La Quinta Columna 

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

El espectador de CNN en Español o de Foro TV o de Milenio Televisión fue testigo (bochornoso) de la escena.

Apenas había terminado la unción de José Antonio Meade —como virtual candidato del PRI a la Presidencia de la República— cuando prácticamente en cadena nacional apareció a cuadro Miguel Ángel Osorio Chong —el verdadero gran perdedor— leyendo un discurso sobre la importancia de los archivos en la memoria histórica de una nación.

Consternado —y cómo no si acababa de perder la candidatura—, el secretario de Gobernación hizo la crónica del Benemérito de las Américas llevando en su carroza del exilio el archivo general de la nación.
Su rostro, perdido al igual que su mirada en el texto del discurso, era la imagen clara del segundo lugar que ante sí solo tenía la espalda del ganador —José Antonio Meade— llegando jubiloso a la anhelada meta.

(Para el segundo lugar no hay medalla de oro ni flores amarillas. Tampoco close—up’s ni niños corriendo detrás suyo).

¿A qué mente perversa de Los Pinos se le ocurrió meter después del destape la imagen de un atribulado Osorio Chong?

¿Cuál era el mensaje?

¿Es real tanta civilidad en medio de tanta sangre regada?

¿El cadáver puede ser gentil con el asesino o con el cuchillo cebollero ensangrentado?
Hay dos lecturas:

O querían exhibir al gran perdedor o querían decir que no hubo manotazos en la mesa de la sucesión.
El presidente Peña Nieto nunca tuvo dudas.

Y es que en varios momentos nos engañó con la verdad.

Cómo olvidar la reciente imagen de un presidente generoso con Meade en un acto público y la de un secretario de Gobernación pasmado ante la revelación.

Ahí, faltaba más, se dio la pinche señal.

Ésa que en los tiempos priistas se daba cada seis años.

Desde 1994 no se había visto un destape como el de este lunes.

Aquella vez, también un lunes, el presidente Salinas dijo ante operadores de Pronasol y Luis Donaldo Colosio : “hoy es un bello día”.

Hoy, 23 años después, el presidente Peña Nieto, feliz, abrazó una, dos, tres veces a José Antonio Meade en una escena que difícilmente olvidará Osorio Chong.

¿Cómo se llamó la peli?

Y es que Peña Nieto se veía feliz.

José Antonio Meade, también.

Y el nuevo secretario de Hacienda y el nuevo titular de PEMEX.

Vaya: el presidente  se dio el lujo de confundir la Cancillería con la Secretaría de Hacienda para refrendarle su cariño a Meade una vez más.

Las dudas matan:

¿Qué será ahora de las Rosarios Robles, los Juan Carlos Lastiris y tantos más que apostaron el presupuesto de sus secretarías en favor de Osorio Chong?

¿Cuál será el destino de los pasquines que nacieron bajo el amparo de Osorio Chong para servir como matracas durante la campaña?

¿Y qué dirán ahora los columnistas que hasta el último momento juraron que Luis Videgaray le había dado el beso del diablo a Meade y que el candidato sería Aurelio Nuño?

Muero de ganas por leer las justificaciones.

Muero de morbo.

Periodismo Ficción.

Un escenario tenía que cumplirse de los que publiqué hace unos días: el de Meade.

A petición de varios hipócritas lectores va de nuevo la telenovela del día en que Meade fue ungido candidato:

Una llamada entró al teléfono rojo de la Secretaría de Hacienda.

José Antonio Meade hablaba por otro teléfono con su padre y le dijo que ahorita volvería a conectarse de nuevo.

—Señor presidente —dijo en el momento de descolgar la línea privada.

—¿Cómo estás, Pepe?

—Bien, gracias a Dios.

—¿Cómo andas de tiempo para platicar?

—¿Ahorita?

—No. Como a las siete de la noche en Los Pinos.

—Ahí lo veo, señor presidente. ¿Quiere que le lleve el informe final del Presupuesto?

—No. Tampoco vengas con Vanessa Rubio ni con Miguel Messmacher. Vente solo, Pepe.

Meade colgó y sonrió nervioso.

Luego le dijo a su secretaria que le hablara a Ignacio Vázquez Chavolla, su Oficial Mayor.

Del celular le marcó directamente a su padre.

—Vente a Palacio, pa. No tardes.

Apenas llegó a su privado Vázquez Chavolla, Meade se puso de pie y le dijo:

—Vamos a caminar, Nacho.

Salieron al patio de Palacio Nacional donde le gustaba dar vueltas y vueltas conversando sobre los más diversos temas.

A la menor oportunidad, soltó lo que traía:

—Me acaba de hablar el presidente, Nacho.

—Ajá.

—Quiere verme hoy por la noche en Los Pinos.

—Ajá.

—A mí solo.

—¿A ti solo?

—Eso es lo extraño, Nacho. Quiere verme sin subsecretarios y sin expedientes de por medio.

—Ah, caray, Pepe.

—En todos mis años de secretario es la primera vez que un presidente me cita en Los Pinos sin expedientes de por medio y sin subsecretarios.

—¿Crees que ya llegó la hora, Pepe?

*

Luego de dar quince vueltas al patio de Palacio Nacional, un auxiliar le avisó que ahí estaba su padre.
Pepe le dio un abrazo a Nacho para despedirlo y le dijo a su padre que lo acompañara en su ritual de caminar por el edificio que construyó Hernán Cortés en 1522.

—Te veo raro, hijo.

—¿Raro, don Nicho? ¿Raro bien o raro mal?

—Raro raro, Pepe.

Los dos soltaron una carcajada.

Meade abrazó a su padre y le susurró al oído:

—Creo que primero Dios vas a tener un hijo presidente.

*

A lo largo del día, Meade acordó con Messmacher, Rubio y Eduardo del Río, y recibió la visita inesperada de Augusto Gómez Villanueva, quien se jactaba de ser su asesor plenipotenciario.

Al igual que a su padre, lo llevó a dar vueltas al patio —esta vez solo dos— y le confió al oído lo que a esas alturas era casi una certeza para él.

Antes de salir a Los Pinos, habló varias veces con su mujer —la economista y pintora Juana Cuevas— y una vez con su hijo Dionisio.

También cruzó llamadas con sus amigos Jorge Estefan y Roberto Moya.

Al primero le dijo que le prepara un reporte minucioso de algunos temas del presupuesto 2018 recientemente aprobado.

—Nos veremos pronto, Charbelito. Te tengo que contar algo.

Él mismo se puso al volante de un auto híbrido.

No quiso compañía.

Sus escoltas lo siguieron a corta distancia.

*

Las puertas de Los Pinos se abrieron a su paso.

Erwin Lino, particular del presidente Peña Nieto, ya lo esperaba.

Bromearon durante el trayecto al privado presidencial.

Antes de entrar, saludó a Miguel Ángel Osorio Chong.

Fue un saludo rápido.

Disimulado.

El secretario de Gobernación no lo miró a los ojos y dijo que tenía que hacer un ajuste técnico en el baño.

Meade notó que la corbata de Osorio estaba mal ajustada.

Lleno de dudas, se sentó en la silla que le ofreció Lino.

Sintió el silencio del privado por primera vez en su vida.

Doscientas veces había entrado y salido del lugar, y nunca había tenido la sensación que hoy lo visitaba.

Miró el reloj imperial que colgaba de un muro y pensó en el gesto evasivo del secretario de Gobernación.

Quiso descifrar también la generosa bienvenida que le dio el particular del presidente.
La puerta se abrió.

Peña Nieto abrió los brazos, caminó hacia él y le dijo al momento de tocarlo:

—¿Qué se siente estar solo en el privado presidencial, querido Pepe?

*

Tomaban café uno frente al otro, sin escritorio de por medio, cuando el presidente le preguntó por la planilla que él y Luis Videgaray tenían en el ITAM en 1989.

—(Risas). Se llamó Dimensión 89.

—Suena a Dimensión Desconocida —dijo el presidente soltando una carcajada.

—En realidad tuvimos dos: la otra se llamaba Renovación. Con la primera perdimos y con la segunda ganamos.

—¿Virgilio (Andrade) estaba con ustedes?

—Él fue presidente en el 88. Su planilla se llamaba Unión Universitaria y su lema de campaña fue “preferible perder a comprar el voto”.

Las risas se desataron.

El presidente y Meade no aguantaban las carcajadas.

Otros nombres salieron en la conversación.

—¿Ernesto Cordero es de tu generación, Pepe?

—Él estudió Actuaría, pero llegamos juntos al ITAM. De hecho al principio nos sentábamos juntos.
Peña Nieto le preguntó por qué él no llevaba el nombre de su padre: Dionisio.

—Mi papá en realidad se llama Denisse porque los Meade tenemos sangre irlandesa y mi abuelo no quería romper la tradición.

—Ah, ¿y de dónde salió el Dionisio?

—De Denisse, Señor presidente. Mi padre lo tropicalizó.

Nuevas carcajadas aparecieron en el privado.

La charla tocó otros aspectos familiares: los cuadros de sus madre, María, y de su esposa, Juana.

—Si es raro que las suegras y las nueras se lleven bien, es más raro que hagan cuadros juntas.

Peña Nieto le ofreció un vodka Absolut Elyx, su favorito.

Meade no dudó en aceptar.

Se tomaron uno, dos, tres.

—Tenemos que ir a cenar al Morton’s Angélica, Juana, tú y yo, querido Pepe. A ver si la próxima semana.

—Será un honor, señor presidente. Primero Dios iremos.

—Tiene mucho que no voy. Me encantaban los macarrones con queso al horno, y el pan que hacen ahí. No sabes qué pan.

Por el reloj de pared Meade supo que eran casi las diez de la noche.

No daba crédito al encuentro tan cordial.

Volvió a pensar en el gesto descompuesto de Osorio Chong y en el nudo mal hecho de su corbata.

Eufórico, Peña Nieto le habló del futuro y de lo que les esperaba a ambos.

Habló de cómo desde niño quiso ser presidente de México y de cómo fue creciendo en la política.

—Ser presidente es lo mejor que me ha pasado en la vida, querido Pepe. Ya me entenderás dentro de poco.

Meade quiso decir algo, pero sólo acertó a sonreír y guardar silencio.

—A mí no hubo nadie que me dijera lo que te voy a decir, Pepe: señor doctor José Antonio Meade, nuestro partido ha tenido a bien nombrarlo candidato a la Presidencia de México. ¿Acepta usted tan alto honor?

*

Ya no manejó el auto híbrido rumbo a su casa en San Ángel.

Prefirió irse en la Suburban de sus escoltas.

Una sonrisa permanente lo acompañaba.

Vía Telegram, le dijo a su esposa que la siguiente semana irían a cenar al Morton’s para celebrar algo que acababa de pasar.

—Qué rico —escribió ella—. Me encantan los Mac & Cheese. Pero cuéntame cómo te fue, mi amor. ¿Quieres que te prepare una ensalada?

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