La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

El problema de este país es cultural.

Somos lo que consumimos.

Somos lo que aprendemos.

Eugenio Derbez y sus estúpidos juegos de palabras han permeado de una manera brutal en el grueso de la población.

El segundo debate presidencial fue un pavoroso ejemplo de ello.

Nuestro próximo presidente de la República descalificó al segundo lugar con un derbeziano “Ricky Riquín Canallín”.

Y lo peor es que en las redes sociales fue de lo más aplaudido.

Antes le había dicho al mismo personaje que se iba a cuidar la cartera por aquello de las dudas, como un Alberto Rojas “El Caballo” en un teatro de desnudistas.

El público quedó extasiado.

Cuánta intelectualidad en tan breve espacio.

Y eso que Héctor Vasconcelos —hijo del gran José Vasconcelos y próximo canciller mexicano a partir del 1 de diciembre— aseguró hace unos días que Andrés Manuel López Obrador era un gran lector, tanto que en una visita a Estados Unidos dijo haber leído con gran entusiasmo al brillante poeta Robert Frost.

AMLO ha dicho en otras ocasiones que es adicto a la poesía de José Martí y de Rubén Darío —enemigos brutales en su momento.

(Cómo olvidar que en los años setenta, López Obrador trabajó al lado de otro inmenso poeta: Carlos Pellicer).

No queremos un presidente culto —ya lo tuvimos en la figura de José López Portillo y la experiencia fue traumática—, pero México no se merece a un imitador de Eugenio Derbez.

Mientras veía el debate mexicano pensé en los debates españoles y sentí pena ajena.

Pablo Iglesias, por ejemplo —hoy crucificado por ser parte de la Casta a la que tanto criticó— es dueño de un fraseo inteligente que denota algo: lecturas.

Buenas lecturas.

Muchas, nutridas, lecturas.

Son evidentes dos cosas en el líder de Podemos: placer en el uso de las palabras y oído para el ritmo de la frase.

Pero no subamos tan alto la cuerda.

El propio Albert Rivera —tan menor a Iglesias intelectualmente, pero tan arriba en las encuestas— es dueño de una habilidad oratoria que ya la quisieran Ricardo Anaya y José Antonio Meade.

Vaya: hasta el vituperado Mariano Rajoy pondría en su lugar a cualquiera de los candidatos mexicanos.

Y todo porque nosotros somos víctimas del síndrome Eugenio Derbez.

De él han bebido nuestros políticos.

Es nuestro Cervantes mexicano.

Es lo que hay.

Estamos fritos.

 

Nota Bene

Dice Ricardo Raphael que algo quedó claro en el debate: que los candidatos, todos, tienen un pésimo sentido del humor.

Diría más: tienen un pésimo sentido de la ironía, del sarcasmo fino, inteligente, que mutila sin matar de risa… como Derbez.

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