La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía/@QuintaMam

Hoy que una sola mirada, un modesto roce, pueden significar el oprobio público y la maledicencia eterna, no está de más recordar lo que han vivido las mujeres en los ámbitos políticos.

Hubo en Puebla, por ejemplo, un delegado del CEN del PRI nacido en Monterrey que despachaba en una habitación en donde hoy se levanta el hotel Presidente Intercontinental.

Ahí citaba a quienes aspiraban a ocupar una candidatura a diputadas locales o federales.

Y ahí, entre las sábanas, palomeaba las listas.

Él juraba que las seducía.

No era cierto:

Las sometía a la dictadura del cargo.

Ellas, con sus valientes excepciones, no dudaban en someterse al escrutinio sexual en aras de ganar las candidaturas.

Muchas salieron vomitando de la “oficina”, porque el ritual de unción incluía alcohol y, a veces, hasta drogas.

Eran otros tiempos.

Cierto.

Eran los tiempos de la impunidad y el descaro, pero también, sobre todo, de la simulación.

No había mujeres en los gobiernos, y las que había se convertían en carne de cañón.

El primero en hacer uso del derecho de pernada era el más alto en la pirámide del poder.

Luego venían los subjefes de la banda y los auxiliares.

En los pueblos, las funcionarias de más alto rango solían acompañar al presidente municipal a los trámites que éste tenía que hacer en la Secretaría de Finanzas.

Tras las diligencias de rigor, se imponía la comida en algún restaurante de espadas brasileñas.

A la comida se sumaban, para despistar, otros funcionarios y regidores, y hasta una secretaria.

El alcohol hacía lo suyo hasta bien entrada la noche.

El final era previsible:

El “patrón” —normalmente el presidente municipal— se llevaba a la novia funcionaria a un motel y abusaba de su condición de “servidora pública”.

Todo mundo estaba enterado de estas maniobras —las del delegado, las de los alcaldes—, y nadie decía nada.

De hecho, esa cultura de abuso sexual se reproducía en los ámbitos periodísticos sin rubor alguno.

Siempre, faltaba más, recurriendo al derecho de pernada.

Hoy que se ha llevado al exceso la denuncia pública en contra de los acosadores, recordar estos pasajes nos remite a un México reciente en el que todos vivíamos en la Edad Media.

Hasta hace poco, incluso, las jóvenes mujeres que llegaban de alguna comunidad para servir como sirvientas en las casas de la clase media o alta tenían otra función tolerada por la señora de la casa:

La de víctimas sexuales de los hijos entrados en la adolescencia.

Eso era mejor y más sano —decían los rigurosos padres de familia— que llevar a los hijos con una prostituta para que se “estrenaran”.

¿Cuántos años de sometimiento estúpido nos hubiéramos ahorrado si la cultura de la denuncia hubiese nacido en los sesenta o setenta mexicanos?

Por cierto: en el sexenio de Mario Marín todos los jefes tenían su noviecita.

Y a veces hacían fiestas de segundos frentes o de casas chicas, aunque había algunos voraces que presumían casi una docena.

Nadie decía nada porque era un deporte nacional.

Ella también callaba porque en ese juego de toma y daca había premios y castigos.

Hoy que algunas voces se dicen horrorizadas de las denuncias públicas no puedo sino recordar el pasado inmediato de nuestros nuevos santones.

Incluso aquellos que hoy plantean una Constitución Moral tienen sus roperos llenos de cadáveres con ligueros.

 

El Sí o No de un Comunicador

Pepe Tomé, profesional de la radio y la televisión desde hace varios años, puede ser otro de los comunicadores ligados a una eventual candidatura a diputado local.

Su nombre ya se maneja en un partido que en los últimos días se ha venido distanciado del PRI, aunque vayan juntos en la coalición por la Presidencia de la República.

Las cartas están echadas, y sólo falta el sí o no de Pepe Tomé.

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