Y si no, también

Por Carlos A. Alatriste M. / @carlosalatristm

La educación en tanto actividad humana que acontece en sociedad es un asunto que compete a la colectividad, en general, tanto como a los actores directamente involucrados en los procesos educativos, en particular, es decir, los docentes y los estudiantes. La noción de comunidad de aprendizaje es reveladora en la medida en que nos muestra que, si bien los procesos cognitivos acontecen en el cerebro de cada individuo tienen un referente y una repercusión en la escuela, la familia y otros ámbitos de participación ciudadana. Somos seres situados que aprendemos en contexto mediante interacciones complejas.

Hablemos pues del contexto. La llevada y traída crisis de valores no es sino una expresión de la fragmentación del pensamiento y la pluralidad de visiones acentuadas por la migración y el consecuente pluriculturalismo. A esto se suma el desarrollo tecnológico que no sólo implica el cambio de soportes para la información y la comunicación sino la reconfiguración cada vez más rápida de una nueva precepción y concepción del mundo. Las presiones económicas diluyen los roles y símbolos que daban sentido al actuar de los miembros de las distintas organizaciones. La diversidad de intereses políticos, la incertidumbre como horizonte, la exuberancia de datos y la velocidad con que fluyen, la ausencia de fines, son sólo algunos de los rasgos que caracterizan este río revuelto.

A partir de estos dos elementos, la conciencia de que la educación es social y que cada vez son menos cosas las que los individuos tenemos en común, pudieren explicarse los desafíos para la educación. Si bien es importante contar con un modelo educativo que esboce una finalidad, que proponga y exponga las intenciones formativas y recomiende estrategias para lograrlas, también es importante tener en cuenta que la atomización social y la multiplicidad de expectativas–promovida o al menos consentida por los defensores de lo políticamente correcto- genera una tensión entre un horizonte propuesto y un sinnúmero de escenarios deseados por los diferentes miembros de la sociedad (otra vez, no sólo los profesores y los alumnos).

¿Cómo puede resolver la Educación esa tensión y disminuir los problemas (o más bien síntomas) que preocupan a la gente? En primera instancia, creo, la falta de disposición o las actitudes que impiden alcanzar las metas educativas no se resuelvan pontificando una axiología que todos deben asumir por mandato de la autoridad ni con deliberaciones íntimas que sólo atañen a un individuo y se restringen a su fuero personal. Se trata de una crisis social derivada de las transformaciones  contextuales y quizá, en menor grado, de un uso perverso del lenguaje donde “nosotros” ha dejado de ser un pronombre incluyente para convertirse en una forma de subsumir, cuando no excluir y afectar a los otros.

Quizá –lo planteo como posibilidad- tendríamos que pensar la educación en términos de paradoja, oxímoron o contradicción insoluble: lo uno en lo múltiple, el todo en la parte y viceversa. Habrá que imaginar, entonces, la Educación y el Contexto como las dos caras de la moneda de la Vida: inconcebibles la una sin el otro. Quizá sea tiempo de habitar el mundo de otro modo o por lo menos esbozar nuevos horizontes en el ágora, dialogando temas transversales, problemas sociales de esos que a todos duelen, circunstancias que nos inquietan: seguridad, equidad, empleo, salud, sustentabilidad, consumo. Quizá valga la pena intentar la intervención educativa de otro modo, construyendo acuerdos que, aunque provisionales, sean promisorios. La transversalidad, en este sentido, supone una estrecha relación entre la escuela y el entorno y acciones que no admiten espectadores, sino actores.

La crisis de la educación es una crisis social, ya digo, porque la educación es tarea de todos y se le ha delegado a unos cuantos; porque cada quien tiene su idea de calidad educativa pero carecemos de un proyecto que oriente los esfuerzos con el mismo derrotero; porque se ha confundido el derecho a la educación con la posibilidad de tener una butaca cómoda y calientita en la escuela, porque todo se quiere resolver con manuales y mandatos; porque no faltan padres de familia que saben más que los profesores de pedagogía, estrategias didácticas y evaluación sin haber leído ningún libro sobre estos temas; porque también, es cierto, hay alguno que otro improvisado jugando a ser maestro; porque hay en la administración de instituciones educativas quien no tiene idea de lo que administra… y así.

Pero no se trata de abandonar la causa, por el contrario. Hablar de educación que queremos es definir el tipo de ciudadanos que estamos dispuestos a ser. Abordar el tema con seriedad no sólo en la temporada de las grandes reformas estructurales ya es ganancia, según mi parecer.

 

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