Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11


José José y sus compositores tuvieron siempre una fijación tremenda para con los pájaros: Gavilanes, gorriones, palomas, nidos, alpiste, vete a volar, golondrinas, alas, cielo, etc. A lo largo de más de 40 años de carrera —los fanáticos no me dejarán mentir— las referencias ornitológicas en el cancionero del Príncipe son amplísimas y han sido y serán cantadas mientras haya mundo por borrachos, despechados y bohemios.

Pero de todas esas referencias, por momento enciclopédicas, la que más me intriga de todas (y por intriga no me refiero necesariamente a misterio, sino a una especie de curiosidad ilimitada que suena en mi interior cada vez que la escucho), es aquella en la que lo de las ave fue llevada al siguiente nivel, a uno más “profesional” y técnicamente pulcro, si se nos permite adjudicarle esos adjetivos, esa que Manuel Alejandro, uno de los mejores compositores con los que trabajó José José, incluyó en el himno de los despechados que terminó siendo “Lo dudo”: conmigo te mecías en el aire, volabas en caballo blanco el mundo.

Sin duda una de las mejores frases jamás escritas para la música
popular. La pluma neobarroca de Manuel Alejandro y la voz churrigueresca de José José, conjugan en un matrimonio excepcional de literatura y cuerdas vocales a la hora de pronunciar aquel verso, que a la sazón viene incluido en el que acabaría siendo hasta nuestros días el álbum más vendido en la historia de nuestro país, Secretos.

Volabas en caballo blanco el mundo, qué frase tan inmejorable, tan constructiva, tan perfecta, tan condensadora. El mundo en una nuez. Es perfecta, repito. Y no me cansaré de hacerlo. Lo siento, perdón por ser tan kitsch, o ridículo, o como usted quiera llamarle.

Pero cada vez que escucho aquello me imagino a una quinceañera, o a una mujer vestida de novia, regordeta, surcando un cielo falso en pantalla verde o de estudio fotográfico, a bordo de un pobre unicornio blanco con alas de paloma, efectivamente, y a un cantante, ataviado con olanes, cantándole a esa mujer desde otro set mal iluminado.

Y es perfecto. Adjudicarle cuestiones ornitológicas a un caballo no es solamente un recurso poético, sino el culmen de la narrativa de José Romulo Sosa Ortiz, el triunfo de una estética mexicana, ochentera,
propositiva, y que se explica así misma y cada vez mejor con el paso de los años.

Esa estética venía construyéndose desde mediados de los setenta gracias a otro español, Rafael Pérez Botija, experto en producciones y arreglos elegantes, ostentosos, imponentes y en componer letras con una narrativa igual de barroca que, combinada la avidez de José José por salir de Clavería, acabaron por ser la representación absoluta de una clase media mexicana que encontró en la década de los ochenta una torre desde la cual se avistaba un nuevo horizonte, prometedor, de anillos de oro en el dedo meñique, de carpetitas caladas en la mesa de una sala, de lentes de aviador, sacos de color pastel y un Atlantic del año.

O todo lo anterior, o simplemente la frase en cuestión es una frase común y corriente, escrita en una noche de bohemia y que pasa desapercibida entre un montón de letras y minutos y minutos de música y canciones.
Sí.
Seguro solamente es eso.


PS
Pedí asilo en tu corazón pero
Brasil no me dejó cruzar su espacio aéreo.