La ensayista y filósofa Susan Sontag, cuya vida podríamos decir estuvo bautizada por el dolor, dolor que refleja no sólo en sus obras, sino en sus diarios íntimos, nos regala un libro en el que recorre una parte importante de cómo la humanidad se las ha visto para lidiar con dos padecimientos terribles: el cáncer y la tuberculosis.

En La enfermedad y sus metáforas, Sontag nos dice que: “Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa… El contacto con quien sufre una enfermedad supuestamente misteriosa tiene inevitablemente algo de infracción; o peor, algo de violación de un tabú”.

La autora hace un, por demás, interesante recorrido sobre el tratamiento metafórico que se les ha dado a ambas enfermedades. Su irrupción en la literatura, como un modo de su incorporación a la vida cotidiana. Además del cáncer y la tuberculosis, Sontag hace un adendum sobre “el Sida”. La primera parte del ensayo fue escrito a finales de los 70 del siglo pasado y el añadido 10 años después.

Con Susan Sontag podemos recorrer lo que se ha dicho y escrito hasta el momento del Covid-19 en México. Pocos nos hemos atrevido a escribir ensayos durante este periodo. Hasta el momento sólo se han escrito cuentos infantiles, en el extranjero, para “explicar” a los niños esta enfermedad —que los adultos todavía no se explican—. Los grafitis son más garabatos de apoyo a médicos, que una auténtica metáfora de lo que estamos viviendo. En la música, Danna Paola canta: “Ya no veo las noticias, no. No mido el tiempo ni los días. Tú tan lejos, yo solita. Toca quedarse en casita. Estando en peligro y no hay marcha atrás. Cuidando al perro y a mi mamá. Si el miedo me colapsa. Pienso en ti y se me pasa. Yo me quedo encerradita si es contigo. Contigo, contigo. Yo me quedo en cuarentena si es contigo”.

Ante estas paupérrimas manifestaciones debemos recurrir a la tradición oral. Lo que la gente cuenta. Independientemente de lo que hayan dicho los gobernantes (que ya consignamos en el artículo Coronavirus: del murciélago a la opulencia), la población tiene su propio discurso, su propia narrativa. Su propia manera de explicar (se) lo que está viviendo.

El reportero de El País, Pablo Ferri lo consigna muy bien en su nota: “Se murió la señora que hacía tacos en la puerta”. Después de conocer las entrañas del conjunto habitacional en donde vivía la señora de los tacos y cómo están tramitando sus ritos funerarios, cancelados en otras partes del mundo ante la epidemia, concluye: “En México, mantener la distancia social choca contra una convicción arraigada en muchas vecindades: que la adversidad se supera colectivamente”.

María Dolores Carrillo, madre de una de las víctimas del coronavirus dijo en una entrevista televisada tras los disturbios en el Hospital Las Américas de Ecatepec, Estado de México: “… para la gente que estamos aquí, que nuestros fallecidos que nos entreguen nuestros cuerpos completos porque sabemos que no existe el Covid, ¿sí? Aquí a mi hijo me lo inyectaron yo creo que, para matarme a mi hijo, es todo lo que me dicen”.

Ahora es tiempo de abandonar a Susan Sontag. Si escribió ese libro fue para combatir a las metáforas de la enfermedad. Curiosamente quien vivió de las letras le quiso quitar todo lo metafórico al cuerpo para dejar sólo su dimensión biológica. Agobiada por el cáncer, pensaba que las metáforas obstaculizaban el tratamiento de su enfermedad. Por eso las combatió hasta el final. Se quedó con su cuerpo biológico “El cuerpo de Sontag, consumido por el cáncer y las terapias, sólo era vagamente reconocible. Era y no era ella. Le habían comunicado dos semanas atrás que no se podía hacer nada, que buscase consuelo en sus valores espirituales, en sus amigos. Respondió que no tenía ni esos valores ni amigos”. (Gonzalo Toca Rey 2019). Lo logró, se quedó sin metáforas, ni referentes simbólicos.

Si habremos de vivir los próximos años con el Covid-19, entrando y saliendo del confinamiento, como prevén los epidemiólogos, recorramos los caminos de la mano de metáforas. De lo contrario corremos el riesgo de quedarnos en el mero desplazamiento, en una metonimia, que hasta el momento está en la negación de la enfermedad. Si prescindimos de las metáforas no podríamos conocer su verdad, la verdad de la enfermedad, aunque Lacan advierte que los hombres se acomodan “sin inconvenientes a la no-verdad.

 

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