La Quinta Columna 

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

Nunca, en la historia reciente de este país, se había definido una elección presidencial a casi tres meses de distancia.

O sí: en los tiempos de uno de los políticos mexicanos que más admira López Obrador: López Portillo.

(Tanto lo admira que quiere un regreso exprés al pasado a partir del uno de diciembre).

En 1976, la boleta tenía tres veces el rostro de José López Portillo.

Una, junto al logo del PRI.

Otra, junto al logo del PARM.

Y una más, junto al logo del PPS.

El logo del PAN estaba en blanco, señal de que el partido de Gómez Morín no había postulado candidato.

Con un solo voto (el suyo), el candidato atleta (corría varios kilómetros diarios y saltaba su cuerdita de charro cada vez que podía) hubiera ganado la elección tranquilamente.

No se conformó con eso: su votación rebasó por mucho el padrón electoral.

Vuelvo al principio de esta columna: López Obrador va tan arriba que ya ganó la elección.

Aquí no habrá sorpresas.

Los debates no cambiarán la tendencia electoral.

Ningún escándalo hará que AMLO caiga en las encuestas.

La puja por el segundo lugar ocupará aún más a los priistas y panistas que no logran ponerse de acuerdo en algo tan elemental como es la sobrevivencia del Sistema: ese Sistema que durante tantas décadas han usufructuado.

Lo malo para ellos es que, como dice Raymundo Riva Palacio, del segundo lugar nadie se acuerda.

Menos aún cuando la diferencia entre el primero y el segundo será de unos veinte puntos.

López Obrador, sí, es un fenómeno.

Nadie más blindado que él.

Nadie más afianzado.

Puede decir cualquier cosa —la locura más sofisticada—, y sus adictos le aplaudirán.

Pero López Obrador sólo es uno.

Los otros candidatos de Morena no se le parecen ni de lejos.

Por eso los discursos de quienes no lo son pero se sienten como él suenan tan vacíos.

Sus voces huecas traducen pensamientos huecos con movimientos huecos.

Son como los Zombies de Sahuayo imitando al Santos o a la Tetona Mendoza.

No conectan.

Y aunque hablen en contra de la corrupción (ellos que tienen fama de corruptos) o de sanear la sociedad (ellos que son insanos y opacos), nadie les cree una palabra y optan por ignorarlos.

(A diferencia de AMLO: son lagartos, no pejes).

Su único consuelo es que van cobijados por López Obrador.

Y a eso le apuestan.

No a sus escasos logros personales.

No a su pésima oratoria.

No a su afasia pasada por dislexia.

Bien lo dijo uno de ellos: con AMLO gana hasta un desconocido.

O el tonto del pueblo.

O la madrota de la esquina.

 

Un Mariachi en el Senado

El senador Manuel Bartlett, fiel a su estilo, votó en contra de penalizar fuertemente a los huachicoleros que hoy por hoy viven la gracia de la impunidad.

Él que es tan estricto, tan jurista, tan probo, votó a favor de que los huachicoleros sigan robando y saliendo en libertad a los dos minutos.

Y justificó su voto con los argumentos más pobres y delirantes que se hayan escuchado en el Senado.

Quién lo dijera: su nacionalismo está más trasnochado que un mariachi en Garibaldi.

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