Mesa Cuadrada
Por: Gabriel Reyes Cardoso / @GabrielReyesCa3

La cuarta transformación nacional se abre paso inmersa en una circunstancia eficiente. Ni el mismo López Obrador, virtual presidente, la habría calculado.

No obstante, todos debemos guardar prudente paciencia, porque la realidad nacional aún mantiene ocultas muchas dimensiones que medir y que calcular después de la euforia electoral.

La primera es revisar si en efecto es la corrupción el blanco primordial y urgente de toda la atención colectiva y si podrá, como nos dijeron, eliminarse, y si al eliminarse se resolverán los otros problemas principales: pobreza y marginación, que la antigua “mafia del poder” nunca pudo eliminar.

Lo primero es que todos debemos estar convencidos de ese orden prioritario.

Es necesario un cambio de actitud personal y colectiva.

La corrupción somos todos, se dijo alguna vez. La solución también debemos ser todos, digo ahora.

Atenuar la corrupción exige construir una nueva moral individual y colectiva.

Lograrlo depende de las razones que nos muevan y su capacidad para prescribir una nueva ética.

Moral y ética no son lo mismo.

La moral son los principios, criterios, normas y valores que dirigen nuestro comportamiento individual y la ética es la reflexión de por qué o para qué actuar así.

En el centro, ahora ineludible de esta cuarta República ofrecida por el virtual presidente López Obrador, estará el transitar de una moral a otra. Diferente y diametralmente expuesta.

Esto no será ni rápido ni fácil y muchos paisanos no aceptarán que sea urgente y necesario.

Las tortillas, la salud y el empleo, podrían alejar de la urgencia el tema de la corrupción.

Los primeros anuncios de lo que hará el nuevo presidente apuntan al control del dinero, como fuente de tentación y corrupción, pero más como mecanismo de administración del ejercicio del poder.

El flujo del dinero de nuestros impuestos es vital para disminuir la corrupción, pero es más importante para lograr lealtades y objetivos.

Eliminar a toda una enorme red de delegados federales es un excelente principio de austeridad y de ahorro, pero debe evitar el riesgo de competencias desleales con otros niveles de gobierno o de una amplia discrecionalidad para compartir la lana.

Nos recuerda una necesaria revisión del federalismo que hasta ahora ha mantenido unido al país en el cual concurren todos y mantienen autonomía relativa, pero que no ha eliminado la desigualdad entre regiones y entre grupos de población.

Viejos pendientes y nuevos problemas exigen cambios audaces que se justifican en aras de esta nueva república.

El tema del federalismo y del equilibrio de poderes ahora es especialmente importante. Un presidente que gobierna con un Congreso de la Unión de su propia organización política y con muchos Congresos locales y presientes municipales de Morena podría gestar también un nuevo modelo de autoritarismo, contrario a lo propuesto por el nuevo Presidente, autoritarismo que necesariamente es corrupción, del mandato y del espíritu de la ley y de la confianza.

Todos los presidentes han sido de alguna manera, concertadores de poder y repartidores a su gusto de los recursos federales. Esperemos que éste encuentre en sus propuestas caminos diferentes de un gobierno diferente, del cual se espera todo y todo es todo, lo haya prometido o los electores lo hayamos pedido.

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