Traición. Rocío y Rolando no lo pueden creer; el padre del bebé que Paulina gestaba les arrebató, de golpe, a su hija menor. Para ellos, el asesino destrozó dos familias sin razón. Y por eso exigen justicia, pero, ante todo, que la búsqueda no se detenga; que les devuelvan, como sea, a su hija (tercera y última parte)

Por: Guadalupe Juárez /@lup24horas y Mario Galeana / @MarioG24H

Fotos: Tania Olmedo / @THOClick

“Señor, buenas noches. ¿Ya llegó Pau a su casa?”

Rolando Camargo leyó el mensaje de texto. Era Chema, el novio de su hija. Habían pasado una hora y 13 minutos sin que él o su esposa, Rocío Limón, supieran algo de ella.

Y fueron las últimas palabras que escucharon de su hija. Su teléfono no daba tono y una máquina les decía que no estaba disponible.

Por eso el mensaje de José María Sosa Álvarez los estremeció. Decidieron llamarlo a él.

Una y otra vez marcaron su número. A las 8:50 de la noche, contestó.

—Oye ¿cómo que si “ya llegó a la casa”, si quedamos de pasar por ella? ¿Dónde está Pau?

—No sé. Después de que nos dejaron en el café de Plaza Solé, yo la mandé en un taxi a su casa.

—¡¿Cómo que en un taxi?!

—Sí, sí, en un taxi.

A las 6:30 de la tarde de ese martes 25 de agosto, Chema había prometido apoyar a Paulina y a Daniel, el bebé de 18 semanas que ella guarda- ba en el vientre.

—Nosotros no te pedimos nada. Haz tu vida, termina tu carrera. Y si con el tiempo te das cuenta que quieres hacer una vida con mi hija, adelante.

—No, discúlpenme por no haberme acercado antes. Quiero estar presente. Yo ya decidí estar con Pau y con mi hijo. Mis papás ya están enterados. ¿Me dejan hablar con ella? —les preguntó Chema.

Ellos accedieron. Pensaron que una hora sería suficiente para que Paulina y José María arreglaran sus problemas. Él había estado ausente tres de los cuatro y medio meses que ella llevaba de embarazo.

Después de salir del consultorio médico en el que se encontraron, los papás llevaron a la pareja hasta una cafetería.

Jamás imaginaron que, al perderlos de vista, Chema y Paulina, en vez de charlar en una mesa del lugar, salieron y abordaron un taxi.

—A La Margarita, por favor.

El chofer los observó a través del retrovisor. José María acariciaba el vientre de la joven de 19 años. Al final del viaje, los vio entrar a un departamento.

 

La noche más larga

—¿Ustedes piensan en José María?

—Pensamos hasta en su familia, porque este tipo desgració a dos familias sin ningún sentido: a la suya y a la nuestra. ¿Por qué lo hizo? No hay un sentido. Nada. No hay —lamenta Rolando en el comedor de su casa junto a su esposa.

El matrimonio Camargo Limón no guarda una sola duda: José María es el asesino de su hija. Rocío lo presintió desde aquella noche en que Paulina desapareció.

“Señor, buenas noches. ¿Ya llegó Pau a su casa?”

Al recibir el mensaje, Rolando y Rocío, que esperaban en casa de la abuela paterna, regresaron a su hogar. No encontraron a nadie. Volvieron a la cafetería donde vieron a su hija por última vez, pero nadie sabía nada de ella. Esa búsqueda se extendió hasta delegaciones de ministerios públicos, hospitales, anfiteatros, líneas de taxis y muros de Facebook.

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La imagen de Paulina embarazada, con el blusón naranja y los mallones cafés que vestía ese día, se compartió una, dos, mil veces.

“¡Necesito su ayuda! Está desaparecida. En la tarde subió a un taxi y no ha llegado a la casa de mis papás. Por favor, necesito su ayuda. No sabemos en dónde está. ¡Si alguien sabe algo, necesito que me ayuden!”, posteó Rolando Camargo Limón, hermano mayor de Paulina.

A las 10:30 de la noche de ese mismo martes, los padres de la joven embarazada citaron a José María en las instalaciones de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) del estado.

Una y otra vez, Chema contó a los policías ministeriales que Paulina había subido a un taxi con dirección a su casa.

—¿Qué taxi? ¿Qué número? ¿Cómo diste la vida de tu hijo en un taxi? Además, Paulina nunca se habría subido sola a un taxi y menos con su hijo. Nunca. Su hijo era su mayor preocupación —recriminó Rocío a Chema.

Pero aquella noche, el rostro de José María parecía haber perdido toda expresión.

“Ninguna. No tenía ninguna. Eso sí me llamó la atención. Era un impávido totalmente. Nunca mostró preocupación. Ni siquiera por él mismo. Yo pensaba que cualquier joven en una situación semejante querría a sus papás con él. Pero no. Él no”, recuerda la madre de Paulina a 94 días de su desaparición.

Rolando y Rocío volvieron a casa sin su hija.Estaban agotados,pero esa madrugada no pudieron conciliar el sueño. Horas después, los padres de José María se comunicaron con ellos.

“Nos dijeron que eran personas morales y religiosas. Que habían educado a sus hijos de una manera muy estricta, que cuando sus hijos fallaban tenían que hacerse cargo de la situación. Estaban enterados de que Paulina estaba embarazada. Dijeron que no habían podido conocerla, porque tenían mucho trabajo”, dice Rocío.

—Si ellos los buscaran hoy, ¿qué harían?

—Realmente lo que nosotros queremos saber es dónde está Paulina. Qué le hicieron. Lo que tenga que pagar su hijo por lo que hizo, no es problema nuestro. Porque nosotros no lo forzamos a nada —responde Rolando.

La búsqueda de Paulina

Hace tres meses que la PGJ busca, sin resultados, el cuerpo de Paulina. El 28 de agosto, tres días después de su desaparición, José María confesó haberla asesinado en su departamento. Su arma: una llave de artes marciales, una de tantas aprendidas en sus años de taekwondoín.

Después de haber discutido sobre su paternidad, la asfixió hasta la muerte, según la versión de las autoridades.

¿Dónde está Paulina? En un contenedor de basura de La Margarita… En el relleno sanitario de Chiltepeque… En el piso del baño del departamento de José María… En el río Alseseca… En la presa de Valsequillo…

¿Dónde está Paulina? Las hipótesis no terminan.

Las autoridades han buscado su cuerpo entre las 5 mil toneladas de basura que la población de la capital produce a diario y que termina en el relleno sanitario de Chiltepeque.

También en el cauce del río Alseseca, cercano al domicilio de José María, y que desemboca en la presa de Valsequillo.

Sin éxito, dirigieron la búsqueda al interior del departamento de José María.

Nada. No han encontrado nada.

La más reciente línea de investigación dada a conocer por el procurador de Justicia en el estado, Víctor Carrancá Bourget, apunta la participación de un segundo implicado en el asesinato de Paulina, quien pudo haber sustraído su cuerpo del contenedor de basura donde Chema declaró haberlo depositado.

—¿Confían en las autoridades?

— Sí, sí, sí. Mira, hay que confiar en ellos definitivamente porque son los únicos que pueden resolver esto —responde Rolando.

—Yo te voy a decir que yo confío en mí misma. En mí misma. Pero pido otra vez al procurador de justicia y al gobernador Rafael Moreno Valle que continúen la búsqueda. También confío en Dios. Muchísimo en Dios. Pero nosotros, como familia, porque detrás de nosotros hay muchísima gente, vamos a seguir trabajando. Hasta que la Procuraduría nos dé una respuesta clara de lo que ocurrió con Paulina —añade Rocío.

Y así lo han hecho. Desde su desaparición, cada viernes, Rolando, Rocío, su hijo y sus familiares salen a las calles con veladoras en mano y la imagen de Paulina como estandarte. Claman justicia.

“Nosotros estamos muy pendientes. No queremos que lo amparen”, reclama Rolando, a quien abogados, amigos y conocidos le han dicho que sin el cadáver de su hija de 19 años no hay “suficientes pruebas” para que el asesino confeso sea sentenciado con cárcel.

Ese es el mayor temor del hombre al que le arrebataron a su hija menor y a su nieto:“Que le den un halo de esperanza a este tipo y lo vayan a dejar en libertad”.

Hoy, José María se encuentra en el Cereso de San Miguel preso por los delitos de homicidio y de aborto.

Los domingos, Rolando y Rocío se sostienen de su fe. Asisten a misa. Portan playeras con la imagen de su hija grabada. Y oran trayendo a la mente los recuerdos con ella.

Rolando se aferra a la tarde del 15 de agosto, cuando su hija se paró frente a él, en la sala de su casa,y le pidió bailar la canción de su artista favorito.

Rocío, en tanto, cuida los perros que Paulina rescató cuando niña. Son, dice, la vida que dejó su hija.

El resto de su familia piensa en la última vez que la vieron. Cerrar los ojos les basta para recordarla en reuniones familiares, en cumpleaños, o meciéndose, muy niña, en los columpios de la casa de su abuela Ema.

Ni una más

—¿De dónde sacan fuerzas?

—Del deseo enorme de encontrar a mi hija y a mi nieto. Te acuestas y te levantas con ese deseo. Nos tenemos que mover, independientemente de lo que la Procuraduría esté haciendo haya hecho —responde Rocío.

Los padres de Paulina enviaron muestras de ADN de su hija a cada Servicio Médico Forense (Semefo) del país.

Y en ese esfuerzo, se encontraron obstáculos. Como en Oaxaca y Morelos, donde las autoridades forenses ni siquiera les dieron respuesta.

En esta búsqueda, Rocío supo del hallazgo de una joven con la misma edad de Paulina que terminó en una fosa común de Tepeaca. No hubo nadie que la reconociera.

“La pusieron como desconocida. ¿Te imaginas que tu hija termina como un número? ¿Y si tiene padres? ¿Y si la están buscando? Yo no sé si Paulina está en otro estado o en otro municipio”, cuestiona Rocío.

El 17 de septiembre, la madre de Paulina envió una carta al presidente Enrique Peña Nieto. La petición: que Paulina no se convierta en un número más.

La oficina de la Presidencia respondió que estaba al tanto del caso. Y que dará seguimiento de la investigación.

—¿Guardan la esperanza de que Paulina aún se encuentre viva?

—Pues es la incertidumbre —responde Rolando.

—Al no tenerla, ni siquiera su cuerpo, tenemos todas las esperanzas. Todas. Que puede estar viva, aunque también nos hemos asentado mucho en que está muerta. Sí. Pero hasta no tener el cuerpo o no saber algo de ella, es como podríamos desenmarañar esto. Que nos la devuelvan. ¡Como sea!; pero que nos la devuelvan.

 

 

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