La Quinta Columna 

Por: Mario Alberto Mejía/ @QuintaMam

Si algo aprendió Andrés Manuel López Obrador de 2006 a 2018 es que prometer no empobrece, dar es lo que aniquila.

En ese sentido, a su ropero tabasqueño fue a tirar conceptos como congruencia, ética, sensatez y decoro.

Y es que ser políticamente correcto no conduce a Los Pinos ni a Palacio Nacional.

Algunos, muchos, se extrañan todavía de que a diestra y siniestra —más a la siniestra que a la diestra— ande ofreciendo una galería de insensateces.

Y esto es apenas el principio.

Hay que prepararse para ver a un AMLO excesivamente pragmático, muy lejos de lo que alguna vez fue.

Vea el hipócrita lector.

Cuando habló de amnistiar a los delincuentes estaba pensando en los cientos de miles de votos que hay detrás de los huéspedes del sistema carcelario mexicano.

Me refiero a los familiares, amigos, socios y demás ligas que los internos tienen.

Éstos y aquéllos fueron los principales destinatarios de la propuesta.

Y el júbilo en esa casta no tardó en hacerse visible.

Las redes sociales se llenaron de satisfacción por la medida.

(Se ve como medida, por cierto, porque el triunfo de AMLO el 1 de junio se da como un hecho).

Y aunque personajes como el poeta Javier Sicilia —flamante becario del Sistema Nacional de Creadores (sin eufemismos: becario del peñanietismo)— salgan a decir que su propuesta atenta contra las víctimas, lo cierto es que la amnistía prometida dará los cientos de miles de votos que pueden ser la diferencia entre ganar y perder.

Cumplir la promesa será otra cosa.

Lo importante, hoy por hoy, es el pragmatismo.

Otra propuesta semejante fue la de darle marcha atrás a la reforma educativa.

¿Sabe usted cuántos profesores se entusiasmaron con las palabras de López Obrador?

Los suficientes como para mover la báscula electoral.

Un fenómeno singular es que los demás contendientes van detrás suyo no sólo en las encuestas, sino en las diatribas o las descalificaciones.

Eso es lo que quiere AMLO: que lo desmientan, que digan que no se puede, que lo acusen de insensato e incongruente.

Entre más ladridos, más crece la plaza pública.

Y ésta la ganó desde hace años.

Hoy otra vez la tiene entre las manos.

Con una ventaja: prometer no empobrece.

Ya prometió acabar con la violencia en tres años.

(Fox dijo que en quince minutos destrabaría el conflicto con el EZLN).

En algún momento lo veremos prometer cárcel para Peña Nieto.

Eso siempre vende.

Lo que en realidad estará haciendo será tocar las puertas de la negociación presidencial.

Nada como una transición pactada.

Y si ésta se da antes de los comicios, mejor todavía.

Sabe que en Los Pinos sólo hay alguien más intransitable que él: Ricardo Anaya.

Por eso Palacio Nacional bien vale una misa.

O dos.

O tres.

O las que sean necesarias para irse a dormir a la habitación en la que un día de 1872 falleció, víctima de angina de pecho, don Benito Juárez García.

 

El PRI y sus Candidatos

El 10 de enero los demonios se soltarán en los corredores del PRI poblano.

Y es que ese día será publicada la convocatoria para que los aspirantes a diputados federales y senadores registren sus —bajas o elevadas— ambiciones.

Los tecnicismos son lo de menos.

Y es que, ya se sabe, ocho mujeres tendrán que ser candidatas propietarias en los quince distritos electorales en juego.

¿Y qué decir de los cuatros candidatos indígenas que por ley deben de contender?

Y la inevitable cuota de los jóvenes.

Ufff.

Pero ya sabemos cómo se las gasta el partidazo.

Y es que en aras de respetar dichos criterios han hecho candidatos hasta a un campesino holandés y a un príncipe xochimilca.

Faltaba menos.

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