Andrés Manuel López Obrador logró superar negativamente a los ex presidentes Enrique Peña, Felipe Calderón y hasta a Vicente Fox.

 El tabasqueño nos ha llevado a la recesión económica. Esto no ocurría desde hace dos décadas. De acuerdo con la Estimación Oportuna del Producto Interno Bruto (PIB), que dio a conocer el INEGI, la economía mexicana retrocedió 0.1% durante 2019. Del 0% que ya teníamos, nos situó literalmente en números rojos.

 El anti-efecto AMLO en las finanzas nacionales pega también fuerte en Puebla, que apenas tuvo un incremento de 0.2% en el último trimestre del año pasado.

 La recesión se siente a diario en los bolsillos de todos. A todos nos arrastra la política que se dicta desde Palacio Nacional, aunque por supuesto, allá tienen otros datos. De la realidad a lo figurativo, muchos ya no quieren seguir en este avión de Obrador.


México está estancado y a la baja con la conducción económica del Presidente de la Cuarta Transformación (4T).


A pesar de la alerta en que estábamos, ahora convertida en alarma, López Obrador dice que no es importante la recesión.


Justifica que estas mediciones se están dando con el esquema “neoliberal” de antaño.
Él ve que “hay desarrollo, hay bienestar”.


¡Qué manera de autoengañarse!


Bien cabe aquí la metáfora de ya no querer viajar en el mismo avión que el tabasqueño.
Por otros motivos, aparentemente por “seguridad”, una familia lo llevó a la realidad el viernes pasado.


Bajó del vuelo 507 de Aeroméxico, con destino a Villahermosa, Tabasco, porque en este viajaba también el morenista.


El país y el vuelo del Presidente tienen caminos distintos.


Al menos en materia económica.


Con esta política de la 4T.


Esta que privilegia la dádiva clientelar, con becas y pensiones, sobre la inversión productiva.
Y se ve en los números.


Hubo en 2019 una caída de 1.7% de la producción industrial.


El motor del país tira aceite.


(Otra metáfora muy válida).


Las actividades relacionadas con el transporte, comercio y servicios tuvo un magro crecimiento decimal: 0.3%.


Muy por debajo de cualquier expectativa.


Incluso las previsiones críticas.


Solamente en las actividades primarias, las agropecuarias, hubo crecimiento de dos dígitos, 2.1%, en el año pasado.


Pero resulta también muy abajo de lo esperado y, a la vez, insuficiente para paliar el retroceso general.

Más allá de explicaciones técnicas complicadas, la razón está a la vista de todos.
El gobierno de López Obrador no tiene inversión productiva, en infraestructura, industrias, creación de empleos.


En contraposición, se finca en la entrega de dinero en efectivo a personas que, efectivamente algunas en razón de la justicia social, lo requieren.


Pero no todas.


Pareciera que esos beneficiarios de sus programas sociales son vistos más como una clientela de votos a la que hay que mantener.


No hay un afán genuino de redistribución de la riqueza.


¿Cuál riqueza?


Porque para repartir, hay que generar.


No se está haciendo.


Ahí está, a la vista de todos, la principal razón del estancamiento.
De la recesión.


Y apenas estamos comenzando el segundo año del mandato lopezobradorista.
Recesión, de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, significa “acción y efecto de retirarse o retroceder”.


Como segunda definición, respecto de la economía, está “depresión de las actividades económicas en general”.


La aclaración es por aquello de que el secretario de Hacienda, Arturo Herrera Gutiérrez, se ha metido a veces al tema de la “definición” de la palabra, para negarse a aceptar esta condición en la economía.


¿Y qué dice López Obrador?


Obvio: culpa al neoliberalismo.


En su mañanera del jueves de la semana pasada dijo:
“Ya se esperaba, pero están cambiando los parámetros para medir si tenemos bienestar en México. En nuestra sociedad y como tengo otros datos, hay bienestar. Puede ser que no se tenga crecimiento, pero hay desarrollo y bienestar que son distintos”.
México y su realidad son distintos de los que ve López Obrador.
No, no es “un honor volar con Obrador”.
No en esta ruta.

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