La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam  

Emmanuel y Mijares siguen llevando a los nostálgicos a sus conciertos.

Tres de ellos aparecieron este sábado: Mario Marín, Juan Carlos Lastiri y Ana Teresa Aranda.

Estaba por arrancar el concierto en el Auditorio Metropolitano —las luces se apagaban lentamente— cuando el ex gobernador de Puebla entró corriendo y se sentó al lado de su esposa Margarita.

Ya estaba ahí, con once lugares de diferencia, el subsecretario de la SEDATU.

Lo acompañaban su esposa y su hija.

A seis lugares de Lastiri, en tanto, esperaba el espectáculo una agotada Ana Teresa, así como su hija mayor y el esposo de ésta.

De vez en cuando los ojos de Lastiri buscaban a Marín.

Las canciones iban y venían.

Lastiri se movía en su asiento y coreaba algunas estrofas de Chica de Humo.

Ana Teresa hacía intentos infructuosos por sumarse al coro.

Cosa imposible.

Sus ojeras colgaban por la alfombra.

(El día empezó para ella cuando acompañó a Armando Ríos Piter —candidato “independiente” que responde a Luis Videgaray— a registrar sus aspiraciones. Ya se ve de qué lado masca la autodenominada “Doña”).

Marín no se inmutaba, a diferencia de su esposa, quien disfrutó el concierto más que todos los aquí citados.

Ya se sabe: los priistas —Ana Teresa incluida— sólo se emocionan con los discursos largos y aburridos que hablan de Dios, Patria y Ornato.

Algo que llamó la atención fue la falta de atención hacia las “figuras” locales.

Y es que nadie les pidió selfies ni autógrafos.

Fueron unos desconocidos totales en esa noche de chavos rucos.

De pronto Emmanuel lanzó su tradicional mensaje cristiano-evangélico-guadalupano.

Lastiri se emocionó como ninguno.

Y casi derrama unas lágrimas necesarias.

La noche se vino encima.

El público abandonó sus lugares lentamente.

Tarareando todavía.

Mario Marín ya no estaba.

Antes de que las luces se encendieran había salido entre piernas.

Ana Teresa Aranda buscaba sus ojeras en el piso.

Lastiri sonreía a todo mundo para ver si alguien lo felicitaba por ser el funcionario federal que más dinero ha tirado a la basura.

El sudor de Emmanuel y Mijares bañaba el escenario todavía.

 

El Gobernador que Hacía Negocios en México y Dormía en Texas

Hay revelaciones en la vida que de inmediato pasan a formar parte de la Historia Universal de la Infamia, antología básica en la que algún día todos estaremos: usted incluido, hipócrita lector.

El siguiente interrogatorio demuestra quiénes son y cómo son los políticos profesionales:

“La defensa preguntó por qué pidió abrir una oficina en Ginebra para hacer inversiones.

“—Porque para mí era de suma importancia la confidencialidad de mis inversiones.

“— ¿Por qué?

“—Porque soy político y en mi país todos los políticos tienen sus capitales fuera para evitar las críticas y especulaciones del pueblo. Además, a partir de 1982 y hasta 1986 el gobierno de mi país estableció el control de cambios para evitar la salida de divisas”.

Estas frases maravillosas las pudo haber pronunciado lo mismo Jordi Pujol que Javier Duarte, pero su autor fue un hombre que sabía que no había riesgo alguno en declarar como lo hizo.

Era, nos dicen, el México de la impunidad, y el autor de las frases se llamaba Emilio Martínez Manatou, ex aspirante a la Presidencia de México y gran amigo de Gustavo Diaz Ordaz.

Don Emilio —abuelo, faltaba más, del inepto Niño Verde— no fue llevado a prisión por sus lindezas, y fue nombrado gobernador de Tamaulipas para darle más fuero y poder.

Una vez ahí, siguió haciendo jugosos negocios todos los días hasta la una de la tarde.

(Su horario era implacable: de las nueve de la mañana a las 13 horas).

A esa hora tomaba su avión y se dirigía con algunos invitados a la Isla del Padre, en Texas, donde el gobernador tenía su hogar.

No vivía ni en Tampico ni en Ciudad Victoria.

No.

Vivía en una residencia maravillosa metida en la Isla del Padre.

En Estados Unidos.

Y entraba y salía como en su casa.

Ya ahí, bebía y comía como rey, y sacaba a colación sus temas recurrentes: el día en que su “hermano” Gustavo Díaz Ordaz le dijo que no sería su sucesor y lo que pudo haber hecho de llegar a despachar en Palacio Nacional.

Martínez Manatou prohijó a varios políticos de la generación de José López Portillo —quien, como presidente, lo hizo gobernador—, estirpe de semidioses a la que López Obrador es tan afecto.

Y es que cada vez que puede se refiere a esos hombres como los últimos gobernantes demócratas y nacionalistas.

Despachar en Tamaulipas y comer y dormir en Texas.

Qué nacionalismo tan vibrante, por vida de Dios que sí.

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