La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

Ocurrió hace muchos años en el Juzgado Civil de Huauchinango, Puebla.

Una secretaria de unos cincuenta años le tomó la declaración a una humilde adolescente que acababa de ser violada por su padrastro.

Imagine el hipócrita lector la escena:

La secretaria, excesivamente pintada, masca un chicle frente a la máquina de escribir.

La chica, delgada, asustada, se frota las manos nerviosas.

— ¿Entonces qué te hizo después de tocarte?

—Pus…

— ¿Te la metió?

—Pus…

— ¿Te la metió o no?

— Pus sí…

— ¿Y te gustó?

—…

— ¿Te gustó?

— No…

— ¿Cómo no si a todas nos gusta?

Este pasaje humillante sucede cotidianamente en los Ministerios Públicos de todo el país.

Por eso lo violadores —un buen número— terminan saliendo de la cárcel.

Sus cómplices indirectas son —o eran— esas secretarías de Juzgado dueñas de un cinismo que sólo puede competir con su frivolidad.

Ellas también fueron —o siguen siendo— parte de una maquinaria atroz que hemos construido todos.

Una maquinaria que anula a las mujeres.

Y más: las convierte en objetos sexuales cotidianos.

En las reuniones familiares no faltaba el tío simpático, bromista, alburero, que se refería inevitablemente a las mujeres como “nalguitas”.

Y cuando a la conversación salía una adolescente, opinaba antes que todos: “Ésta ya es cancha reglamentaria.

O: “Después de 50 kilos ya no es violación”.

O: “Sí le daba su planchadita a mi sobrina”.

La secretaria del Juzgado se jubiló tranquilamente y hoy cuida a sus nietos.

El tío bromista sigue con fama de dicharachero.

Ellos no lo saben, pero son delincuentes potenciales que en su momento hicieron mucho daño.

En esa cultura hemos vivido durante décadas.

De esa misma cultura —la que convierte a la mujer en objeto sexual—proviene el violador y asesino de Mara Fernanda Castilla.

La mujer sólo sirve para la cama, nos decían los señores de los años setenta.

Y no dudaban en llamar putas a todas las mujeres, salvo a sus mamás y a sus hijas.

Las suegras —las buenas suegras— eran las peores enemigas de sus nueras.

“Ay, hijo, tu novia parece putita. Búscate una más decente”.

Las redes sociales han exacerbado esa cultura de opresión.

En Facebook y en Twitter no faltan los que para decir que ya es viernes suben imágenes de mujeres desnudas, suscitando los más diversos comentarios sexistas.

“Hoy cena Pancho”, escribió hace unos días un tuitero que este fin de semana redactó varios tuits de enojo por la muerte de Mara.

Ignora, evidentemente, que él es parte de esa red que todos los días socava a las mujeres.

En Facebook incluso hay varias páginas denominadas “Arrimones y manoseos”.

Dichas páginas incluyen algunos estados de la república y comparten textos como éstos:

“Cuando estén en el camión a punto de dar un arrimón y tengan dudas, recuerden que todas las mujeres son putas y a todas les encanta un buen repegón de camarón”.

Un usuario sube una nota en la que se lee que denunciaron a “supuesto depravado en combi de Morelia”.

No falta el reconocimiento al héroe anónimo:

“Un aplauso a este tipo que se la saca en las combis de Morelia”.

¿Y todavía nos preguntamos qué ha fallado?

Lo curioso es que la secretaria de Juzgado, el tío simpático, el tuitero que comparte desnudos femeninos y los usuarios de las páginas de “Arrimones”, tienen, invariablemente, hijas o madres o esposas.

Y seguramente se sientan a comer y a comentar —indignados— actos brutales como el que padeció Mara.

Y hasta tuitean furiosos en contra del “maldito asesino”.

¿De veras no sabemos qué hemos hecho mal?

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *