Por: Pablo Íñigo Argüelles / piaaonce@gmail.com

Uno regresa a lo que ha escrito como quien se mira en un espejo y no se reconoce.

            ¿O será que una analogía más atinada es la del niño que escucha su voz grabada por primera vez y siente, también por primera vez, vergüenza?

            Vago por documentos de Word en vista previa, me muevo a través de ellos con el poder que me da la flecha, la del teclado, una flecha sin misericordia que imita a lo que en la realidad conocemos como hojear algo, un libro, un álbum, un almanaque, o algo sin forma, si acaso hojas, hojas repletas de letras removidas en el piso.

            En la pantalla se miran los años, pasando de uno en uno: la forma en la que disponía mis textos en la hoja virtual no es la misma a la de hoy.

            Hace cinco años me gustaba  escribir con Arial. Luego, no sé por qué, cuando vivía en Francia, opté por la Times New Roman —¿quién me hizo tanto daño?—.

            Pero sin duda, creo que lo peor de mis tiempos surgió cuando llenaba la página de Word (sin piedad y sin sangrías) con bloques enormes de texto, usando esa tipografía horrenda que es Futura.

            Supongo que es igual cuando un adolescente encuentra la libreta que usaba en segundo de primaria y mira su caligrafía inmadura, hecha por una muñeca que se tambaleaba como un pollo recién salido del cascarón.

            —¿Quién demonios ha escrito esto?— se pregunta uno con asco, incredulidad, asombro, pero definitivamente con asco.

            Hoy son los tiempos de la Baskerville, y en cinco años —por decir algo— me será obsoleta.

Entonces seré más joven de lo que soy ahora.

***

         Me intriga bastante pensar en el primer ser humano que escuchó su propia voz. Pienso que al interior, debió de ser lo mismo que sintió la generalidad del hombre cuando Neil Armstrong pisó la luna en 1969.

            ¿Se imaginan?, los Alva Edison, los Graham Bell, ¿escuchando milagrosamente su voz al otro lado de un objeto que ellos mismos inventaron?, percibiendo su voz, que milagrosamente emanó de un cilindro de cera surcada, al interior de una habitación más pequeña que sus expectativas.

            Por siglos nos escuchamos a nosotros mismos por el eco de las cuevas, de los coros medievales. Pero esto de la voz grabada, sin duda, debe ser la hazaña más grande del ser humano.

            Y aun la más  menospreciada.

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Cruz gamada

¿Y a usted cómo le ha amanecido en la Puebla de la posguerra?

            Supe que están eliminando todo signo de morenovallismo con el mismo fervor con el que Alemania borró con lejía las esvásticas, símbolo de un pasado inmediato y atroz.

            Ahora, los que están arriba no se reconocen ante el espejo, no identifican de quién es la letra de ese horrible cuaderno que encontraron entre los escombros de una aeronave siniestrada; no reconocen su propia voz de entre el gis de un cilindro magnético.

            ¡Borrar la esvástica cuanto antes!

            Esa es la orden. Y claro, sin duda alguna, la solución a todos nuestros males.

Seguiré contando.

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PS

Tengo los mismos tics de Rafa Nadal,

 pero sin dinero.