Llegué a casa. Cuando entré a la cocina ahí estaba el perro, leyendo el folleto de una clínica de castración mientras fumaba su tercer cigarro, o al menos eso fue lo que deduje por las colillas apretujadas en el cenicero en forma de poodle en bikini, a un lado de su pata. Me miró por encima de sus lentes y dijo en voz baja —qué horas son éstas—.

Es mi casa, puedo llegar a la hora que quiera. Además, podría apagarte el cigarro en una pata de una vez por todas. Ya te he dicho que se apesta todo— 

El perro siguió leyendo su folleto con la pasión con la que uno lee el final de una novela policiaca, ignorándome, naturalmente.

—Antes movías la cola cuando entraba—reclamé

         —¿Quieres?—preguntó, señalando con el hocico una botella de vino a medio terminar e ignorando mi reproche.

No—Luego me arrepentí y enmendé —No, gracias. 

 Abrí el refrigerador, me serví un vaso de leche y me acerqué a la mesa en la que el perro continuaba su ritual como si yo no hubiera aparecido. Intenté ahuyentar el humo del cigarro con aspavientos para que notara mi molestia, pero fracasé. 

—Estaba viendo esto de la clínica y está increíble. Qué bárbaro. Dicen que no sientes nada. Entras a las 8 de la mañana y a las 2 de la tarde ya andas persiguiendo urracas en tu casa. 

—Mi casa.

—Ahora ya hay mucho avance. A mi padre se lo hicieron y ya ves que se les pasó la mano con la anestesia. Ahí quedó.

—¿Por qué inventas? No conociste a tu papá. Ni a tu mamá. Ni a tus hermanos. 

—El veterinario me lo dijo. 

—No le creas. Sabes que el viejo ya no distingue un perro de un gato.

—¡Uuuy! ¿tuvimos un mal día verdad?—dijo levantando las cejas y las orejas al mismo tiempo.

         —No te importa. Y no te burles—fingí pesar.

         Finalmente apagó el cigarro restregándolo en la barriga de la poodle con bikini mientras se aclaraba la garganta. Mientras, yo miraba fijamente el vaso de leche.

         —Bueno…pensaba que quizá podría operarme la semana que entra, aprovechando que hay puente y tú tienes más tiempo de…

         —¿Y quién va a pagarlo?

         A la cocina se la comió el silencio, tanto, que escuché cómo las cenizas se consumían lentamente en la barriga de la poodle con bikini. Insistí.

         —¿Quién va a pagarlo?, porque yo no. Te aviso de una vez. 

—Yo no puedo pagarlo ahora—intentó defenderse. —tú sabes que no he podido encontrar trabajo.

         Puse las dos manos sobre el filo de la mesa y le clavé los ojos por encima de sus lentes.

         —Es que nisiquiera lo has intentado. Llevo diciéndote desde que cumpliste un año que consiguieras algo. ¿Y qué haces? Te la pasas lamiendo la alfombra, ya hasta me le hiciste marcas. Ladras todo el día, a los del 6 y a los del 8, al del gas y al portero. Comes todo el día, te meas en los tapetes del licenciado. ¿Sabes cuántas advertencias me han llegado del administrador del edificio? Por si eso fuera poco te bebes todo el vino. Dime, ¿qué queda de la última caja que traje? Posiblemente lo que queda en esa botella sea lo último—dije extendiendo mi mano y reprochándole la botella medio vacía. 

—Fumas todo el maldito día, comes atún del caro, porque el otro te da agruras. Y es más, ya te dije que cuando quieras fumar, ese cenicero ni me lo toques, que no costó tres pesos. 

         —Perdón—dijo el perro —no pensé que quisieras tanto un cenicero que fui a encontrar en una caja debajo de la escalera. 

         —Y a ti qué te importa dónde guardo mis cosas. Y qué, ¿ahora cuando no tienes qué hacer te pones a esculcar mi casa?

El perro se sacudió y bajo de la silla alta dándome la espalda. Le vi la cola entre las patas. Empezaba a alejarse cuando de pronto volteó y dijo —¿Y te sigues preguntando porque Elisa no volvió a buscarte? Mira el genio de mierda que tienes. 

         —¡Mierda la tuya! Ni tienes la decencia de recogerla siquiera. Además, ¿sabes qué? Es hora de que crezcas…¡a tu papá lo durmieron!,  sí, ¿no lo sabías?, lo durmieron porque era un bueno para nada, como tú, ¡comecuandohay!

         En ese momento el perro aflojó su cola y bajo el hocico y se fue caminando lentamente a la zotehuela, donde acostumbraba dormir. Yo me bebí lo que quedaba del vino.          Al otro día, cuando desperté, el perro no estaba. Cuando regresé a la tarde seguía sin estar. Me preocupé. No debí haberle dicho nada de eso. 

Maldije el hecho de que los perros no usaran celular, y justo cuando estaba por salir a buscarlo, escuché la cerradura de la puerta. Era él. 

         —Hola—musité. 

         —Empiezo mañana, a las siete en punto.

         —¿Qué— le dije confundido.

         —Sí, que mi trabajo empieza mañana, a las siete. 

         —Ah, y…¿se puede saber en dónde?

         —Seguridad. Voy a ser el perro guardia de un policía gordo y mudo. Me pondrán bozal y todo. ¿Puedes creerlo?

            Saqué de un cajón el cenicero en forma de poodle con bikini y le pedí un cigarro. 

           —Esto de ser perro está difícil—dijo, mientras me acercaba la cajetilla abierta.

PS Ya empezó la temporada de las pizzas de corazón. 

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