El presidente Andrés Manuel López Obrador ha calificado al actual clima recesivo mundial como una “crisis del modelo neoliberal”.

El pasado 2 de abril dijo que la contracción económica sería “transitoria” y que de ella “vamos a salir fortalecidos porque no nos van a hacer cambiar en nuestro propósito de acabar con la corrupción y de que haya justicia en el país”.

En ese sentido, continuó el mandatario, “esto nos vino como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”.

Aquel día no quedó muy claro a qué se estaba refiriendo el Presidente con dicho comentario. En la historia moderna de México no ha habido un solo gobierno que haya caído parado luego de una crisis. Peor aún, ésta, la peor desde 1932, que se está haciendo acompañar de desempleo masivo, mayor pobreza, inseguridad creciente y muerte por enfermedad.

¿A qué podía aludir el Presidente, quien, antes de tomar posesión, había dicho a sus cercanos que a lo único que él temía era enfrentar una crisis económica?

Quizá nunca lo sepamos, sobre todo ahora que López Obrador ha cambiado de discurso ante la nueva realidad económica.

“Íbamos muy bien”, lamentó el domingo en un mensaje grabado en Palacio Nacional. “Ahora sí que, como se dice en mi pueblo: tan bien que íbamos y se nos presenta la pandemia”.

Así, en 50 días, el Presidente pasó del qué bueno al qué lástima en su interpretación de la crisis.

Y aunque el fin de semana argumentó que la pandemia “no nos agarró mal parados”, los datos económicos son testarudos al mostrar que la economía venía cayendo desde antes, con falta de crecimiento, destrucción de empleos y debilitamiento de sectores clave como la construcción.

El Presidente calculó que la contracción económica costará al país un millón de puestos de trabajo, pero se mostró confiado en que su gobierno creará dos millones de ellos.

El problema es que la mayoría de las cosas que dijo que crearía no son puestos de trabajo, sino contrataciones en dependencias del gobierno y pagos generados por programas sociales. Además, casi todos ellos en áreas rurales, a diferencia de los empleos perdidos, que eran, sobre todo, del ámbito urbano.

Se entiende que López Obrador tenga un discurso optimista frente a la crisis. Como Presidente, le toca tenerlo. Lo que no se entiende es que no acompañe su optimismo de un programa de recuperación que salve a las empresas, ésas que sí dan trabajo.

buscapiés

Hoy se cumple un mes de que el presidente López Obrador dijera por primera vez que México había podido “domar la epidemia” del covid-19. Aquel domingo 26 de abril, la Secretaría de Salud reportó 14 mil 677 casos de contagio por el nuevo coronavirus y mil 351 fallecimientos. Anoche se informó que eran 71 mil 105 y 7 mil 633, respectivamente, un aumento de 384 y 465 por ciento, en ese orden. Por la mañana, el Ejecutivo había repetido que “ya vamos de salida”.

*Da la impresión de que, al redactar sus iniciativas, muchos integrantes del oficialismo sienten que van montados en un tanque Sherman mientras desfilan por La Habana en enero de 1959. Juegan a la revolución sin medir las consecuencias de sus actos. Hostigar y exprimir a quien tiene posesiones superiores a lo que estos remedos de revolucionarios consideran suficientes para vivir sólo prolongará la parálisis de la economía y no conducirá a la felicidad.

Es afortunado que, ante ese ímpetu de concentración de poder y destrucción de toda cosa percibida como “neoliberal”, aparezcan frenos. En semanas recientes, el Poder Judicial y algunos organismos públicos autónomos han hecho un servicio al país mediante el control que contempla la Constitución. En ese sentido, también hay que reconocer la sensatez de Ricardo Monreal, líder de la mayoría en el Senado, quien, por ejemplo, ayer dijo que la reforma educativa en Puebla viola la Carta Magna.

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