En otro artículo había abordado cómo la pandemia y el fracaso de los sistemas de salud en todo el mundo estaban regresando la enfermedad a su lugar de tratamiento y curación original: la familia. Y cómo esta misma dinámica estaba por cambiar la producción de esta organización social. Pero no debemos confundirnos y pensar que también eso que llamamos amor va a transformarse, por el simple hecho de que hoy los integrantes de las familias pasan más tiempo juntos, o porque los esposos o concubinos están “más unidos” y se tienen que soportar-tolerar-aguantar-convivir más. Eso, si se me permite decirlo, no es amor, ni de lejos.

Ciertamente el amor ya no es lo que solía ser. Para los griegos el amor era la vía regia para llegar a la belleza y en consecuencia a Dios. Pero era también el equivalente moderno a una enfermedad, aunque los clásicos no hubieran todavía desarrollado lo que hoy conocemos como enfermedad, para ellos era un sufrir, una pasión. El amor, como cuestión médica era una locura, una manía, una melancolía. Se aconsejaba pues alejarse de los enamorados para no contagiarse. El médico Erixímaco, en esta tradición, dice en El Banquete que en los cuerpos hay dos tipos de Eros (amor) el estado sano y el estado enfermo, y la medicina es el conocimiento de las operaciones amorosas. Si el amor (Eros) es una enfermedad, es una “enfermedad de los ojos”.

En esta tradición, la psicología medieval logra trasladar, dar el paso, de la enfermedad de los ojos a la enfermedad de la imaginación. Toda la poesía se sustenta en este hecho. Si uno ama, ama a una imagen. La fuente del amor, en el medioevo es una fuente o un espejo. En el espejo se une el que ve y lo que es visto. Por eso cobra relevancia el mito de Narciso, él no se ama a sí mismo, sino que ama a la imagen que le devuelve el lago, ahí confluyen Eros y Narciso. A partir de este momento amar es imaginar. Pero a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, con lo que denominamos como narcisismo y ubicamos en una patología, la psicología de la Edad Media no entra en el círculo de querer volver “real”, es decir material, la imagen de lo amado, se sustenta con la imagen mental.

La psicología moderna, auxiliada de la sociología y la tecnología, ha detenido la dialéctica del Eros, como enfermedad, como imagen, como fantasma que se expresa en el lenguaje, ha colocado al amor como un sentimiento que está a la orden de la ética capitalista, que le obliga a producir. Por eso Byung-Chul Han dice que Eros está en agonía: “Hoy la negatividad desaparece por todas partes. Todo es aplanado para convertirse en objeto de consumo”. Todo tiene que ser positivo, para ser amor. Hemos reprimido al amor como enfermedad, como locura, como heroísmo, como fantasma. El amor se compra y el amor se vende. Es material. Amamos la imagen material, no la mental de la persona a la que “amamos”. Le exigimos que sea lo que pensamos que es. Y nos exige que seamos lo que piensan que seamos. Y estamos condenados a satisfacer esa exigencia, para ser productivos, para ser objetos de consumo. “Apréndete a vender” dice la máxima del coaching que intenta desplazar a la psicología o de la que incluso la psicología se ha infectado.

Esta pandemia se infectó de modernidad. No logró ser lo que Lars von Trier imaginó (amó) en su impactante Melancholia, el apocalipsis que por fin enseña a amar a Justine, sacarla de “su pozo narcisista”. La depresión sigue venciendo a Eros. La farmacología como técnica, que también obedece a la ética capitalista, está diseñada para hacer producir a los hombres y en esta crisis se anota un triunfo más: el aumento en la venta de antidepresivos.

Si Eros hubiera triunfado los periódicos hablarían de la baja en las ventas de antidepresivos y ansiolíticos; se estarían cancelando suscripciones a Netflix y Amazon; Instagram, Facebook y Tik Tok estarían pidiendo ayudas para un rescate financiero.

Cuando al fin nos decidamos a salir de la simulación y aceptar que el confinamiento falló el día en que inició, podremos salir a la calle a comprobar que Eros sigue en agonía. Pero no todos lo verán, sólo los que sigamos enfermos de los ojos.

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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