Disiento
Por: Pedro Gutiérrez

Como nunca en la historia reciente, el mundo se divide al mismo tiempo en dos bloques ideológicos y programáticos: populistas contra liberales derechistas. Normalmente, el péndulo electoral se mueve siempre hacia un lado y después de cierto periodo de años, se mueve al otro lado del espectro. Ahora mismo no sucede lo anterior: no hay péndulo y muchas regiones del mundo tienen ambivalencias ideológicas muy marcadas. Para no ir muy lejos, en Norteamérica tenemos un joven liberal gobernando en Canadá, un derechista consumado con tintes nacionalistas encabezando Estados Unidos y, finalmente, un izquierdista populista liderando México. Tres expresiones distintas en la parte norte de nuestro hemisferio. En Sudamérica impera la derecha en Colombia, Bolivia, Brasil y Uruguay, pero al mismo tiempo campea la izquierda trasnochada en Venezuela y más recientemente Argentina.

Dos elecciones son fundamentales en el mundo democrático moderno: en este lado del universo, la del Presidente de Estados Unidos de América; del otro lado del océano, la del Primer Ministro británico. Respecto a la primera de las elecciones, el próximo año los americanos decidirán si refrendan la confianza a Donald Trump o bien, dan un giro hacia los tenebrosos pantanos del Partido Demócrata, con todo y el impresentable Bernie Sanders encabezando desde el socialismo la oposición trumpista. En efecto, si Trump sale victorioso frente a la ridícula acusación de juicio político que le ha iniciado la no menos ridícula líder de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, estoy seguro que triunfará en las elecciones de finales del próximo año, lo cual le permitirán al magnate gobernar ocho años, como ha sucedido con los últimos presidentes americanos desde Clinton, pasando por Bush y Obama. La economía americana en franco crecimiento y el arraigo de un creciente sentimiento nacionalista que vigoriza las bases del electorado republicano permitirán que Trump triunfe. Si acaso, será más difícil sortear la aduana del juicio político que la de la reelección.

Respecto al caso británico, la semana pasada fuimos testigos del avasallador triunfo del líder del Partido Conservador, Boris Johnson. A diferencia del sistema político americano que es de tipo presidencial y republicano, en Gran Bretaña el sistema es parlamentario y monárquico constitucional. Esto le confiere mayor flexibilidad al régimen y, por ello, presenciamos la segunda elección general parlamentaria en acaso tres años. El detonante de tal inestabilidad es el Brexit, esto es, la decisión mayoritaria tomada por los británicos en junio de 2016 respecto la salida de la isla de la Unión Europea.

Boris Johnson, ex alcalde de Londres y hombre culto aunque estrafalario —ha escrito varios libros, uno de ellos una biografía muy interesante de Winston Churchill, su ídolo confeso— será en estos días autorizado por la Reina Isabel II para formar gobierno, después de una aplastante victoria conservadora que le asegura a su partido más de 360 escaños en el Parlamento (de un total de 650), la más determinante desde las elecciones de 1987 cuando triunfó el icono Margaret Thatcher. El triunfo de Johnson representa, a su vez, la derrota más vergonzosa del Partido Laborista desde hace décadas.

Con los números en el Parlamento a su favor, los conservadores británicos podrán ejecutar de inmediato, según lo ha anunciado el propio Boris Johnson, la salida de Gran Bretaña de la UE. El plazo está encima, pues la Unión Europea fijó el 31 de enero de 2020 para concretar el Brexit de una vez por todas y ello fue lo que precisamente llevó a Johnson a la contundente victoria: en efecto, en la campaña poco se habló de la seguridad social, el terrorismo, el crecimiento económico y otros temas domésticos, pues el tema central que hizo triunfar al conservadurismo inglés fue el apurar el Brexit para sortear así finalmente esta crisis política iniciada con David Cameron y profundizada con la ex primer ministro Theresa May.

Si como dijo Samuel Huntington en su afamada obra El choque de las civilizaciones, la situación mundial ha de estudiarse bajo la óptica de la geopolítica, es hora de analizar con mayor detalle estos cambios mundiales que operan al amparo de los sistemas electorales. En el caso mexicano, por ejemplo, quizá no sea tan relevante la elección británica como lo puede representar la elección norteamericana del próximo año. En todo caso, no será sencillo 2020 para nuestro país en la medida en la que el candidato republicano tiende a centrar su discurso en la polarización nacionalista y ello afecta y sacude a México, así como el fenómeno migratorio. Y lo peor: inmediatamente después de la ratificación presidencial de Trump a finales del año venidero, toca la elección intermedia congresional en nuestro país y el nuevo invento constitucional de Morena, consistente en la institución de la revocación de mandato —por cierto, una figura contra natura del sistema presidencial—.

Geografía y política, dos ciencias que van de la mano y que hay que analizar detalladamente en los meses por venir.