Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Es el tintineo de la campana del mostrador del lobby la que me saca de mis cavilaciones. Hacía tanto que no escuchaba una campanilla de esas. De hecho es mas un objeto que relaciono con la ficción, algo que no sirve para nada en la vida real. En las películas esas campanas siempre son tocadas por personajes apresurados a quien usualmente alguien persigue y que llegan a un hotel y se encuentran ante un front desk vacío y tocan la campanilla hasta que un empleado sale amodorrado de la oficina de atrás.

A mi parecer, fuera de la ficción, una campanilla de lobby para llamar a alguien de la administración, tiene el mismo uso que el que tienen los buzones postales a las afueras de una casa suburbana, o el mismo uso que tiene el Halcón Milenario: en la realidad no sirven de nada. Meros adornos, recursos literarios, pero nada más.

Por eso, ese ruido me sacó de mi ensueño esporádico, porque inmediatamente volteé para investigar quién estaría tocando la campana mientras yo esperaba a que me trajeran mis maletas del resguardo. Cuando puse los ojos sobre quien estaba golpeando insistentemente la campana, no encontré a ningún Bruce Willis apresurado para que alguien de la administración le asignara una habitación, ni a una viejita educada que tocaba la campana con clase para llamar la atención del dependiente.


Era un niño, que tocaba la campana apresuradamente como quien puede robar algo por sólo 5 segundos sin tener ninguna consecuencia. Llegaba al mostrador de puntitas. Fue cuando se dio cuenta que lo estaba mirando que me vio avergonzado y dejó de hacerlo, para luego irse corriendo a las piernas de su padre, quien hablaba por teléfono
sin interés alguno por lo que su hijo destruía o hacía.

Cuando el padre dejó de hablar por teléfono reprimió al niño y
le empezó a decir que nunca podía estarse quieto y todas esas cosas que los papás dicen cuando regañan a los niños, y que no fuera tan ocioso y que no tocara la campana porque iba a molestar a los demás.

Un regaño tardío, conveniente y seguramente confuso para el niño.

Entonces me acerqué al mostrador y comencé a golpear la campana.

Hacía mucho que no hacía algo por primera vez.
Entonces repetí la emocionante hazaña, una y otra, y luego otra palmada. Se sentía muy bien. Lo hice una y otra vez, hasta que salió de la oficina trasera una joven con traje sastre y me preguntó si se me ofrecía algo. Apenado, como el niño de antes, le dije sonrojado que no y me inventé alguna estupidez que me hizo quedar como idiota.

Lo bueno fue que inmediatamente el botones llegó con mis maletas y pude irme, casi huyendo. Cuando uno ya es adulto y hace una tontería infantil, se avergüenza más que nada y que por nada.

Busqué al niño, para encontrar su aprobación. Ya no estaba.

Altavoz
El próximo domingo 1 de diciembre tendré el honor de estar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, presentando la antología de cuentos que lleva por título el nombre de mi cuento, “Vampiro”, el cual ganó este año el primer lugar de la 6ª edición del Premio Endira de Cuento Corto. La cita es a las 12:30, en la Sala Agustín Yañez. Ahí nos vemos.
Seguiré contando.


PS
Pedí Uber XL porque gordo.