya está harta de la corrupción en México”.

1951.

La gente, harta de la corrupción.

Han pasado 66 años desde entonces y la gente sigue harta.

Hoy nos dicen lo que nos decían entonces los “analistas”: que el país no aguanta (aguantaba) más y que esto (aquello) está (estaba) por explotar.

Leo en “Historia de dos ciudades”, de Dickens, que en el año de Nuestro Señor de 1775 en Inglaterra “apenas había orden o seguridad suficientes para justificar la jactancia nacional” y que “no pasaba una noche sin robos a mano armada y audaces asaltos en medio de la calle hasta en la misma capital. (…) El ladrón nocturno se transformaba de día en mercader de la City, y cuando era reconocido y acusado por uno de los comerciantes a quienes asaltaba en su carácter de capitán, le disparaba atrevidamente un tiro en la cabeza y huía a todo galope”.

Han pasado 242 años y la escena sigue siendo la misma en todo el mundo, sobre todo —nunca “sobretodo”— en los países del Tercer Mundo.

En las calles se escucha (se escuchaba) que el país no aguanta (aguantaba) más y que esto (aquello) está (estaba) por explotar.

Y para colmo de males hay quienes publican malhumorados desplegados exigiendo que no haya un centavo más para los gastos en seguridad.

Son los mismos de siempre:

Los que lucran con todo pensando en las siguientes elecciones.

Y son también, curiosamente, los que provocaron que en 1951 la gente se hartara de la corrupción en México.

Vade retro, Satán.

 

Un Masculino se Puso su Sobretodo. La semana pasada, Fernando Pérez Corona le dijo a Francisco Zea en Imagen Radio que un “masculino” había asesinado a alguien o había sido asesinado por alguien o planeaba asesinar a alguien…

No entendí el contexto de la historia porque el corresponsal de Imagen ya había asesinado el lenguaje de una forma tan brutal que de no ser por el nuevo Sistema Penal Acusatorio a estas horas ya estaría purgando una severa condena en algún penal de alta seguridad.

Esto me recordó al académico de altos vuelos que en un escrito mal redactado puso “sobretodo” en lugar de “sobre todo” y me hizo pensar en esa amplia prenda de vestir, especialmente masculina, que cubre el cuerpo y se pone sobre otras prendas para protegerlas o abrigarse.

Cuando menos eso dice el diccionario de “sobretodo”, que poco se parece a “sobre todo”, de no ser en la pronunciación y en las vocales y consonantes que las forman.

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