La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

La tierra es redonda, quizá por eso da tantas vueltas.

Lo que vimos ayer, lo vemos hoy, y lo veremos mañana.

En 1988, Miguel de la Madrid cometió el error de dejar en Gobernación a Manuel Bartlett Díaz, ya metido en el ropero de la derrota.

¿Resultado?

Éste puso a los partidos satélites en manos de Cuauhtémoc Cárdenas —PARM, PPS, Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional— y dejó que se le cayera el Sistema.

Carlos Salinas, en consecuencia, nació manchado y deslegitimado.

Hoy el perdedor despacha en Gobernación y corre el riesgo —para José Antonio Meade Kuribreña— de quedarse ahí.

Flaco favor le haría Miguel Ángel Osorio Chong al virtual candidato del PRI si se queda en el antiguo palacio de Cobián.

Pero la tierra es redonda y todo tiende a dar vueltas.

Aunque también se aprende de los errores.

Por eso Enrique Peña Nieto está pensando en enviar a Osorio Chong a la Secretaría de Educación Pública en sustitución de Aurelio Nuño, quien este lunes renunciaría para irse a coordinar la campaña de Meade Kuribreña.

¿Y quién llegaría a Gobernación?

(Es la duda que mata).

El mismísimo Eruviel Ávila, quien sonaba para suceder a Enrique Ochoa Reza en el CEN del PRI.

Y aunque la tierra es redonda, y todo tiende a repetirse, Ochoa se quedaría en el partidazo para no dejarles vacíos a quienes despertaron metidos en el ropero de la derrota.

Ochoa, finalmente, tiene la confianza de Meade y de Luis Videgaray, quien, como todo mundo sabe, también mueve la matraca en esta película.

Pero como la tierra es redonda, y lo que viene importa más, Eruviel Ávila, delegado en función de presidente del Comité Directivo del PRI en la Ciudad de México, podría quedarse en esa posición para reforzar la campaña de quien será el candidato en la capital de la república mexicana: José Narro Robles, actual secretario de Salud.

Los ánimos en el PRI, faltaba más, están por las nubes.

Y es que, aunque todavía no ha hecho campaña, José Antonio Meade ya alcanzó prácticamente en las encuestas a Ricardo Anaya, quien llegó a su techo pese a usufructuar durante meses los tiempos oficiales en radio y televisión del Partido Acción Nacional.

La tierra es redonda, está claro —clarísimo—, y todavía se pueden mover las cosas en las próximas horas.

Ah: Alejandra Sota, que tanto aprendió en las aguas de Felipe Calderón, ya se integró al equipo de Meade, lo que confirma que el marido de Margarita Zavala solo tiene un candidato.

Nota Bene: Quien reapareció este domingo en el mitin de confeti y matraca del PRI fue Roberto Madrazo Pintado.

Ahí estaba —sin bigote, sin poder, sin maratón de Berlín—, jubiloso, platicador, quien quedó en tercer lugar por no amarrar con los gobernadores priistas —Mario Marín, entre otros.

(Peña Nieto y Meade —aunque la tierra es redonda— están haciendo acuerdos de todo tipo con gobernadores de todo tipo. Y eso incluye a los del PRI, PAN, PRD y Verde).

Por cierto: ¿A qué fue Mario Marín a la FIL de Guadalajara?

¿A comprar Miedo y Asco en Casa Puebla?

Al ex gobernador lo acompañó Roberto López, secretario particular de nuestro personaje al principio del sexenio.

 

 

Juan de Palafox y las Cuentas Claras

Gracias a David Villanueva —notable animador cultural doblado de auditor superior del estado de Puebla— presenté en la FIL de Guadalajara —junto al doctor Hernández y el poeta Miguel Maldonado— el libro “Cuentas claras de Juan de Palafox y Mendoza en su visita a la Casa de Moneda de la Nueva España”.

Comparto con el hipócrita lector las líneas que ahí leí el viernes 1 de diciembre.

La historia de Juan de Palafox y Mendoza podría resumirse así:

Nace siendo hijo natural, pero a los nueve años su verdadero padre lo rescata y le da apellido, educación y futuro.

El joven Palafox se interna en los misterios religiosos y de la poesía, pero también de la ciencia, la política y demás artes.

Cultiva la buena prosa y la buena conversación.

Se mete en los libros.

Tanto abarca que se vuelve uno de los pocos hombres de confianza del rey Felipe IV, a quien inmortalizó el pintor Diego Velázquez en Las Meninas.

También, hay que decirlo, Velázquez ridiculizó en un célebre retrato  al rey, al exhibirlo como un joven con expresión perdida.

Con la confianza ganada a pulso, Felipe IV manda a Palafox y Mendoza a Alemania, como capellán y limosnero mayor —equivalente a un poderoso oficial eclesiástico— de una de sus hermanas que sería emperatriz en ese país.

Tiempo después viene la consagración de Palafox y Mendoza al ser enviado como visitador general de la Nueva España.

Con el tiempo se convertirá en obispo de Puebla, virrey y arzobispo de la Nueva España, y una especie de jefe hacendario o auditor.

Desde este cargo persigue y mete a la cárcel a varios funcionarios mayores descubiertos por el propio Palafox como corruptos, y se enemista con los jesuitas.

Creador de bibliotecas y de catedrales, el sabio regresa a España jubilado como obispo de Burgo de Osma, en la provincia de Soria, donde muere antes de cumplir los sesenta años.

El libro que hoy presentamos fue paleografiado por Elvia Acosta Zamora, quien junto con Diana Jaramillo y Babines López se encargaron de la investigación de la obra.

También hay que destacar que el maestro Pedro Ángel Palou Pérez trazó espléndidamente la biografía de Palafox y que el libro —brutal— fue publicado en una prestigiada imprenta poblana: la de Pablo Martínez.

En las primeras líneas, las autoras —encabezadas por Diana Jaramillo— nos dicen que Juan de Palafox fue un “personaje superior a su tiempo y hora; animador de un auge cultural sin paralelo en Puebla; parteaguas de nuestra vida toda; mecenas de arquitectos, escultores, pintores, músicos; ensayista; poeta; indigenista; ordenador del clero regular; hombre de toga y traje talar que supo pulsar el báculo pastoral y el bastón de gobernante; mitrado de dos mundos y tridentino por excelencia. Así también editor, escritor, pensador, constructor de iglesias, retablos, hospitales, casas curales, y acaso el fundador, con su legado librero, de la primera biblioteca pública de México y América, la Palafoxiana, en 1646; al tiempo que había introducido, en 1640, la imprenta en Puebla. ¡Palafox, también hombre de carne y hueso! ¡Palafox, también de escoplo y martillo!”.

Esta larga pero necesaria cita sirve para medir la estatura de nuestro personaje, quien llegó a poner orden en la Hacienda novohispana, tan parecida en estos momentos cáusticos a la Hacienda mexicana.

Y es que el auditor se encontró con cosas que vemos todos los días en nuestro país: que el virrey desviaba recursos, lo mismo que sus gobernadores, alcaldes, regidores y todos los funcionarios ligados a la administración de la hacienda pública.

Fiel a su biografía, Palafox revisó libro por libro y descubrió que también el entonces recientemente fallecido arzobispo de la Nueva España —al igual que los virreyes anteriores— era proclive a la usura, la corrupción y el nepotismo.

Y es que un sobrino suyo era el que desviaba los diezmos, las limosnas y las riquezas de la Mitra en su beneficio personal.

Ya había paraísos fiscales en tiempos de la colonia.

Y si no los había, cómo se parecían a los de hoy.

El sobrino, al amparo de su tío el arzobispo, tenía prestanombres, poder e influencias.

Hoy sigue pasando lo mismo en las altas esferas, pero no hay un Juan de Palafox que los meta al orden.

La duda que mata es una:

¿Por qué fue exiliado a su propio país nuestro personaje después de haber saneado la vida pública de la Nueva España?

La respuesta parece ser una:

Porque era incómodo para el régimen de corrupción y de opacidad en el que se movió la España de ese tiempo.

Después de Palafox llegaron nuevos virreyes y arzobispos que continuaron enriqueciéndose como antes de que el auditor incómodo metiera sus narices en los roperos llenos de cadáveres.

El lema de la época a propósito de la ley era, nos lo recuerdan las autoras, “obedézcase, pero no se cumpla”.

De acuerdo con el jurista Castillo de Bovadilla, muy ligado a la Universidad de Salamanca, los visitadores debían ser “varones temerosos de Dios, amadores de la verdad, enemigos de la avaricia, sabios de buen linaje y letrados”.

Palafox cumplía a cabalidad con esas características.

Vuelvo a preguntarme:

¿Por qué lo enviaron entonces a Burgo de Osma en calidad de obispo?

Muy diferentes habrían sido las cosas si este gran reformador y creador de bibliotecas hubiese seguido con su labor de saneamiento de la sociedad.

Termino con unas líneas que marcaron su vida:

“Las leyes que no se guardan son cuerpos muertos, atravesados en las calles, donde los magistrados tropiezan y los vasallos caen”.

Mientras él moría, a los 59 años de edad, los cuerpos muertos atravesados en las calles se multiplicaban al infinito.

Muchos de esos cuerpos muertos están tendidos en México y hacen tropezar a todos.

Ironías de la vida: en el debate público siguen apareciendo los males que combatió don Juan de Palafox.

Qué le vamos a hacer: es nuestra herencia novohispana.

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