Cuando uno deja una casa, la nostalgia se apodera de todo.

Antes de cada mudanza, suelo recorrer por última vez las habitaciones metido en ese ritual.

Hay ecos que no había antes, cuando la casa estaba llena de esos objetos que vamos atesorando como si fuésemos inmortales.

Pero cada despedida es distinta.

Ésta que hoy ofrendo a la que fue mi casa durante 4 años 4 meses es irremediablemente triste.

Dejo este periódico con un cúmulo de sensaciones encontradas.

Tengo, por un lado, la tristeza natural de quien hace maletas para no volver, aunque a la vez hay una ventana de esperanza por la que se cuela un hilo de luz.

Yo que siempre me procuro el splenn o la melancolía, hoy no sé cómo enfrentar esa enfermedad sagrada del siglo XIX.

Gracias por todo a quienes creyeron en mí para estar al frente de este proyecto.

(Recuerdo aún el arranque marcado por dos botellas de champaña cayendo sobre mi cabeza luego de una cena en el Piso 51, en la Ciudad de México).

Gracias por tantas cosas buenas que hubo en el camino.

Gracias por tanta adrenalina regada.

(Sin adrenalina no hay vida).

Gracias por los días permanentes de tensión, cuando ésta podía cortarse como un pan.

Gracias por los días de incertidumbre: esos días borrosos en los que el mundo parecía venirse abajo.

Gracias por los días soleados, que fueron mucho: días de un sol brillante, luminoso.

(La vida está hecho de todo eso, así como de las amistades y las complicidades).

Hoy que cierro este ciclo no puedo dejar de mencionar algunos nombres que acompañaron la aventura de 24 Horas Puebla.

Dos en particular:

Eukid Castañón y Toño Torrado.

(Al resto de mis compañeros, aunque no los mencione, los llevaré siempre en el recuerdo y en el agradecimiento).

Eukid y Toño fueron dos faros en medio de la tormenta.

Gracias por haber estado siempre.

Les refrendo mi amistad a prueba de balas.

Amistades como las nuestras no son fruto común.

Gracias también al hipócrita lector por mantener una permanente actitud crítica ante mis letras: única herramienta de trabajo que me llevo.

La ceremonia de los adioses no es sencilla, pues duele como pegarle a Dios.

Éstas son mis últimas letras en este periódico que fue mi casa durante tantos días.

Es cuanto, señoras y señores.

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