Disiento
Por: Pedro Gutiérrez

El domingo pasado se cumplió un año de ejercicio de gobierno del presidente López Obrador. Rindió, faltaba más, su cuarto informe en el ciclo de un año calendario. Como pez en el agua, el Presidente gusta de estar con la gente, rodearse de ella, saludarla, apapacharla y sentirse apapachado. Es la misma lógica de haber acudido en estos 365 días a todas las entidades en la faceta de giras, con más de 250 visitas a municipios del país. Un Presidente que no sale de México (ninguna al exterior a la fecha), pero que se adentra en el mismo, porque es su estado natural.

Y entre toda la faramalla que representó el evento en el Zócalo —con no pocos acarreados, por cierto— y la paupérrima marcha de la oposición aún desorganizada, hay mensajes cifrados y relevantes para la democracia en medio del discurso presidencial frente al pueblo adicto a la 4T. En no pocas ocasiones, el Presidente ha señalado que está sentando las bases para un cambio de régimen y que, en lo que respecta a la Constitución, esta se ha venido modificando para plasmar el ideario lopezobradorista y que, en los próximos periodos de sesiones del Congreso de la Unión, habrán de discutirse nuevas reformas que aseguren, por ejemplo, la garantía del derecho a las pensiones de adultos mayores, por poner un ejemplo. Con ello, dice el Presidente entre líneas que muchos no registran, técnicamente se está construyendo una nueva Constitución. 

Al respecto, días atrás el otrora presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, dio una cátedra en la BUAP, justamente aquí en la capital poblana. En ella, el ilustre parlamentario refirió que la única forma de cambiar el régimen político en México es el cambio constitucional y no sólo la alternancia de gobierno. Con ello, se coronaría la tesis y casi misión de vida de Muñoz Ledo en las últimas décadas: que México tenga una nueva ley fundamental. 

Los dichos, tanto del Presidente como del parlamentario, en relación con una nueva Constitución, deben alertar a la aletargada oposición que pareciera sigue tragando tapioca en lo que la 4T avanza a pasos agigantados. Si bien siempre he sido promotor de una nueva Carta Magna en México —mis tesis profesionales y de posgrado han abordado este apasionante tema—, ahora habrá que estar muy atentos en caso de que la aplastante mayoría social y política del régimen que encabeza AMLO pretender sustituir la obsoleta Constitución de 1917 por una nueva que altere los evidentes avances democráticos de los últimos años. 

Sin duda, la Constitución mexicana merece una revisión a fondo, casi quirúrgica. Nadie se ha atrevido a emprender esa revisión profunda: ni el PRI porque no le convenía a sus intereses autoritarios, ni el PAN que con Fox desaprovechó la oportunidad histórica para hacerlo en los albores del siglo XXI. Sin embargo, veo en la clase política lopezobradorista una intención al respecto, comenzando por los ya aludidos, así como con Jaime Cárdenas, intelectual orgánico al régimen, entre otros. 

Ahora bien ¿para qué cambiar lo que hasta el momento es funcional a los intereses propios o del partido al que se pertenece? Si el Presidente percibe que con las reglas actuales puede consagrar su ideario izquierdista, seguramente no volverá a pensar siquiera en el cambio constitucional; por otro lado, si ve que con la ley fundamental vigente se entrampan sus postulados políticos y sociales, es probable que urja a la presentación de un proyecto constitucional nuevo.

La cosa no es menor, pues la Constitución actual no establece un mecanismo de cambio integral de su texto; por el contrario, la ley fundamental posrevolucionaria establece candados para su autoprotección que la hacen inmune a la tentación de sustituirla. Sin embargo, en la retórica y discurso oficialista de la 4T, es posible y probable que el propio Presidente aluda al príncipe de los artículos constitucionales, es decir, al 39, que establece el poder omnímodo del pueblo para modificar o alterar en cualquier momento su forma de gobierno. Como dijo AMLO el domingo pasado: el pueblo es el gran señor, amo y soberano, el que verdaderamente manda y transforma. Si se recoge esta tesis y se fortalece el gobierno, no es improbable que veamos más temprano que tarde la idea relativa a una nueva Constitución. Y mientras tanto, como señalamos líneas arriba, la oposición jugando a ser oposición. Una pena