Mesa Cuadrada
Por Gabriel Reyes Cardoso

Los humanos sólo disponemos dos metodologías para la construcción de los aprendizajes que necesitamos para vivir: el pensamiento lógico matemático y el uso del lenguaje como comunicación. Así integramos las percepciones para definir y reconocer lo que está en nuestro entorno que expresamos de tres formas: oral, escrita y actuada.

Las expresiones en sonidos, gestos o letras, comunican. Envían mensajes con una precisión y contenido que motiva a entender y obedecer.

Todo dirigente, todo líder, necesita utilizar este instrumental para mantener supremacía, gestar coincidencia, confianza, lealtad y una adhesión activa y duradera.

No hay líder cuyas ideas perduren si es incapaz de manejar el lenguaje oral, escrito o de gestos y ademanes, con una lógica, cuya consistencia siempre tendrá cuatro elementos: un objetivo, un referente histórico de grandeza aceptada, una estrategia innovadora y un enemigo a quien vencer para lograrlo.

En la Cuarta Transformación, el discurso del presidente López Obrador es el instrumento de mayor importancia y con la mejor capacidad para hacer que todos se identifiquen con ese proyecto, lo incluyan en su agenda diaria y lo promuevan. Sobre todo, cuando los objetivos principales son desterrar todo tipo de prácticas gubernamentales basadas en la mentira, el engaño, el abuso y la impunidad amparadas en una oratoria que, por eso, ya no sirve.

Es cierto que no sólo con discursos se logrará, pero sería imposible hacerlo sin el mensaje, con el cual, el líder más importante habla directo a la sociedad, con una claridad que es difícil de entender, porque no estamos acostumbrados y porque lo hace directo, sin intermediarios, algo que tampoco habíamos experimentado.

El valor más importante del discurso presidencial no es justificar por qué hay que substituir instituciones sociales que han causado daño, enojo y generan venganza. Su principal aportación estaría en promover la necesidad de transformar todo, porque lo que más duele son precisamente, las consecuencias de esas antiguas formas que hicieron de la política sólo oportunidad de despojo y mentiras, amparadas en palabras bonitas, que traicionaron a quienes la escucharon.

Las conferencias en las mañanas, se esté o no de acuerdo con sus contenidos, ha inaugurado ya una nueva etapa en la historia del país. La comunicación directa del presidente con la gente es una estrategia viable para promover una transformación radical.

La palabra ha sido siempre el hilo conductor de ideas y acciones colectivas, motor de su pertinencia y utilidad social y en política la única vía para tomar decisiones colectivas que respeten la libertad de los individuos y fomenten una concordia honesta y posible que asegure justicia.

El mensaje diario del presidente demuestra transparencia para conocer sus ideas y firmeza para hacerlas posibles, pero también que acepta pagar todos los costos de esta comunicación en corto. Pero justo es que López Obrador sepa que aceptamos correr los riesgos de escuchar solo a una voz, como inteligencia no como sumisión.