La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

Eran las cinco de la tarde cuando Enrique Peña Nieto recibió a Manlio Fabio Beltrones en su privado de Palacio Nacional.

—Señor, gracias por atender mi llamado.

—Ni me digas, querido Manlio. Siempre es un gusto pelotear contigo.

—Seré breve, Señor, habida cuenta que entiendo que tendrás una comunicación telefónica con el presidente Trump.

—Valoro tu gesto, líder.

—De un tiempo a esta parte he tenido interlocución con varios personajes ligados a Andrés Manuel. Desde Porfirio Muñoz Ledo hasta Santiago Levy.

—Qué pena lo de Levy. Jamás pensé que alguien como él tuviera ligas con el Peje.

—Pues las tiene, y muy profundas, señor. El caso es que hay algo que cada vez nos va quedando más claro: Andrés Manuel se ha vuelto inalcanzable. El viejo sueño de don Fidel Velázquez de los veinte millones de votos se hará realidad con él. Encuestólogos de primer nivel aseguran que se embolsará veintidós millones de votos en 2018.

El presidente abrió los ojos desmesuradamente en esta parte del diálogo.

No daba crédito a lo que oía.

Antes de que soltara una risita falsa, tosió con una tos seca, rasposa, inédita en él.

Beltrones continuó hablando arqueando las cejas como era su costumbre.

—Roy Campos y Ulises Beltrán, que son de toda tu confianza, confirmaron esos números.

—¡A mí no me han dicho nada de eso! ¡Te engañaron! —dijo un cada vez más iracundo Peña Nieto.

—No te lo dijeron porque te tienen miedo, señor.

El ambiente se tornó hostil.

Beltrones retomó el hilo.

—Leopoldo Gómez me confirmó lo que todos sospechábamos: los cambios en Televisa son para que el interlocutor de Andrés Manuel sea Bernardo Gómez. Es al único que le tiene confianza ahí adentro. De hecho, Andrés Manuel le pidió a Azcárrraga que como un gesto de buena voluntad con el nuevo gobierno se exiliara a Estados Unidos.

—¡Polo no me ha dicho nada!

—También te tiene miedo, señor.

Peña le dio un trago amargo a su café.

Beltrones tomó su vaso de agua y jugó con él.

Parecía disfrutar ese momento.

No cualquiera desquicia a un presidente de la República en su privado de Palacio Nacional.

—Ante ese escenario atroz logré una negociación, señor.

—¡Nadie te autorizó a hacerla, Manlio!

—Los intereses de la patria están por encima de todo, señor. Los intereses de la patria y los tuyos propios.

—¿Qué negociaste, Manlio? —preguntó el presidente mirando a Beltrones como nunca nadie lo había mirado.

—En realidad no negocié nada, señor. Digamos que articulé una propuesta, misma que te vengo a hacer.

—Dime.

—Como el triunfo de Andrés Manuel no puede ser evitado ni con toda la alquimia del mundo, su grupo plantea que entreguemos la plaza con un alto grado de civilidad. Ese gesto abonaría para que la tan anunciada persecución judicial no llegara a ti.

El presidente volvió a toser.

Quiso soltar una carcajada, pero no pudo.

Pretendió sonreír y le salió una mueca.

Estaba desencajado.

Con los ojos le dijo a Beltrones que continuara.

—Ellos dicen que un gesto de buena voluntad de tu parte sería poner como candidato a Pepe Narro, señor.

Peña Nieto ahora sí logró reír sinceramente.

Su risa contagió a Beltrones.

Era una risa franca, pero también de desahogo.

—¿El doctor Narro candidato del PRI? ¡Qué locura!

—No sólo te lo valorarán, señor. Será tu boleto al paraíso.

—Tendría que ofenderme tu propuesta, Manlio, pero hoy estoy de tan buen humor que me la llevaré a la cama. Mañana tendrás respuesta puntual. Te lo garantizo.

*

José Narro Robles llegó a Los Pinos con la sonrisa que permanentemente lo acompañaba.

Erwin Lino lo condujo al privado del presidente.

Peña Nieto lo recibió con bromas y abrazos.

Luego le dijo que respirara profundo porque tenía algo muy importante que decirle.

—Querido Pepe, el partido ha tenido a bien designarte candidato a la Presidencia de la República.

Más pálido que una vela, el doctor Narro sintió que flotaba por encima de su propio cuerpo.

Incluso jaló su corbata para regresar al despacho presidencial.

Cuando abordó su Suburban blanca puso a los Beatles y cantó con ellos she loves you, yeah, yeah, yeah.

Luego le habló por teléfono a Juan Ramón de la Fuente y le dijo que lo invitaba a cenar, que tenía algo que contarle.

Cerró los ojos cuando Lennon y McCartney gritaban eufóricos.

El doctor Narro volvió a jalarse la corbata para no salir por la ventana de la Suburban blanca.

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *