Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río

La economía no creció en los primeros nueve meses del año, comparada con idéntico periodo del 2018. 

Visto de forma desagregada, el PIB del país varió 0.1%, 0.3% y -0.2% en los tres primeros trimestres del año, a tasa anual. Si comparamos ese desempeño con el de Estados Unidos, nuestro socio comercial predominante, allá el crecimiento de la economía fue de 3.1%, 2.0% y 1.9%, respectivamente.

De hecho, la expansión del PIB estadunidense en el periodo julio-septiembre se comportó por arriba de las expectativas, pues el consenso de los analistas pronosticaba 1.6% y al final fue de 1.9 por ciento.

¿Qué está pasando en México, cuya economía se encuentra estancada, mientras que la del país vecino, que le compra 80% de sus exportaciones sigue creciendo y mantiene el apetito por bienes duraderos y servicios?

La explicación parece ser doble: una política económica que no favorece el clima de inversión y una estrategia de seguridad pública incapaz de hacer frente a la violencia criminal.

Los motores de la economía están detenidos. La manufactura, que representa 19% del PIB, apenas creció 1.3% en el tercer trimestre a tasa anual, mientras que su desempeño en los nueve primeros meses del año fue de sólo 0.9 por ciento.

La construcción (7.5% del PIB), que este año ha tenido sus peores resultados en 17 años, decreció 6.9% en el trimestre y acumula una pérdida de 4.7% en lo que va de 2019. 

Y el comercio mayorista (9.9% del PIB) cayó 3.6% en el trimestre y 2.3% en los primeros nueve meses del año.

El resultado es que las ruedas de la economía no giran. Incluso la baja inflación parece tener que ver más con la contención del gasto de las empresas y los hogares mexicanos que con la política monetaria –ciertamente muy responsable– del Banco de México.

Sin el estímulo del gobierno, no podría ser de otro modo. La cancelación de proyectos, la falta de certeza jurídica para la inversión y el discurso que privilegia el gasto público sobre el privado han contribuido, todos, al ambiente de incertidumbre. 

Asimismo, han hecho imposible que se cumpla la promesa del gobierno de crecer 2% este año; mucho menos 4% como se ofreció durante la campaña electoral. 

Pero no ha sido sólo eso. La violencia criminal sigue incontenible. Asaltos, secuestros, extorsiones y asesinatos han minado el deseo de los ciudadanos de hacer vida en la calle y, por tanto, de gastar. Uno de cada cinco mexicanos se siente inseguro en centros comerciales y uno de cada dos, al salir de noche o cuando se lleva dinero en la bolsa (Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, Inegi).

¿Cómo puede marchar bien la economía en un país cuya población evita salir para no ser víctima de la delincuencia y se abstiene de gastar en bienes de consumo duraderos “hasta no ver qué pasa”?

Pero quizá el signo más preocupante sobre la marcha de la economía es que el gobierno no tome nota del estancamiento. Que no la reconozca, cuando menos de forma explícita.

Ayer, los datos del PIB no fueron materia de la larga conferencia mañanera del presidente Andrés Manuel López Obrador, dominada por otros temas, como la atención a la violencia contra las mujeres y el empantanamiento del T-MEC en la Cámara de Representantes de Estados Unidos.

Yo esperaría que el Presidente fije hoy su postura sobre el enfrenón de la economía, sobre todo porque está previsto que se dé a conocer el Plan Nacional de Infraestructura (en un entorno de una bajísima inversión pública, de apenas 2% del PIB, de acuerdo con el Presupuesto de Egresos 2020 aprobado el viernes).

Si insiste en que él ve bien las cosas y que tiene otros datos, habrá que considerar que las posibilidades de un viraje de la política económica son prácticamente nulas y que, por tanto, las decisiones que nos han puesto en esta senda se mantendrán. En cambio, un reconocimiento del problema daría esperanza de que se hagan los cambios que permitan a México aprovechar las oportunidades que sin duda existen en el entorno global.