En el recorrido por mis personales reelecturas, he estado bajando del librero, cuentos que recuerdo con estima y que más allá de sólo tener en la memoria, las imágenes más o menos claras de tales narraciones, hoy me provocan una nueva curiosidad y más dudas como para que, ambas sensaciones, me lleven a emprender la nueva lectura, que en algunos casos, confieso que me ha parecido que son primeras lecturas entre las confusiones y los recuerdos desordenados y a veces erráticos de cada historia que ha vuelto a mis manos.

Mi memoria es así, desordena las cosas leídas y no tengo duda que lo mismo sucede con las cosas vividas. Así creo haber vivido con esos borrones en la memoria y con esos olvidos en los que no sé cuántas cosas he perdido y tampoco sé si otras volverán. No quiero inquietarme por no saberlo y dejo hacer su trabajo a la memoria, que en la escritura me dará lo que en su dominio se permita darle a mi poesía y a las historias que he de narrar. Y la memoria es tan libre que nos devuelve y nos quita lo que ella, por una voluntad enigmática, determina. No quiero escrutar más allá de lo que la memoria debe ser, más bien quiero ver la representación de la memoria, como si fuera una bestia que nos traiciona, o nos devuelve tesoros.

Hablo de la memoria, porque entre las reelecturas que estoy haciendo por estos días, hay al menos cinco cuentos que he releído y me he encontrado con pasajes, hechos, personajes y algunas otros elementos del relato, que no recordaba en absoluto, como el que ahora leo. Aunque lo que hace notables las segundas lecturas de los cuentos, que a capricho estoy eligiendo en mis libreros, es el tiempo en mi vida. 

Y en especial el cuento “Carta de una desconocida” de Stefan Sweig, que leí por primera vez hace más de diez años, quise leerlo porque me había parecido un buen cuento, pero no con los alcances que ahora he descubierto poco a poco y con los borrones que se han presentado en el paso a paso de la lectura. Lo que hoy me pregunto, nunca me lo hubiera preguntado 13 años antes, cuando lo leí por primera vez: ¿Qué es el amor?, me pregunto. ¿Para qué el amor en estos tiempos de multiplicaciones y sumas?; no hace falta explicar por qué digo “tiempo de multiplicaciones y sumas”, porque como Ionesco ha dicho “nadie sabe restar”, porque esa no es la civilización, ni el desarrollo. 

Entonces cómo entender el amor de la mujer del cuento de Stefan Sweig que por amor entrega la vida a la imagen de un hombre que nunca conoció su identidad, ni su maravillosa historia sentimental. Una mujer a la que el amor supera su vida y vive en función de ese sentimiento como la vela de una barca a la que el aire lleva allá y acá. Y más preguntas fueron llegando: ¿Por qué la divinización en el amor? ¿A quién hace bien? ¿A quién destruye? ¿Qué cosa destruyen los secretos? ¿Cómo guardar secreto el amor, cuando el amor mucho me refiere a los pájaros del cielo? ¿Cómo y para qué guardarlo bajo la sombra para toda la vida?  ¿Se puede evitar el amor? ¿Se puede vencer el amor y hacerlo pedazos y lanzarlo en jirones al olvido? ¿Y la obsesión amorosa por qué, para qué, de dónde llega? 

El cuento de Stefan Sweig, me sigue haciendo preguntas que con la novedad en las nuevas mentalidades, ya se estuviera discutiendo sobre mesas feministas con el fervor de la descalificación a todo vuelo. 

“Carta de una desconocida” es un cuento que –bajo la forma epistolar– narra la historia de una mujer que se enamora y se juega la vida en ese sentimiento en el que pierde la partida. Aunque esa fue la elección de su destino, si se quiere ver de otra manera. Vivir enamorada de un hombre que nunca se volvió a mirarla y a la que sin saber de su amor por él, alguna vez, tiene una ciega aventura de tres noches, que para ella fueron el clímax de su vida, mientras que para él, poco significaron, tal vez nada. 

El relato es la carta que esta mujer, le escribe al escritor R. al final del amor, al final de una historia que comenzara desde su niñez. La mujer escribe la carta frente al cadáver de su hijo y le cuenta la historia que aquel amado suyo, nunca hubiera imaginado. Y más preguntas me ha hecho… ¿Por qué esperar el final para contarlo todo? ¿Por qué no callarse y dejar que la vida y el amor acaben solos, allá, en la penumbra, en los túneles del secreto y morir con ellos? ¿Cuánto vale lo vivido para escribirlo en una carta, sólo por la sinceridad que obliga a decirlo? ¿Qué buscan las confesiones? ¿Por que decirlas por escrito cuando ya no hay remedio, y sobre todo cuando ya no hay nada qué hacer? ¿Por qué el atrevimiento por decir las cosas más importantes de la vida, llega al final, cuando la esperanza ha muerto? ¿Por qué el amor, y sólo el amor, nos pone esas pruebas donde se juega la vida de manera silenciosa? ¿Por qué el silencio vive como la sangre en el amor? ¿La vida es para amar o son espejismos en los que alguien puede ahogarse hasta la muerte? ¿Puede amarse una sola imagen durante una vida entera?

Un hombre, una mujer, un hijo muerto (hijo de ambos, al que el padre nunca conoció), una ciudad como destino, el despojado y perdido amor de ella, la desdicha de ser además hermosa que la lleva a venderse y a sobrevivir por el hijo y un poco por ella misma. Eso hay en la historia del cuento hermoso de Stefan Sweig, un cuento que me ha hecho muchas preguntas, pero ahora pienso en una: ¿Que diferencia hay entre el amor verdadero y el amor que pasa todos los días por la calle como una máscara sonriente asegurando la vida? ¿El amor verdadero tiene final feliz? ¿Y ese otro, el que vive en la máscara, cómo termina en su larga vida? ¿Por qué les da miedo el amor verdadero, el que nos lleva al abismo? Hasta aquí mis preguntas.º

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