La Quinta Columna 

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam  

Ricardo Anaya y Rafael Moreno Valle han tenido encuentros y desencuentros.

Cada vez que surge uno de éstos no faltan las voces que aseguran que todo acabó para el ex gobernador poblano.

La tesis más socorrida —filtrada por Humberto Aguilar Coronado, mozo de estoques de Santiago Creel— es que en Puebla la determinación del candidato a Casa Puebla estará en manos de la dirigencia nacional.

En otras palabras: Moreno Valle no podrá meter ni las manos.

En la antesala de la salida del PAN de Margarita Zavala, los adictos a Anaya y la esposa de Felipe Calderón habían creado un solo bloque en Puebla.

No escasearon las fotos en cafés de dudosa calidad.

Aguilar Coronado, Eduardo Rivera y el “becario” Juan Carlos Mondragón aparecían sonrientes y felices.
Hasta Fernando “El Duque” Manzanilla celebraba las bodas del Cielo y el Infierno.

La imagen que daban era la de un grupo de cafeteros en busca de publicidad.

Hoy que la señora Zavala va por la vía independiente las cosas cambiaron radicalmente para ellos.
De hecho: nuestros personajes se fueron de los cafés sin pagar sus consumos.

Están virtualmente desaparecidos.

Un ejemplo de su extravío:

Eduardo Rivera tiene en su Twitter algo que parece ser una esquela: la carta de renuncia de Margarita Zavala.

Colaborador habitual de Javier López Díaz, su más reciente entrega fue sobre… Cristóbal Colón, a quien presenta como una especie de Steve Jobs rupestre.

Juan Carlos Mondragón seguramente debe estar buscando otra beca académica.

Está metido en un lío gordo: ignora con quién estarán sus lealtades.

Es el mismo caso del ex alcalde Rivera.

En público aparentan estar con Zavala, pero en privado presumen alianzas con Anaya.

Lalo Rivera, por ejemplo, jura que el enemigo de Calderón y la señora

Zavala ya le prometió que lo hará diputado federal.

¿Estará enterada la ex primera dama de estos acuerdos ominosos?

¿Tan rápido se quebraron las lealtades?

Beto Aguilar, finalmente, ya se deslindó de los zavalistas (¿queda alguno?) y sigue asesorando al principal asesor de Anaya: Santiago Creel.

En este país tendemos a olvidar las biografías.

Ya se nos olvidó que Creel tiene una luna de miel con la palabra derrota.

Siendo el candidato de Vicente Fox, perdió la nominación a Los Pinos con Felipe Calderón.

Hoy está llevando a la derrota a Ricardo Anaya.

Beto es también un campeón en estos menesteres.

Ha perdido todas.

La única vez que ganó no fue por él.

El triunfo se lo debió a su odiado Rafael Moreno Valle, quien se apresta a reunirse en estos días con Ricardo Anaya.

Señores cafeteros, ya paguen sus cafés.

 

Nuestros Años Felices.

Hace siete años conocí a la Negra. Yo venía de una gripe que me mantuvo en cama varias semanas. Sólo me levantó la certeza de que ese día conocería a una mujer incierta. Ella me había contactado a través de Facebook para un trabajo de ventas. Yo dirigía entonces el periódico El Columnista.

Quedamos de vernos en el Allegue de Angelópolis. Entre estornudos, toses y bufandas acudí a la cita. Veinte minutos después hablábamos de Tannhäuser con la emoción de quien ha descubierto a su gemelo de alma. En ese momento supe que no me separaría de quien además bailaba, pintaba y hacía música interior.

Le di el trabajo, pero no en el área de ventas, sino al frente de un suplemento cultural: La Loca de la Familia. Fue ahí donde Alejandra Macchia empezó a escribir. Recuerdo un primer ensayo suyo sobre Waldeen. Pésimo, mal escrito, sin ritmo ni matices. Siete años después no sé dónde quedó esa aprendiz. Y es que la Negra es ahora una escritora profesional doblada de una lectora voraz.

De todo ha pasado en nuestra relación a lo largo de estas 364 semanas. Pleitos, viajes, demonios y locuras. Pero también: pasiones, charlas y algunos cuantos libros. En estos 2 mil 555 días, ella escribió tres novelas y dos libros de cuentos. Yo, en cambio, una novela y dos libros de poemas.

Hemos también formado una familia. No me arrepiento de haber salido de mi cama de enfermo aquel 11 de octubre de 2010 para llegar a la cita con mi destino. Un destino pleno, inteligente y amoroso. Y aunque varias veces hemos roto vajillas metafóricas —ella sobre todo—, no me arrepiento de nuestras bodas del Cielo y el Infierno.

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