Retrato. Su rostro ha salido en periódicos, revistas, televisión. Pero nadie, hasta el momento, ha dicho quién era Paulina Camargo Limón antes de desaparecer, el 25 de agosto pasado. Ésta es la vida de Paulina a través de la mirada y los recuerdos de sus padres, su historia contada en primera persona (segunda de tres partes)

Por: Guadalupe Juárez /@lup24horas y Mario Galeana / @MarioG24H

Fotos: Tania Olmedo / @THOClick

Mi nombre es Paulina Camargo Limón, tengo 19 años y sí, yo elegí ser madre. Quise tanto a mi hijo que des- de antes de sentirlo en las entrañas yo ya lo llamaba Daniel.

¿Por qué? Porque me lo dijo un ángel. Hace años se me apareció en sueños. Era rubio y llevaba en los brazos a un bebé.

—Estoy cuidando a un niño. Y este niño es tuyo —me dijo.

Y a la mañana siguiente desperté con la plena certeza de que, al terminar mi carrera y casarme, mi primer hijo sería varón y llevaría por nombre Daniel.

Pero la vida, claro, nunca es como uno la planea. Y Daniel apareció en mi vida repentinamente. Hace 18 semanas, para ser exactos. Yo quería estudiar Actuaría. Me encantan los números. Pero cuando el médico confirmó mi embarazo, di el siguiente paso.

Y sí, elegí ser madre.

Primero se lo dije a Rocío, mi mamá. Fuimos juntas a confirmarlo con otro doctor: Daniel llevaba un mes conmigo. Al volver a casa pensé cómo decírselo a mi papá y a mi hermano. Ambos se llaman Rolando.

Organicé una cena. De primer momento, papá no lo tomó muy bien. Lo entiendo. Pero me mantuve firme y le conté mis planes.

—Pues entonces, adelante. Tienes mi apoyo —me dijo.

Eso quería: su apoyo, su presencia. Yo soy responsable. Y tengo que actuar para que a mi hijo no le falte nada.

—¿Y el padre? —me preguntaron.

—Chema.

2004

¿Mi niñez? Siempre quise un carro eléctrico. Siempre. Lo pedía cada 6 de enero, pero los Reyes Magos jamás me lo trajeron. Ahora pienso que quizá estaban muy caros. Jugaba, entonces, con tazas de té. Era traviesa y una tarde le ofrecí una de ellas a mi pa.

—¿Más té?

—Sí, sí, más té, hija —me pedía. Aunque dejó de hacerlo cuando supo que el té no era más que agua de excusado. Estoy segura que él recuerda aquella tarde tanto como yo.

Amores. Desde niña, Paulina rescata perros de la calle; dice que son ángeles
Amores. Desde niña, Paulina rescata perros de la calle; dice que son ángeles

Pero si hubo algo que de niña quise más que al carro eléctrico fue a los perros. Una vez, cuando tenía ocho años, encontré uno; bueno… era una. Íbamos mi mamá y yo en el automóvil cuando la vi. Estaba en la esquina de mi escuela. Era una perra negra que habían atropellado. Lo supe porque lo vi en sus ojos.

—No, Paulina. La perra sólo está sentadita —dijo mi madre.

—No. A esa perra ya la atropellaron. ¡Mira sus ojos! —insistí. Me quité el suéter, se lo eché encima y algo brincó de su cuerpo. Mi madre y yo creímos que era polvo hasta que descubrimos que eran pulgas.

La llamé Princesa. Y tenía una historia. Su dueño era un viejito enfermo que acababa de fallecer. La familia descuidó a Princesa y ella se llenó de pulgas. La echaron a la calle y por eso se quería suicidar. Esperaba el cruce de los carros para que la mataran de una vez.

—Ay, Paulina, ¡qué cosas te imaginas! —me decía mi madre.

— Sí, mamá. Así fue. Pero ya le dije a su dueño que no se preocupe, que yo la voy a cuidar —le contesté.

Y así recogí más de 20 perros. Casi todos estaban lastimados, pero los cuidaba hasta que se recuperaran. Algunos se morían, claro. Y los enterrábamos en nuestro jardín. Hoy tengo dos: Vaca y Panzón.

Siempre he creído que los perros son ángeles que nos cuidan en vida. Y yo siempre he sido seguidora de los ángeles. Tengo uno: Haheuiah, el ángel de los presos.

22 de agosto de 2015

Cargo una biblia en mis manos. Estoy en casa de mi abuelita Ema, la mamá de mi mamá. Veo a mi alrededor a todos mis primos. Visten trajes. Me sonríen.

—¿Qué están haciendo aquí?

— Te estamos esperando para celebrar tu cumpleaños —me contestan.

Y luego despierto. La luz entra a través de las cortinas blancas. Me levanto frente al espejo. Veo otra biblia sobre el tocador. Quizá sea la misma. No lo sé.

—¿Qué significa mi sueño? —le pregunto más tarde a mamá.

Felicidad. Carta que escribió Paulina Camargo sobre ser feliz

—No sé, hija. Puede ser una reunión. Quizá la biblia es la parte donde tú fuiste creada, porque eres una persona muy espiritual. Sí, yo creo que es eso: el amor que te tienen tus primos. La buena relación que tienes con todos. No puede ser tu cumpleaños, porque ya pasó.

Mamá tiene razón. Aquella noche, la del 23 de julio, en mi cumplea- ños 19, preparé la cena. Hice papas. También les compré una botella de vino a mis padres, e invité a una tía y a mi prima.

Toda la noche escuchamos a Rod Stewart, mi cantante favorito. Y últimamente no logro sacármelo de la cabeza.

Me tomaron fotos. Y vaya que Daniel crecía rápido. Se notaba en el blusón naranja y el mallón café que me puse aquel día.

Ese cumpleaños fue especial. Aunque cuando cumplí 15, no quise nada. Ni vestido, ni misa, ni muñeca, ni chambelanes. Nada. Y se los dije a mis padres, aunque a fin de cuentas ellos terminaron por salirse con la suya.

Mi hermano fue su cómplice. Me llevó al cine y cuando volví a casa toda la familia estaba reunida. Sí, hice caras, pero terminé pasándola bien.

Siempre tuve mi carácter. Mis padres dicen que me parezco a mi abuela: soy directa y digo lo que pienso. Cuando era niña no me gustaban las fotos. Siempre salí con una mueca.

Hoy, claro, me encantan. Como tocar el violín. Como ver películas de terror con mi mamá, aunque la última que vimos era por curosidad, por el estreno: Los Minions. 

Como pintar árboles secos. Como el color de las bugambilias. Como la luz entrando por las ventanas. Como el olor de la carne asándose en el jardín. Como los postres. Como las costillas BBQ de mi padre.

Como bailar.

21 de agosto de 2015

Gajes del oficio. Dolor de piernas, calambres, estreñimiento, antojos, sentimental al cien, colitis: jaja. Daniel tiene 18 semanas.

Después de unos días de mareo, me apaniqué, tuve un sangrado; nos asustamos tanto que dejé los cursos de inglés porque tenía que estar en reposo y no quise desobedecer al doctor.

2013

Conocí a Chema en una fiesta de fin de cursos de la prepa. A mi hermano y a mí siempre nos gustó salir. Mis padres nos dejaban en las fiestas y luego iban y se estacionaban en una esquina a tomar café y esperar a que saliéramos. Siempre fue así. Siempre.

—Te presento a Chema, amiga.

José María Sosa Álvarez, mucho gusto.

Chema fue mi amigo por dos años. Era amable y sano. Me invitaba a salir a correr y mis papás no se negaban. Siempre les hablé bien de él. Incluso les mostraba las fotografías de sus competencias de taekwondo.

Y me enamoré. Sí, lo amaba. Comenzamos una relación a principios de 2015. Y en abril nos enteramos que seríamos papás. A partir de entonces él cambió. Era otro. Siempre había sido lindo, amable… no pensé que fuera a escribirme mensajes feos, agresivos.

¿Me dejó de querer? No lo sé, pero ahora no me importa; su hijo es su hijo.

Sentir a Daniel me daba fuerzas. Y sabía que tenía que cuidar de él como me dictó el ángel, en sueños.

Entonces Chema y yo nos dejamos de ver, aunque no dejamos de pelear por mensajes de texto.

—Voy a ser madre soltera —les dije a mis padres después de darle vueltas al asunto. Sí, ya tenía planes. Haría adornos, hornearía galletas. Pondría una cafetería.

¿Que cómo sería? No lo sé. He pensado en una cafetería para mujeres, donde cada servilleta, cada taza les dé consejos. Que les diga que son únicas. Que valen. Que no necesitan de nadie. Que son fuertes.

10 de agosto de 2015

Papá y yo estábamos en la sala. Escuchábamos juntos a Rod Stewart. Lo vi y me dieron ganas de bailar con él. Fui al aparato de música y puse “I don’t want to talk about it”.

Empezamos a bailar juntos, muy cerca. Y la música diciéndonos “no quiero hablar de cómo has roto mi corazón”.

—Ésta va a ser nuestra canción, papá —me nació decirle. Nunca antes le había dicho algo parecido, pero lo creí necesario.

Y papá me sonrió y bailamos juntos hasta que la canción terminó.

25 de agosto de 2015

Hoy, Chema escribió de nuevo. Quiere hablar sobre nosotros, sobre Daniel. Quedamos de vernos después de la consulta.

Me puse el blusón naranja y el mallón café, lo mismo que usé en mi cumpleaños.

En espera. Los calcetines de Daniel, la canastilla del bebé, la foto de los tres.
En espera. Los calcetines de Daniel, la canastilla del bebé, la foto de los tres.

Daniel no se dejó ver. No importa. Anoche pensé que el mejor regalo que me pudo dar Diosito es tener la oportunidad de ser mamá. Y no importa que hoy no se deje ver.

Al salir del consultorio, mis papás y Chema se encontraron. Él les prometió hacerse cargo de Daniel, aunque ellos no le exigieron nada. Prefieren que termine su carrera para ofrecerle algo mejor a mi hijo.

Él insistió. Les dijo que quiere estar presente.

Mis papás nos dejaron en un café de la Plaza Solé, para platicar a solas. Me despedí de ellos.

—Pasamos por ti siete y media —dijo papá.

—Sí. Aquí nos vemos, pa.

Pero han pasado tres meses. Y no, no nos hemos visto. Ellos me buscan.

Y yo espero que me encuentren.

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