Por: Pablo Íñigo Argüelles

Nueva York, 1986. Billy Joel entra a The Power Station, el mítico estudio de grabación ubicado en el barrio de Hell’s Kitchen, en la calle 53.

Es el corazón de Manhattan, y desde ahí, de lo que fuera una planta de energía de la ConEdison convertida en estudio, ha salido media música. Media música popular. Springsteen, tan sólo dos años antes, ha grabado su Born in the U.S.A. tras esas mismas paredes.

Nueva York está cambiando, no es la misma de hace una década en la que ardían el Bronx y el Harlem; parece, de hecho, que ha pasado un siglo desde que la ciudad se declaró en bancarrota en 1976 y desde que el presidente Gerald Ford le negó toda ayuda, condenándola a la muerte. Hoy, en tiempos de Reagan, todo marcha mejor. O al menos eso parece.

Nueva York entonces, en los setenta, era otra; Billy Joel, su hijo pródigo, también; lejos están ya los años de Bill Martin cantando en bares lúgubres del centro de L.A., todavía más lejos los conciertos universitarios a lo largo y ancho de la zona triestatal en el que él y su banda eran el acto secundario que nadie quería escuchar.

Hoy, en 1986, ambos viven su segundo aire. Están en la cima, renaciendo: la ciudad, el músico.

Todo pasó muy rápido para Nueva York y para Joel: Piano Man, The Stranger, Glass Houses; el Hijo de Sam, los peep holes, los Mets; cada álbum hecho a la par de cada suceso, dos entes coexistiendo en su cursilería y su propia decadencia, como miembros de un mismo organismo.

Joel se siente otro, así como es otra la ciudad que lo ve. Entra al estudio y se encuentra con el implacable Phil Ramone, su productor desde hace 10 años, el genio, ingeniero, violinista y Rey Midas del mundo de la música. Los dos, Ramone y Joel están en plena grabación del décimo álbum de estudio del músico nacido en el Bronx en 1949, el séptimo que han hecho en sociedad y que llevará el título de The Bridge.

Joel está nervioso, no podía estar de otra forma. Semanas antes Phil Ramone había platicado con Ray Charles y en uno de esos comentarios que rompen el hielo le había dicho que Billy Joel había nombrado a su recién nacida hija en honor a él, su ídolo desde la infancia: Alexa Ray Joel.

Ramone le propuso concertar una grabación con Joel (sería un hecho redondo) aprovechando que The Bridge estaba en planes y Ray Charles no dijo que no, pero sí apuntó que si iba a grabar con Joel, tenía que ser la canción correcta. Ramone inmediatamente cogió el teléfono y llamó a Joel a su casa de Long Island. Cuando le dio la noticia, Joel se sentó al piano y en menos de dos horas tenía la canción correcta: Baby Grand. Eso de hacer canciones en 15 minutos, sólo había ocurrido también una década atrás, cuando escribió su himno blues, New York State of Mind.

¿Qué pasa cuando llegas a la encrucijada de tu vida y de pronto todo es un cuadro surrealista? El piano en la vida de Joel no había sido coincidencia. Padres cultos, madre inglesa, padre alemán, un gran bagaje de música europea. Clases de piano cruzando la calle del suburbio de Hicksville durante la guerra fría. La rebeldía, el Rock and Roll, el cúlmen al descubrir el Rythm &; Blues de Ray Charles. Y ahora, dos décadas después, tiene que asumir y cantar  con él, con el monstruo que representaba el nombre Ray.

Phil Ramone, con la sutileza que le caracteriza y con la experiencia de sus ya 30 años en la producción musical, dispone en medio del estudio revestido de duela de madera, dos pianos encontrados en sus lineas cóncavas. Billy Joel no entiende el propósito de aquello hasta que ve a Ray Charles cruzar la puerta del estudio y de pronto toda su experiencia y millones de discos y decenas de éxitos radiales se vieron reducidas al niño de 13 años que escuchaba a escondidas la radio A.M. por las noches, esperando a que pusieran música negra.

Entonces, Joel, ante la incapacidad de hablar con el monumento de Charles, se sienta al piano e invita a Ray a hacerlo también. No hablan, sólo empiezan a improvisar cada uno, hablándose con las teclas, contestándose: Así nace la  introducción de la canción que acabarían grabando juntos.  Escuchar el resultado no es tan placentero como verlo en el video que documentó parte de la grabación de esa pista y la canción como tal.

Joel, nervioso, raro en un músico como él siempre tan valemadrista con todo y con la crítica, sostiene ansioso una servilleta entre las manos mientras ensaya la canción y reescribe unas partes que luego deberán ser escritas en braille.

Baby Grand es sin duda alguna de las mejores canciones que Billy Joel ha grabado en su carrera. Es la cima para el hombre común, ese que hoy todavía camina en una ciudad viviente, igual de anónimo, igual de viejo, igual de renacido. Así, como la ciudad que le ha visto siempre.

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PS

Ya le puse la ofrenda a mis propósitos de este año.