Álvaro Alatriste, desconocido para muchos, arrebata a Enrique Doger la precandidatura de unidad y atiborra la sede partidista con una turba que grita: “¡no al dedazo!”

Por: Mario Galeana

Cuando finalmente el PRI acuerda la postulación al gobierno del estado de su militante más competitivo y, junto a él, envía a los principales operadores de la estructura del partido a jugarse su destino en las urnas, un abarrotero desconocido para muchos arrebata a Enrique Doger Guerrero la precandidatura de unidad y atiborra la sede partidista con una turba que grita a bocajarro: “¡No al dedazo!”.

Traída por unos 40 autobuses que se desparraman alrededor del Comité Directivo Estatal del PRI, al norte de la capital de Puebla, una multitud de tres mil personas regurgita a Álvaro Alatriste Hidalgo ante la mesa de registro de precandidatos al gobierno estatal.

Los rostros de los priistas que integran la Comisión de Procesos Internos son el reflejo de la escena: un gesto que reúne estupefacción y molestia. Bárbara Ganime, la presidenta de la comisión, dice con un micrófono en la mano que Alatriste Hidalgo tendrá un día para corregir las deficiencias que tenga su registro, en caso de que las haya.

“¡¿Cuáles deficiencias?!”, grita alguien desde la multitud, “si aquí está el pueblo, ¡¿qué otra cosa quieren?!”.

Al centro, un hombre pequeñito y moreno levanta sobre la cabeza una hoja con su nombre.

Y sonríe.

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Respaldo. Unas tres mil personas invadieron las instalaciones del CDE del PRI de la capital, mientras gritan: “¡Álvaro es el pueblo!”. / RAMÓN SIENRA

A las 11 de la mañana del último miércoles de enero, Eusebia Domínguez y otras 400 personas de Xochitlán de Vicente Suárez ya están de pie frente a la sede del PRI en Puebla, mientras Enrique Doger Guerrero entra codo a codo con Juan Carlos Lastiri Quirós, bajo una ola de flashes y gritos.

Eusebia no conoce a Doger y tampoco tiene intenciones de hacerlo. Se mantiene estoica frente al edificio, cargando una manta que lleva escrito “Amigos por Puebla. Álvaro Alatriste Hidalgo, precandidato al gobierno de Puebla”.

—¿Y cómo llegó usted a conocer a Álvaro? —le pregunto a Eusebia.
—Porque fue al pueblo hace unos meses y nos ayudó —me contesta.

—¿Cómo los ayudó?
—Pues nosotros le dijimos que teníamos necesidades, y él nos dio una ayuda económica —dice.

Afuera todo es confusión: sobre la parte trasera de un camión, varios tipos al micrófono piden a Jorge Estefan Chidiac, presidente estatal del PRI, que salga a “reunirse con el pueblo”. Pero la única respuesta que obtienen proviene de una enorme bocina al pie de la puerta del partido que escupe música de banda cada vez más y más fuerte.

Y adentro todo es confusión: la CTM, la CNOP, la CROC, Antorcha Campesina… todas las organizaciones relacionadas al PRI abarrotan la sede y la batucada se mezcla con sirenas, con porras, con ese grito desacompasado de: “¡Con Doger sí ganamos, con Doger sí ganamos!”, el cual repiten como mantra.

Ahí, junto a la mesa de registro en la que ahora mismo está Enrique Doger –el único que no viste de rojo–, están los futuros precandidatos a diputados federales y senadores, pero a quien más menciona el futuro candidato del PRI durante su discurso es a Juan Carlos Lastiri.

No es casual: el ex subsecretario federal ha amasado una de las más grandes estructuras dentro del PRI. Y, quizá por eso, al retomar su discurso Doger reitera que el partido competirá en unidad para demostrar que es “el mejor en el estado”.

Tampoco es casual: ambos, Lastiri y Doger, navegaron durante el último proceso electoral bajo la sospecha de haber participado en la campaña de Blanca Alcalá Ruiz con los brazos caídos.

Ahora, con el obligado vigor que deberán poner ambos a la campaña en la que juegan su propio futuro, sonríen de frente a la multitud, mientras el mantra reverbera indefinidamente: “¡Con Doger sí ganamos, con Doger sí ganamos…!”.

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El mediodía cae sobre la muchedumbre que crece y crece a los alrededores de la sede estatal del PRI. Los tipos al micrófono le piden a un grupo que vaya y desconecte la bocina que ha respondido a tamborazos y trompetas de banda todas sus críticas al partido.

Las voces insisten en que Jorge Estefan Chidiac salga a recibirlos, pero hace rato que el presidente estatal del PRI y el resto de la plana mayor del partido han dejado la sede. Un hombre entre la multitud mira a su alrededor y, sorprendido, le dice a su esposa que hasta a los limpiaparabrisas del centro de Tehuacán fueron traídos al registro de Álvaro Alatriste Hidalgo. Y los del micrófono nombran uno a uno los municipios y una a una las colonias de donde viene toda esa gente que respalda sus aspiraciones.

El registro de este comerciante abarrotero oriundo de San Gabriel Chilac no es súbito: hace años que los taxistas y las canasteras de Tehuacán cuentan que Alvarito, como le dicen allí, quiere la grande. Y el rumor, al menos en aquel municipio, se ha propagado como si guardara la oportunidad de cumplirse.

Y cuando ven salir del partido con hoja de registro en mano a Alatriste y a su esposa, Ernestina Fernández, el rumor consumado cobra vuelo y la gente empieza a gritar: “¡Sí se pudo, sí se pudo!”.

Álvaro Alatriste sube a la parte trasera del camión y una voz estertórea le sale del pecho: “No tengo el gusto de irlos a saludar de pueblo en pueblo, pero voy a recorrer el estado para saludarlos y visitarlos y ver los problemas que tiene nuestro estado. Pueblacán… Puebla tiene su historia. Hace siete años los poblanos confiaron en uno que hizo muchas promesas…”.

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