La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

El terrible asesinato de Mara Fernanda Castilla mostró de qué estamos hechos.

La joven de 19 años de edad fue a un antro con sus amigos y no se quiso regresar con ellos porque quien manejaría se había pasado de copas.

Por seguridad pidió un auto de Cabify.

Según los videos y las conclusiones de la Fiscalía, el chofer, de 21 años de edad, llegó hasta el fraccionamiento donde vivía Mara y estacionó el auto sin que ésta se bajara.

Media hora estuvo ahí.

Luego —según la reconstrucción de los hechos— el chofer pasó a un Oxxo a comprar cigarros, llevó a la joven al Motel del Sur —donde estuvieron cerca de dos horas, tiempo en el que la violentó sexualmente y la asesinó—, después de las 8 de la mañana salió del lugar y fue a tirar el cuerpo sin vida de Mara a un poblado.

Quedaron en claro varias cosas:

Que la empresa Cabify no es segura y contrata choferes sin mediar los protocolos básicos.

Que los antros se mueven en horarios anárquicos y cierran sus puertas hasta que el último cliente se haya ido, así sean los cuatro o las cinco de la mañana.

Que las redes sociales se mueven en los sentidos más opuestos: unos se fueron en contra de Mara Fernanda —incluso en espacios “periodísticos”— por haber “bebido demasiado”, otros se fueron en contra de la Fiscalía, unos más dijeron que el caso Mara sólo era un distractor para evadir información política, y no faltó quien acusara al Estado.

Este último señalamiento parece ser el más sensato, si tomamos en cuenta que el Estado mexicano está conformado, entre otros elementos, por el gobierno y los ciudadanos.

En ese sentido, en efecto, falló el Estado igual que en el caso de los desaparecidos de Ayotzinapa.

Y el culpable fue el Estado porque los ciudadanos —una buena parte— volvieron a matar a la víctima con sus comentarios irresponsables y vulgares.

Una chica de la edad de Mara tiene todo el derecho de vestir y pintarse como quiera, y es libre de acudir a los antros de su gusto a beber y a bailar.

Eso no la convierte en víctima propicia de un eventual asesino.

El problema es que —diría Amnistía Internacional—nuestro país sigue teniendo una cultura machista que propicia una doble muerte de las víctimas: la física y la mediática.

Y más: una cultura machista que ve a la mujer como mercancía sexual.

Basta ver cómo en las redes sociales circulan todos los días y a todas horas imágenes de mujeres semidesnudas con los comentarios más estúpidos y sexistas.

Eso que parece trivial evidencia una actitud discriminatoria en contra de las mujeres.

Expresiones como “ya es cancha reglamentaria “o “está en edad de merecer” se multiplican en Twitter y en Facebook, por no hablar de las conversaciones cotidianas saturadas de albures.

Qué divertidos somos.

Ufff.

Lo grave es que esto conforma una conducta social que normaliza la violencia —verbal y física— en contra de mujeres como Mara.

Vi a muchos indignados en las redes en estos días.

Leí que una gran mayoría propone que las autoridades entreguen al presunto delincuente para matarlo o torturarlo.

Vi mucho lucro político y mediático.

(Los detalles de la violación son, entre más morbosos, más redituables).

Cierto: el culpable fue el Estado.

El Estado conformado, entre otros, por el gobierno y los ciudadanos.

Nuestro mal humor social está por encima de las reglas mínimas para vivir y convivir.

La descalificación estúpida es parte de lo que nos hemos convertido.

Cuando vi lo que sucedió con Mara Fernanda tuve dos reacciones.

La primera, asombro.

La segunda, miedo.

Asombro, porque, adjudicándose una autoridad moral de la que carecen, salieron voces de todo tipo para pontificar sobre la tragedia de una joven de 19 años.

(Lo importante no era Mara, lo importante era usarla para nuestros fines mezquinos y egoístas).

Y miedo, porque no quisiera ver en mi entorno familiar y de amistades una historia como ésa.

Juan Villoro escribió alguna vez que desconfiaba de quienes en medio de una tragedia tienen más opiniones que miedo.

Twitter y Facebook han redimensionado la frase de Villoro y han exhibido todavía más nuestra miseria humana.

¿Qué sigue?

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